Fernando G.Urbaneja
Emilio Ybarra, vasco, banquero y buena gente
Fue un banquero profesional clásico, con una carrera previsible pero constante y con el talante personal de la buena gente
Emilio Ybarra fue una persona coherente, lineal, leal a su nombre y a una trayectoria familiar no exenta de tragedias, desde la muerte de su padre, víctima de la guerra civil, a los avatares de ser blanco perpetuo de ETA y a las peripecias que concluyeron con la marca bilbaína del Banco de Bilbao. Pero, sobre todo, Emilio Ybarra fue un banquero profesional clásico, con una carrera previsible pero constante y con el talante personal de la buena gente, las personas confiables. Discreto, tímido, previsible y con ambiciones muy controladas.
Fue banquero del último cuarto del siglo XX, la generación bisagra entre la de los banqueros del franquismo que lo eran por tradición o mérito y los nuevos banqueros tecnocráticos del siglo XXI. Banquero del viejo y a veces mitificado club de los siete grandes, que tenía más de mito y de liturgia que de poder efectivo. Un banquero vasco con residencia en Bilbao, por supuesto en Getxo-Neguri (orilla derecha), con todo lo que ello implica.
Entre los banqueros de su generación había dos Emilios, el de Santander (Botín) y el de Bilbao (Ybarra). Los dos, licenciados en Universidad de Deusto (derecho y económicas) y los dos destinados a los bancos de sus familias. Los dos ingresaron como titulados en sus bancos (Santander y Bilbao) hicieron carrera calculada en oficina, servicios centrales, comercial, financiero… hasta alcanzar la dirección general antes de cumplir los cuarenta, el puesto de consejero delegado en esa década y la vicepresidencia y presidencia como proceso necesario.
Emilio Ybarra no fue el más audaz de sus colegas (esa condición la merece Botín), ni el más inteligente (ese era Asiain), ni el más astuto (en eso gana Escámez), ni el más listo (en eso ganaba Valls), ni el más imaginativo (pedro de Toledo), tampoco el más internacional; pero conocía bien el oficio, el banco y sus circunstancias. No pertenece a la generación de tecnócratas que encabezaron Alfredo Sáez, Javier Gúrpide, Pedro Luis Uriarte, Angel Corcóstegui, Francisco Luzón, Ignacio Goirigolzarri… pero coincidió con todos ellos.
El azar le llevó a conocer, sufrir y gestionar varios problema críticos del oficio que marcan cambios de ciclo y de preferencias. Por un lado las fusiones de los grandes que redujeron en pocos años una nómina de ocho competidores a solo dos. Fusiones que siempre implican guerras civiles porque hay más traseros que asientos. Ybarra pasó por esa prueba sin crearse una lista peligrosa de damnificados. Él mismo salió abrasado por su colega en la presidencia del BBVA (tres en uno), Francisco González que lo empujó a la puerta de salida sin contemplaciones ni consideración.
Vivió con amargura y dignidad esa salida por la puerta trasera de la que era su casa profesional a la que dedicó con lealtad toda su vida. Se le notaba la amargura pero no cambió su talante personal amable y considerado con los conocidos. Por lo que conocí y supe de él le considero un vasco de corazón y una buena persona.
Fernando G.Urbaneja es periodista