El final de la tragedia griega pasa por Europa
«Haría bien Europa en ofrecer hoy la comprensión y la solidaridad con que no supo acompañar sus exigencias durante la última década»
Casi nos habíamos olvidado de Grecia . Durante la primera mitad de la presente década -seguro que lo recuerdan- la crítica situación de la economía griega fue motivo constante de titulares y de preocupación en Europa, sobre todo para los miembros de la unión monetaria que veían amenazada la propia supervivencia del euro. Las reciente elecciones, con el triunfo del centro derecha de Kyriakos Mitsotakis, nos han devuelto al país heleno a las primeras páginas de los diarios. Incluso han servido para que en nuestro país se haya propuesto la adopción del sistema griego, que bonifica con 50 escaños al partido ganador. Pero más allá de la actualidad política helena, lo cierto es que Europa parecía haberse despreocupado del riesgo que llegó a suponer Grecia.
Por desgracia, esta despreocupación u olvido no es fruto de la mejora en las condiciones económicas en aquel país. Ha habido avances indudables en la disciplina fiscal, siguiendo las condiciones impuestas en los rescates por los acreedores. Ahora bien, en la actualidad la deuda pública helena, epicentro del terremoto financiero europeo nueve años atrás, no solo no se ha reducido, sino que ha aumentado y cerró el año pasado por encima del 180% del PIB, valor muy superior a cualquier otro país europeo (Italia, segunda en este ranking, se mueve en el entorno del 130% ). El desempleo, aunque ha ido cediendo, está muy cerca del 20%, y se ceba especialmente con los jóvenes, cuya tasa de paro se va al 40%. Y a pesar de cierto crecimiento, las estimaciones del PIB en 2018 apuntan a que fue inferior en un 20% al de 2009.
Son muchos los culpables en esta tragedia. Habría que señalar, para empezar, a los propios gobernantes griegos. No sólo llevaron a cabo durante años políticas de gasto insostenibles, sino que mintieron en dos ocasiones a la Unión Europea acerca de la situación de sus cuentas públicas, lo que provocó que la crisis estallase con enorme virulencia por la total pérdida de confianza y credibilidad. Así mismo, todo esto dio argumentos para que en los rescates se impusieran condiciones draconianas, en forma de aumento de impuestos, reducciones en las pensiones, recortes en los servicios públicos y congelación salarial. Hubo un exceso de celo en la aplicación de fórmulas ortodoxas y se hizo de forma contraproducente para la recuperación de la economía griega. Como reconocía Jean Claude Juncker a principios de este año, se aplicó una «austeridad irreflexiva» y «hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia, hemos insultado a Grecia».
En este panorama, al nuevo gobierno griego le aguarda un desafío de envergadura. Por un lado, debe mantener el pulso de las reformas estructurales emprendidas, pues de ello dependerá no solo la capacidad de crecimiento a largo plazo de Grecia, sino su mismo encaje en la Unión Monetaria. De otra parte, ha de lograr reanimar la demanda para que los griegos puedan disfrutar pronto de frutos tangibles y no solo de perspectivas de crecimiento futuro tras años de sacrificios y esfuerzos. Mitsotakis espera que los acreedores le den margen para hacerlo, por ejemplo bajando los impuestos que ahogan a la cada vez más escasa clase media. Haría bien Europa en ofrecer hoy la comprensión y la solidaridad con que no supo acompañar sus exigencias durante la última década.
María Jesús Valdemoros es profesora de Economía de la Universidad de Navarra