La amarga despedida de Draghi
El banquero central que salvó el euro deja el BCE en medio de fuertes críticas por tensar al máximo la política monetaria

Antes de que llegase Mario Draghi , los banqueros centrales eran unos tipos serios, discretísimos y sobre todo previsibles, tan previsibles que llegaban a resultar aburridos para el común de los mortales. El italiano, sin embargo, no solo saltó al estrellato económico-político adoptando el papel de «salvador del euro», sino que se va dejando una institución que no reconocen ni sus padres fundadores. Cuando hoy presida su última reunión del consejo del Banco Central Europeo (BCE) , nadie cuestionará su audaz respuesta en el peor momento de la crisis, aquel «cuanto sea necesario», pero las sonrisas de despedida serán un tanto forzadas.
Ningún otro presidente del BCE ha conjurado tantas y tan serias críticas en torno a su política como Draghi, que en lugar de cartas de despedida, ha recibido este mes una misiva firmada por seis exmiembros del consejo que le acusan de llevar a cabo «una política extremadamente acomodaticia» basada en falsos diagnósticos. «Nunca ha habido riesgo de deflación», han defendido nada menos que Herve Hannoun, exgobernador del Banco de Francia; Otmar Issing, exmiembro del consejo del BCE; Klaus Liebscher, exgobernador del Banco Nacional de Austria; Helmut Schleisinger, expresidente del Bundesbank; Juergen Stark, exmiembro del consejo del BCE, y Nout Wellink, exgobernador del Banco de Holanda. Para analizar definitivamente su legado habrá que esperar a ver la evolución de su último y polémico paquete de medidas, incluida la vuelta a la compra de deuda a Estados y empresas , pero en todo caso es un legado complejo para su sucesora, Christine Lagarde , e irreversible ya para muchos, como por ejemplo los 300.000 accionistas del Popular.
En su favor es necesario recordar que ha tenido que lidiar con la etapa más turbulenta del euro y adentrarse en territorios inexplorados por cuestión de supervivencia. Tras su llegada, en noviembre de 2011, con el dinero al 1,25% y la inflación en el 2%, se desencadenó unas crisis de deuda soberana que afectaba especialmente a los países periféricos, los denostados PIGS, y amenazaba, tras los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal, con arrastrar también a Italia y España, incluso a Francia, con las primas de riesgo disparadas en un incendio bursátil al que Draghi acudió en 2012, como bombero, con su «what ever it takes». «Y créanme, será suficiente», añadió, cambiando la hasta entonces política de reacción, con sucesivas bajadas de tipos que no habían tenido los efectos deseados, por una política de expectativas. Ese mismo mes de julio se sacó de la manga una nueva política de compras de deuda conocida por las siglas OMT, compras masivas de deuda soberana que devolvieron los bonos periféricos a niveles más sostenibles y por las que se le acusa ahora de sobrepasar el mandato del BCE y meterse deliberadamente a salvar gobiernos endeudados.
Unos días antes de este adiós, se ha sabido por la publicación de las actas que más de un tercio de los miembros del consejo se opuso a las medidas anunciadas por su presidente tras la última reunión . Argumentaron, de hecho, que reiniciar las compras de deuda pública y privada debería ser un instrumento de último recurso. Insistieron en que volver al QE, después de una pausa de nueve meses, «no era un instrumento eficiente dados los bajos rendimientos» y que «podría empujar al BCE hacia compras más grandes, desafiando los límites de compra», sobre todo con los tipos en mínimos históricos. Varios miembros se declararon incluso dispuestos a apoyar un recorte del tipo de facilidad de depósito de 20 puntos, al -0,6%, a cambio de excluir un nuevo QE. Este nivel de discordia, inusualmente elevado dentro del consejo, es la herencia que deja Draghi.
También se ha filtrado que desoyó los consejos de la comisión de política monetaria del organismo de no reanudar las compras de bonos y está claro que los bancos, principales víctimas de su política de tipos negativos, alientan hasta donde pueden todas estas críticas. Pero la sentencia final vendrá de la evolución de una zona euro inundada de dinero y en la que, al menos por el momento, los ciudadanos y las empresas de dedican a ahorrar en lugar de a invertir, dando así al traste con la estrategia fijada por Draghi. Ninguna de sus creativas siglas (OMT, QE, LTRO) ha sido más fuerte que la incertidumbre. Sus trucos de magia han demostrado tener caducidad y su política comunicativa ha terminado agotada. Su canto del cisne parece ser la consabida llamada a los gobiernos para que actúen, los mismos gobiernos a los que ha estado sosteniendo con su respiración artificial y sin que realicen las necesarias reformas.
Como consecuencia de su gestión, el BCE es ahora una institución mucho menos académica y bastante más política. El tradicional equilibrio entre «halcones» y «palomas» ha quedado destruido desde el momento en que incluso el presidente del Banco de Francia, François Villeroy, ha pronunciado un discurso en París en el que ha evidenciado su disconformidad con las compras de activos de Draghi por «innecesarias». Durante la presidencia de Draghi, el BCE ha comprado deuda de la zona del euro por valor de 2,6 billones de euros , sin contar las compras que comienzan el 1 de noviembre. Este dato es incompatible con la cultura económica de buena parte de Europa y ha incitado el surgimiento en varios miembro del euro de partidos políticos antieuropeos, como Alternativa para Alemania (AfD), principal fuerza de la oposición ya en este país. Quizá la clave definitiva del análisis de la era Draghi en el BCE, y esa solo puede desvelarla el paso del tiempo, sea lo acertado o no de una premisa que ha presidido todas sus decisiones al frente de la entidad, que el euro era absolutamente irreversible.
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