TRIBUNA
Ciudad, urbanismo y mayores
Marcos Sánchez Foncueva, CEO de la Junta de Compensación de Valdebebas, apunta que «la gestión urbana debe ser integradora y global. Hay que considerar a los mayores como elemento constitutivo y generador de ciudad»
La tranquilidad que acompaña a la vejez la confundimos, demasiado a menudo, con la indiferencia y la resignación. La ciudad del siglo XXI, muy particularmente su urbanismo, no puede confundir tranquilidad con indiferencia, debe procurar la primera apartando siempre la segunda. Uno de los principales problemas que aquejan a nuestras ciudades y a su urbanismo está relacionado directamente con la juventud y con el acceso a la vivienda como paso que condiciona su desarrollo personal, profesional y familiar o social. Claro es que deben buscarse soluciones que resuelvan tan esencial déficit, ligado además con uno de los más buscados objetivos del urbanismo actual, la sostenibilidad. La generación o regeneración de ciudades sostenibles siempre habrá de tender a construir o rehabilitar ciudad hoy pensando en las generaciones futuras, implicando al urbanismo en el diseño y planeamiento de ciudades capaces de anticiparse y responder a las necesidades de tales generaciones venideras. Sin embargo, el propio concepto de sostenibilidad parte de una premisa también frecuentemente olvidada. Y es que el desarrollo urbano tendrá que producirse, en efecto, garantizando las necesidades de las generaciones por venir, pero asegurando siempre las necesidades de las generaciones que hoy habitan las ciudades. Planear sin mirar a los viejos compromete seriamente el futuro y, desde luego, quiebra la necesidad y el concepto mismo de sostenibilidad.
Se inclina el urbanismo clásico por ligar vejez y accesibilidad. Facilitarla es uno de los objetivos que deben presidir el planeamiento de ciudades integradoras. Con todo, tan necesario elemento no es sino uno más entre los muchos que han de completar el dibujo de una ciudad pensada para los mayores. Un sector de la población que supone más de un 20% de los que componen el cuadro demográfico de ciudades como Madrid o Barcelona no se conformará con que su urbanismo procure la accesibilidad o refuerce los elementos que faciliten su movilidad.
Ello nos lleva a la tantas veces cacareada por unos y otros, aunque pocas veces verdaderamente activada, transversalidad del urbanismo como disciplina. La generación de nueva ciudad o la regeneración y rehabilitación de la existente debe implicar no solo el diseño, también la organización y, sobre todo, la gestión urbana. En ella habrán de participar todos aquellos profesionales cuyo conocimiento se precisa para la consecución de un urbanismo verdaderamente sostenible. No bastará, pues, con garantizar a los mayores la accesibilidad y la movilidad. Deben implementarse medidas para que su integración sea plena, para que tan importante sector de la población se encuentre integrado en la ciudad, se sepa productivo y necesario y asuma que la ciudad necesita de su participación y contribución para un desarrollo pleno y armónico de la sociedad que sostiene.
«Planear sin mirar a los viejos compromete seriamente el futuro y, desde luego, quiebra la necesidad y el concepto mismo de sostenibilidad»
Llegamos, así, a la noción de amigabilidad propuesta por la Organización Mundial de la Salud y asumida por los países integrantes de Naciones Unidas y concretada en la Red de Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores. No entro en lo acertado o no de la noción, aunque sí destaco que la amigabilidad esté directamente relacionada con conceptos como la afinidad, la familiaridad o la afectuosidad hacia aquel respecto de la que se predica. Y ello nos haría adentrarnos en el tortuoso camino del lenguaje políticamente correcto, en la incansable búsqueda por una sociedad adormecida de la manifestación decorosa de ideas cuya franca expresión pudiera resultar demasiado dura o malsonante. Asumida, en todo caso y a regañadientes, la noción , el urbanismo habrá de centrarse en crear ciudades amigables con los mayores, para lo cual debe contemplar no sólo aquellas actuaciones facilitadoras de su desarrollo saludable y armónico, sino sobre todo su integración completa como miembros plenamente activos y conectados con cualesquiera elementos generadores de ciudad, participando en las decisiones, actuaciones u ordenaciones desarrolladas para mejorarla.
No se trata, a mi juicio, de políticas sectoriales encaminadas a la integración de los mayores. Estas son necesarias y bienvenidas, pero la gestión urbana no puede ser sectorial, sino integradora y global. Se trata de considerar a los mayores como elemento constitutivo y generador de ciudad. De utilizar su experiencia, sus capacidades, su destreza en la anticipación de consecuencias derivadas de la implementación de estrategias urbanas. Los jóvenes hoy muerden con los dientes que les proporciona el conocimiento adquirido en su preparación y con el desarrollo de profesiones cada vez más operativas y especializadas. Los viejos no muerden con los dientes, lo hacen con los años y con una resiliencia trabajada y obtenida desde la experiencia. Su liderazgo no es aprendido, es conseguido.
El urbanismo debe considerar esa experiencia de los mayores y asumirla como generadora de nuevas ideas. Pensar ciudad desde la juventud conlleva, inevitablemente, su consideración con un necesario temor al futuro, desde luego esencial para una ordenación y para una gestión urbana eficaces. Concebir ciudad desde la vejez perderá la componente del miedo al futuro y focalizará su esfuerzo en el presente, actuando para mejorarlo conociendo bien el resultado de las ideas y de las acciones pasadas. La administración o el gestor que prescindan u orillen la importancia de una u otra visión y de su actuación conjunta y combinada, o la ciudad que no lo procure estarán, sencillamente, anticipando su propio fracaso.