Comercio internacional: ¿y ahora qué?

La indiferencia inicial de los mercados dio paso a un enfriamiento de las inversiones, a un retraimiento del comercio y a la desestabilización de numerosas cadenas globales de producción

Arancha González

Ha pasado ya un año desde que el Gobierno de los Estados Unidos anunció la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio. Supuso el inicio de un salto cualitativo de la retórica de la campaña presidencial a la acción. Desde entonces, la administración americana ha intensificado el uso de medidas comerciales unilaterales: ha demandado la renegociación del acuerdo bilateral con Corea y del tripartito con México y Canadá; ha impuesto aranceles a las importaciones de China por valor de 250.000 millones de dólares y ha anunciado posibles medidas contra las importaciones de automóviles. La Unión Europea, Canadá, China y otros muchos países han respondido con represalias gravando a su vez exportaciones americanas, incluyendo productos americanos como el bourbon, la soja o las motocicletas. El efecto acumulado ha sido considerable: a finales de 2018, el comercio afectado por medidas comerciales unilaterales era casi siete veces mayor que el registrado en 2017. Entre tanto, los Estados Unidos bloquean el nombramiento de nuevos miembros del órgano de apelación de la OMC, que podría dejar de funcionar a finales de este año si no se levanta el veto.

La indiferencia inicial de los mercados dio paso a un enfriamiento de las inversiones, a un retraimiento del comercio y a la desestabilización de numerosas cadenas globales de producción. Así, la perspectiva de represalias en Europa y otros mercados empujó a la icónica marca de motocicletas estadounidense Harley-Davidson a deslocalizar parte de su producción fuera de EE.UU. Del mismo modo, empresas manufactureras han decidido salir de China e implantarse en otros países del sudeste asiático o en África para escapar al impacto de las medidas americanas. Tomar decisiones apresuradas sobre dónde ubicar la inversión puede comprometer la eficiencia y la productividad, reduciendo las perspectivas económicas a largo plazo. El unilateralismo comercial es hoy uno de los grandes factores de riesgo del crecimiento mundial.

Una cosa es clara: las medidas comerciales no han reducido el déficit comercial de EE.UU. La fortaleza de su economía le permitió absorber importaciones a pesar de los aranceles, mientras que un crecimiento más lento en otras partes del mundo se tradujo en una disminución de la demanda de bienes y servicios del país. Pero esto ya lo habían vaticinado numerosos economistas: la balanza comercial de un país es principalmente el reflejo del ahorro y la inversión de las familias, empresas y gobiernos, más que el resultado de la política arancelaria.

Lo que no queda tan claro es hacia dónde nos dirigimos. Las próximas semanas prometen ser decisivas. Sabremos si Washington y Beijing llegan a un acuerdo que ponga tregua a sus diferencias comerciales o si, por el contrario, asistimos a una escalada de las tensiones. La Administración norteamericana se pronunciará sobre la conveniencia de imponer aranceles a los automóviles; la UE y EE.UU. decidirán si abren un nuevo capítulo de negociaciones bilaterales; y China decidirá si negocia nuevas disciplinas para lograr un comercio más justo con europeos, americanos y japoneses.

El comercio es un indicador de la capacidad de los Estados Unidos y China para encontrar soluciones positivas con el fin de gestionar su creciente rivalidad geopolítica. Ambos son necesarios para reformar la OMC y adecuarla a la era digital . Pero si prevalece el pensamiento de suma cero, los efectos irían más allá de la reducción del poder adquisitivo o la caída de la productividad. En caso de una recesión económica, la falta de cooperación internacional dificultaría, si no imposibilitaría, que los gobiernos estimulen efectivamente la demanda, en particular cuando el margen de maniobra fiscal y monetario es limitado. Una economía global que no apuesta por la cooperación corre el riesgo de poner fuera de alcance los Objetivos de Desarrollo Sostenible para la reducción de la pobreza y la creación de empleo. Y si los países se niegan a reconocer que podemos, y debemos, prosperar juntos, no lograremos superar el desafío económico colectivo que plantea la crisis climática. Esperemos que prevalezca la razón frente a la ilusión del «yo primero».

Arancha González es directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional

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