Entre fantasmas no se pisan las sábanas... ¿o sí?
El problema de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, comentan, radica en su falta de formación financiera
De los 68 gobernadores que ha tenido el Banco de España en su historia, posiblemente Miguel Ángel Fernández Ordóñez (conocido por el acrónimo de Mafo) haya sido el más cuestionado. En su descargo, que durante los años al frente de la institución -desde julio de 2006 hasta junio de 2012- ha tenido lugar una de las mayores crisis financieras de los últimos tiempos en nuestro país, con el agravante, en paralelo, de la crisis económica mundial, afectado entonces por una peligrosa y excesiva concentración de riesgos inmobiliarios en los balances de sus entidades que, aún hoy, están sufriendo las que quedan. Un hecho que empezó tiempo atrás con el mandato del predecesor de Ordóñez: Jaime Caruana, que fue realmente el gobernador que presenció la expansión de la burbuja inmobiliaria desde 2000 a 2006, pero que le estalló despúes en la cara a Mafo.
Muchos dicen que no dudan que como secretario de Estado -de Economía y Comercio con el Gobierno de Felipe González, y de Hacienda, en la primera parte de la legislatura de Rodríguez Zapatero-, fuese un buen gestor. Como gobernador del Banco de España... ha dejado mucho que desear. El problema, comentan, radica en su falta de formación financiera. Y, sobre todo, por su alto perfil político y su sectarismo, lo que afectó de lleno en sus decisiones desde su mismo nombramiento. Estos días vuelve a la actualidad su etapa al frente del Banco de España. Y, con él, la polémica. A raíz de la publicación de su primer libro en el que arremete contra el Gobierno del PP, con el que coincidió apenas unos meses, pero, sobre todo, contra el ministro de Economía, Luis de Guindos, al que hace responsable del rescate bancario. El hecho de que el exgobernador escriba sobre un tiempo tan convulso en el sector no dejaría de ser de agradecer si no fuera porque cantar el «mea culpa» tal cual, no ha sido su objetivo. Más bien todo lo contrario. Incluso escribe el texto en tercera persona, como si el desaguisado financiero durante esa etapa no fuera con él. ¿Habrá perdido la memoria?
Mafo llegó en 2006 a ocupar el sillón de gobernador con un reto que transmitió siempre a los suyos dentro de la institución: poner firmes a los gestores de las cajas de ahorros. Y eso que la crisis aún no había estallado. Parecía, dicen, tenerlo muy claro. Quería despolitizar a estas entidades, pero, ni lo consiguió, ni se debió de empecinar tanto... ni, en definitiva, debió querer, ya que durante todo su mandato fue precisamente el poder de las comunidades autónomas, dependiendo del color político de cada una, lo que ha pesado finalmente sobre sus actos y ha ensombrecido más si cabe sus funciones. Porque, escuchar a terceros -a los que sí entendían de finanzas- no era su pan nuestro de cada día.
Fue precisamente ese año, cuando aún nadie -decían- «se olía» que llegaba la gran crisis, si bien sabían que se necesitaba capital. Hubo dos avisos al gobernador Mafo. El primero, desde la patronal de estas entidades de ahorro -la CECA, entonces presidida por Juan Ramón Quintás-, que le presentó una propuesta que no quiso ni sopesar: la fusión de las cajas de ahorros «viables», bajo el paraguas de la CECA, a través de un SIP (para mutualizar deuda, poner en común recursos propios para dar beneficios, pero seguir con marcas diferenciadas para competir. Después, salir a los mercados a captar recursos con los que sortear la crisis venidera). El resto de las cajas no «sanas» se tendrían que liquidar.
El segundo aviso llegó por carta, en mayo de 2006, al entonces ministro socialista de Economía, Pedro Solbes. En el remite, los inspectores del Banco de España que le alertaban de un grave futuro para ese 50% del sector financiero español que eran las cajas. Se habían metido en el terreno de los bancos, no estaban gestionando bien los riesgos, y se estaban «emborrachando» con operaciones especulativas nada recomendables. Solbes, amigo y compañero de partido de Mafo, ¿no se lo transmitiría? Y lo peor, ¿sus inspectores no se lo comentaron? Ordóñez hizo mutis por el foro... y, con el tiempo, se topó de bruces con lo inevitable: la primera intervención, en 2009: Caja Castilla-La Mancha presidida por su amigo Juan Pedro Hernández Moltó.
Y, a partir de ahí, un sinsentido de fusiones entre entidades que se habían ido cargando de activos tóxicos sin ton ni son. Eso sí, según el parecer de Ordóñez, más dispuesto a escuchar a aquellas con «tintes» socialistas (sobre todo, las catalanas), que a las populares. De hecho se opuso con todas sus fuerzas a las intenciones de Caja Madrid (aún con Miguel Blesa de presidente) de fusionarse con la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) y Caixa Galicia. Todas en la órbita del PP.
¡Ni por asomo se iba a producir esa fusión! Y ocurrió lo impensable. Nada más pisar la sede de la caja madrileña, en enero de 2010, Rodrigo Rato, tras echar un vistazo a las tripas de la entidad -en mejor situación, por cierto, que muchas otras-, pidió ayuda al gobernador, necesitaba capital. Y, por respuesta, recibió una sorpresa: una llamada telefónica de éste, durante un acto sobre obra social de la caja, para que se desplazara con urgencia a la sede del regulador. Ya en el despacho de Mafo, la orden fue tajante: «te fusionas con Bancaja y su Banco de Valencia» (ambas, en condiciones financieras nefastas). «Y tendrás el dinero que necesites». En el despacho de al lado, el presidente de Bancaja, José Luis Olivas. Encerrona total. Ni tiempo para digerirlo ni para decir que no. En diciembre, nacía Bankia, un elefante con pies de barro de siete cajas «tóxicas»... Hasta hoy. Pues bien, creo que, en su libro, Ordóñez, precisamente de todo esto, no habla. Si me hubiera dejado preguntárselo, a lo mejor, me lo habría aclarado. O negado. Pero no me quiso recibir.
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