ATANDO CABOS
Inflación de rebaño
«Los bancos centrales comienzan a preferir sacrificar control sobre esta variable a favor de apuntalar la recuperación del crecimiento»
Cuando era un crío, me encantaba leer fábulas y una de mis preferidas era la de «El pastor mentiroso», de Esopo. Me gustaba tanto que, no conformándome sólo con leerla, disfrutaba también mucho escuchándola con mi hermana en una cinta de audiocuentos que reproducía nuestro radio cassette Philips. A buen seguro que el lector conocerá esta historia y su moraleja.
Acabamos de empezar el año y uno de los «lobos» que amenaza con aparecer por la «serranía» de la economía es la inflación . Y esta vez, como en la fábula de Esopo, cogería a los «pastores» o agentes económicos desprevenidos y confiados. Y es que aquello de «que viene el lobo» ha sido exclamado por muchos agoreros en la materia, sin que haya asomado un ápice de las «orejas» de la inflación desde marzo de 2009, momento histórico en el que la Reserva Federal de EE.UU. desplegó su primer programa de expansión cuantitativa. Como la trashumancia, se trata de un debate en continuo movimiento.
Además de la «exageración» de muchos economistas, hay motivos adicionales para que los agentes económicos hayan bajado la guardia en los últimos años y ya no acudan al reclamo de las advertencias en materia de precios más altos. Es en buena medida lógico que así sea, cuando, por ejemplo, durante la década de los 70 del siglo pasado, la mayor preocupación que según los estadounidenses afrontaba su país era la inflación (ahora ni aparece en la lista), cuando el crecimiento de los precios durante esa misma década promedió el 10% anual en las economías OCDE (en la última se ha mantenido por debajo del 2%), o cuando, a modo de anécdota (o no tanto), en la agenda de una importante conferencia de banqueros centrales que se celebrará el próximo mes de febrero en Alemania se dedicará mucho espacio a cuestiones como la inestabilidad financiera, la desigualdad o el cambio climático, pero apenas algo para la inflación.
Reabierto el debate con los primeros pasos de 2021, conviene intentar dar respuesta a tres preguntas que casi todo economista e inversor guarda en su «zurrón». La primera es, ¿se producirá una subida de los precios en los próximos doce meses? Es previsible un repunte moderado y no sólo porque un estudio reciente del Banco de Inglaterra, elaborado con registros de 800 años, haya concluido que la inflación suele elevarse el año posterior al que se inicia una pandemia. Y es que, entre otros factores, los bancos centrales comienzan a preferir sacrificar control sobre la variable inflación a favor de apuntalar la recuperación del crecimiento económico.
También un poco de inflación sería bienvenida para ayudar en el proceso de sostenibilidad de la deuda, aliviando la carga real de apalancamiento. Además, en el momento en que se libere la demanda de consumo reprimida por los confinamientos de diverso grado, éxito de las vacunas mediante, se producirían tensiones en los precios inevitables mientras que la oferta de producción, lógicamente cauta cuando persiste la incertidumbre, no acompase el anhelado ímpetu renovado del consumidor. Por último, y no menos importante, esta vez el despliegue generoso de liquidez que han hecho los bancos centrales sí se ha traducido, como no sucedió tras la gran crisis financiera de 2008, en un crecimiento sustancial de los agregados monetarios amplios a ambos lados del Atlántico, lo que, según los monetaristas de la Escuela de Chicago, terminaría teniendo una influencia decisiva y alcista en el nivel de precios a largo plazo.
La segunda interrogante es si una eventual subida de los precios llegaría a alcanzar cotas preocupantes como las registradas en muchos momentos de las tres últimas décadas del siglo XX. Argumentos tranquilizadores hay para evitarlo, como los niveles de capacidad ociosa todavía apreciables en las economías avanzadas, la debilidad de la variable salarial o los sustanciales avances de productividad que empezarían a cristalizar en la economía global una vez se ha atravesado el umbral de adaptación, de entre siete y diez años, desde que se inicia un salto tecnológico como el que estamos viviendo.
Por último, ¿hay que proteger las carteras de inversión frente a esta amenaza? No sería necesario reducir las posiciones de riesgo (bolsa), pero sí incorporar a una cartera activos como el oro, los metales industriales, el inmobiliario o las infraestructuras, que guardan una estrecha correlación con la inflación. En otras palabras, no esquile sus ovejas, pero adopte un buen perro pastor.
Alfonso García Yubero es director de Estrategia Santander Private Banking