El cerco de Pekín sobre las tecnológicas empuja al Uber chino a dar marcha atrás
El férreo control del régimen comunista ha obligado a Didi a cambiar la Bolsa de Nueva York, donde desembarcó en verano, por la de Hong Kong
Circular marcha atrás es una de las maniobras más complicadas al volante. Lo saben en Didi Chuxing, el Uber chino, que ha decidido abandonar la Bolsa de Nueva York apenas cinco meses después de su llegada, con Hong Kong por nuevo destino. Se trata de un retroceso con muchos obstáculos a salvar, siguiendo el mapa cambiante de la relación económica y política que une a China con el resto del mundo.
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Didi solo ha desvelado los detalles más básicos de su repentino cambio de rumbo. «Tras un estudio cuidadoso, la compañía va a iniciar el proceso de dejar la Bolsa de Nueva York y preparar la cotización en Hong Kong con efecto inmediato», informó el pasado viernes; un anuncio de una sola línea publicado en su perfil oficial de Weibo –red social china similar a Twitter–. El comunicado oficial en inglés, un poco más prolijo, adelantaba que la travesía ya ha comenzado. Preparar la llegada antes de partir sirve un doble propósito: mantener el precio de las acciones más o menos estable y, al mismo tiempo, garantizar la liquidez que requiere una privatización de semejante tonelaje.
Las acciones de Didi cayeron un 22% en la jornada posterior al anuncio de su adiós a Wall Street
Los mercados, sin embargo, han repudiado el plan. Las acciones de Didi se hundieron un 22% en esa primera jornada y, aunque a lo largo de esta semana han reflotado, la tecnológica china ha perdido un 10% de su valor. Esta pretende desandar una de las mayores ofertas públicas iniciales del curso, con la que recaudó 4.400 millones de dólares (3.886 millones de euros), pero los inversores se muestran recelosos ante una operación sin precedentes para la que, además, la empresa no ha ofrecido explicación alguna.
Castigo inmediato
El quid de la cuestión subyace, en realidad, en la respuesta del Gobierno chino a esa primera salida a Bolsa. Apenas dos meses después de su exitoso debut en el parqué neoyorkino, la Administración del Ciberespacio de China –CAC, por sus siglas en inglés– abrió una investigación contra Didi por «infringir las leyes de recopilación y empleo de información personal». Su aplicación telefónica fue retirada de los portales de descarga y dejó de ser accesible para nuevos usuarios.
Este castigo representó una de las más evidentes manifestaciones de la campaña del Partido Comunista para estrechar el control sobre sus gigantes tecnológicos. Ya en noviembre de 2020 los organismos reguladores congelaron a tan solo 48 horas vista la oferta pública inicial de Ant Group, destinada a romper récords como la mayor de la historia. Didi, por supuesto, respondió a las acusaciones con un sentido ejercicio de autocrítica: «Agradecemos sinceramente a las autoridades por guiarnos a investigar nuestros riesgos, rectificaremos y nos reformaremos seriamente».
Acto seguido, el Gobierno impulsó una nueva legislación, más estricta, para limitar la participación en mercados bursátiles extranjeros. Esta medida aspira a blindar los datos de las empresas chinas y sus consumidores como elementos comprendidos en la soberanía nacional. Didi representa, en ese sentido, un objetivo prioritario: con más de 377 millones de usuarios, 13 millones de conductores y 41 millones de operaciones diarias, esta posee una enorme cantidad de información, desde direcciones y rutas frecuentes hasta grabaciones de los desplazamientos.
Medios especializados como ‘Bloomberg’ han aventurado que las autoridades planean endurecer este marco legal más aún, noticia que la Comisión de Regulación de Valores de China ha desmentido esta semana. Durante una rueda de prensa, un portavoz de la institución señaló que China y EE.UU. siempre han apostado por la «cooperación» financiera, pese a que «algunas fuerzas políticas de EE.UU. han politizado la regulación de los mercados de capitales».
Dicha intervención hace referencia a un aumento del escrutinio al otro lado del Pacífico. La Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU. aprobó la semana pasada las últimas enmiendas a una nueva normativa, según la cual toda empresa que cotice en suelo americano debe declarar no estar bajo control de gobiernos extranjeros y haberse sometido a la inspección de los órganos competentes en los últimos tres años.
China, mientras tanto, dirige el tráfico hacia Hong Kong, sede del cuarto mercado bursátil solo por detrás de Nueva York, Tokio y Londres. Una posición que ostenta gracias a la confianza que todavía despierta el andamiaje institucional de la excolonia británica, pese a aparecer cada vez más débil e irreconocible.
Situación paradójica
Hong Kong sigue siendo el enclave donde el gigante asiático sale al encuentro del mundo: entre 2010 y 2018, el 64% de la inversión directa entrante y el 65% de la saliente atravesó la isla. Este esquema arroja una llamativa paradoja: cuanto más cerrado permanezca el modelo económico de China, más necesario será el papel que Hong Kong desempeña en él. O lo que es lo mismo: aquello que amenaza la supervivencia de los derechos y libertades del territorio, el autoritarismo chino, es lo mismo que a día de hoy asegura su importancia.
El Partido Comunista ha resuelto que las empresas chinas acudan a Hong Kong a recoger el dinero de sus inversores, limitando su expansión a cambio de aumentar la seguridad del sistema. Didi, obediente, ya ha dado marcha atrás y ha puesto rumbo hacia allí. Muchas otras empiezan a otear por el retrovisor, preguntándose cómo conducir por este nuevo escenario.