Cambio de paradigma
«Los tiempos en que un problema en un país productor de crudo podían provocar una recesión global han pasado a la historia»
A mediados de septiembre un ataque sobre las principales instalaciones de refino de Arabia Saudí, el complejo de Abqaiq, borraba de un plumazo el 5% de la oferta global de petróleo . La reacción inicial del precio del crudo fue de una fuerte subida (+10 dólares -USD- por barril; hasta alcanzar niveles de 70 USD/barril), precio que a posteriori ha venido moderándose a raíz de, entre otras cuestiones, la recuperación más rápida de la instalación, la liberación por parte de EE.UU. de su reserva estratégica, y la capacidad ociosa disponible de otros países productores.
La reacción del precio del petróleo tras este ataque y su comportamiento a lo largo de los últimos años esconde un cambio de paradigma en este mercado con implicaciones importantes en términos de crecimiento global y geopolítica. La expresión «cambio de paradigma» fue acuñada por Thomas Kuhn en su libro «La estructura de las revoluciones científicas» (1962) definiéndola como un cambio de los supuestos básicos de la ciencia. Uno de los ejemplos clásicos de cambio de paradigma es la transición de la cosmología ptolemaica (la Tierra es el centro del universo) a la cosmología copernicana (la Tierra orbita alrededor del Sol).
En el caso de la situación energética a nivel global, y del petróleo en particular, en los últimos años se han producido novedades sustanciales que podríamos calificar como un cambio de paradigma . Por orden de importancia destacamos: (i) la menor dependencia del crecimiento económico de la energía (el consumo de energía para producir una unidad de PIB global ha descendido un 35% desde 1990), (ii) un mix energético donde las energías renovables han ganado protagonismo y (iii) economías que han pasado de ser importadores netos de petróleo a autosuficientes.
Los dos primeros factores mencionados son procesos estructurales propios de todo sistema capitalista, que busca maximizar beneficios y minimizar costes y, al ser la energía un coste, es racional que se vayan buscando medidas para ganar eficiencia en los procesos productivos , así como en las fuentes de generación de la misma, toda vez que el sector servicios, más austero en consumo energético que el manufacturero, acapara paulatinamente un mayor peso en el PIB global.
El tercero es el factor con mayor impacto a corto plazo. Y es que EE.UU. ha pasado de producir algo más de cinco millones de barriles diarios de petróleo a principios de esta década a producir casi 12,5 millones de barriles a día de hoy, gracias a la revolución tecnológica que ha supuesto el «fracking», lo que ha derivado en que el primer consumidor de petróleo mundial no sólo sea autosuficiente sino que «se permita el lujo» de exportar petróleo. Además, ocurre que a precios más elevados del petróleo, más producción es capaz de poner EE.UU. «encima de la mesa» , puesto que buena parte de la producción no convencional sólo es rentable a partir de determinados precios (más elevados que en la explotación de crudo convencional), lo que convierte a EE.UU. en un productor que siempre va cubrir la demanda más marginal.
EE.UU. ha pasado de producir algo más de cinco millones de barriles diarios de petróleo a principios de esta década a producir casi 12,5 millones de barriles a día de hoy
Con esto no debemos minusvalorar la importancia del petróleo en el esquema energético global , puesto que sigue siendo uno de los vectores energéticos (sustancia que almacena energía que se puede liberar posteriormente de manera controlada) más eficientes, pero los tiempos en que un problema en un país productor de crudo determinado podían provocar una recesión global (como en la guerra del Yom Kippur de 1973, por ejemplo) han pasado a la historia. Así, la Organización de Países Exportadores de Petróleo ha perdido su tradicional capacidad de influencia, al descender su cuota de producción de petróleo mundial desde niveles superiores al 50% en la década de los 70 hasta niveles del 23% en la actualidad.
La derivada a nivel geopolítico es menos benigna que la económica. Una vez EE.UU. ha conseguido la independencia energética , el interés por involucrarse en conflictos en Oriente Medio (por ejemplo, para defender a Arabia Saudí, su aliado preferente en la región) disminuye considerablemente. Que la «policía del mundo» sea más reticente a intervenir en Oriente Medio no apunta a más estabilidad en la región a futuro.
Alfonso García Yubero es Director de Estrategia Santander Private Banking