Cómo gestionar la inflación: el caso turco
El Banco Central de Turquía deja inalterado el tipo de interés de referencia en el 14% a pesar de que los precios cerraron 2021 con una subida del 36.08%
A los países del euro nos está descolocando las previsiones la inflación del 3,1% con la que hemos cerrado 2021. Las economías que tenían puestas sus esperanzas de recuperación en este año rebajan sus expectativas por el empecinamiento de los precios, pero eso no es nada en comparación con el caso de Turquía, fuera de control. En diciembre su tasa de inflación superó la marca del 30% y terminó el año en el 36.08% , el nivel de precios más alto de las últimas dos décadas. El dato había creado expectación sobre la reunión que celebraba hoy en Ankara el Banco Central de Turquía, pero la entidad ha seguido los pasos del BCE y ha dejado como estaban los tipos de referencia, que se mantienen en el 14% con la esperanza de que el fenómeno pasajero se disuelva por sí mismo.
«No es necesario que todos actuemos como la Reserva Federal», ha celebrado esta mañana Christine Lagarde, que es de la misma opinión sobre el problema «temporal» y que considera que lo que «sería favorable es una subida de salarios». Pero la situación de Turquía no es directamente comparable con la nuestra porque nosotros tenemos el euro y ellos la lira, que ha perdido más del 50% de su valor desde el año pasado y ha contribuido a su vez a que los productos de importación, entre ellos muchos alimentos, circulen en espiral ascendente.
En los últimos meses y bajo la presión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, el Banco Central de Turquía ha ido bajando la tasa de interés clave del 19% al 14% desde el verano, cuando la doctrina dicta e estos casos el movimiento contrario. Poco antes de Navidad, Erdogan anunció un paquete integral de medidas, el elemento fundamental era una garantía estatal para el ahorro privado contra las pérdidas cambiarias. También ha asegurado a las empresas que podrán protegerse contra los riesgos de las altas fluctuaciones del tipo de cambio y, después de muchas especulaciones sobre la introducción de controles de capital, Erdogan ha garantizado que Turquía no tiene «ni la intención ni la necesidad de dar el más mínimo paso fuera de la economía de libre mercado y el libre cambio de divisas». Esta semana ha hecho un llamamiento a los ciudadanos para que apuesten por la divisa nacional, en lugar de comprar dólares, euros y oro , y evitar así su hundimiento, reconociendo así implícitamente el fracaso de las medidas. «Las decisiones políticas que se han implementado no solo crearon nuevas dificultades para las empresas, sino que también para los ciudadanos», protesta un portavoz de la Asociación de Industria y Negocios de Turquía (TÜSIAD), que representa a más del 80% de las empresas exportadoras del país, «es necesario evaluar el daño en la economía y volver a los principios establecidos en una economía de mercado».
La subida de salarios que ha mencionado Lagarde en sus últimas declaraciones, en una entrevista concedida a France Inter, también se le había ocurrido antes a Erdogan, que para aplacar el descontento ha anunciado una subida del 50% del salario mínimo hasta las 4.250 liras turcas, unos 240 euros . «Con este aumento, creo que hemos demostrado nuestra determinación de no permitir que los trabajadores sean aplastados por el peso de los precios», justificó, pero no logró que la lira siguiese perdiendo valor. Ahora, el plan de Erdogan obliga a los bancos turcos a ofrecer a sus clientes, siempre que sean personas físicas, la opción de depositar dinero en una cuenta denominada en liras a 3, 6, 9 o 12 meses vista, a un tipo de interés acorde al fijado por el Banco Central y anotando su valor en dólares según el cambio de ese día. Si al vencer el plazo, el valor del capital más intereses es superior al valor en dólares de ese día, no se cobrará impuesto en origen. Pero si es inferior, al cliente se le pagará la diferencia. El Estado deberá desembolsar inmensas sumas de dinero publico.
«Es una situación muy peligrosa porque las políticas fiscales y monetarias se han entrelazado, cuando en una economía sana serían independientes», apunta Ipek Ozkardeskaya, analista de Swissquote Bank, «es Hacienda quien asume la presión sobre la moneda y tendrá que sacar el dinero de los impuestos o aumentar el déficit. Y esto no reduce la inflación sino que la incrementa», añade el economista Mustafa Sönmez. Refet Gurkaynak, profesor de economía de la Universidad Bilkent de Ankara, describe la nueva situación como «en efecto, una fuerte subida de los tipos de interés», aunque solo se beneficia a los poseedores de depósitos a costa de los contribuyentes, por lo que tendrá implicaciones negativas en la redistribución de la renta.
Parece claro que Erdogan se equivoca, pero ya había intentado antes la táctica contraria y tampoco funcionó. Los tipos de interés en Turquía pasaron del 8% al 24% hace tres años y lo único que consiguió fue una recesión , que es a lo que le tiene miedo el BCE. Después, durante la pandemia, volvió a recurrir a las subidas de tipos y de nuevo no resultó. El caso turco demuestra que la política monetaria es un bálsamo de Fierabrás y que la inflación, una vez hinca sus garras en una economía, no se deja espantar tan fácilmente.