George Akerlof: «La crisis debe reforzar el papel y los recursos de los reguladores»
El premio Nobel de Economía es experto en analizar cómo la falta de información en los mercados los empuja a la ineficiencia
Hay dos tipos de economistas: los que evitan tratar temas que no conocen y los que opinan sobre áreas alejadas de su especialidad. George Akerlof (New Haven, 1940) es del primer grupo. Por ello, al preguntarle por la economía española, este Premio Nobel de Economía regatea la respuesta («no soy un experto sobre ello»). Su principal campo de estudio es analizar cómo la falta de información en los mercados los empuja a la ineficiencia.
A su prudencia se une que Akerlof está casado con la presidenta de la Reserva Federal norteamericana, Janet Yellen, por lo que hay preguntas que no puede responder por el efecto que pueden tener. Ambos se han apoyado en su carrera económica desde que comenzaron a salir en los setenta. Una muestra de cómo la economía influye en su vida cotidiana: a principios de los ochenta ofrecieron un sueldo mayor a su nueva niñera para que hiciera un mejor trabajo. La experiencia (positiva) les empujó a escribir una nueva teoría sobre la influencia de los estímulos monetarios en el mercado de trabajo.
Dentro de su especialidad, el último libro de Akerlof, «Phishing for phools», intenta ir más allá. Editado por Princeton University Press -en España lo traducirá Deusto (Gestión 2000)-, está escrito al «alimón» con otro Nobel de Economía, Robert Shiller . En él, ambos analizan cómo el mercado trata de aprovechar las debilidades humanas. Para ello, abordan campos como la publicidad o la psicología. «Debemos ser cuidadosos con lo que compramos», apunta. Durante la entrevista telefónica, un operario que arregla el aire acondicionado de Akerlof interrumpe la conversació n. ¿Cómo han pactado el precio de la reparación? «Lo conozco de hace años y sé que es honesto. Pero no siempre es así», añade.
-¿Cree en la mano invisible del mercado o hay que regularla para que exista?
-En el libro intentamos madurar esta idea. Por un lado, está la visión de que hay que esperar que los mercados sean perfectos, siempre competitivos e iguales, y por ello no hay que intervenir ante la desigualdad de ingresos o los problemas del sistema. Sin embargo los mercados siempre van a intentar ir más allá y aprovechar nuestras debilidades para que compremos. Es automático. La mano invisible es más bien «el ladrón invisible» o «la invisible mano ladrona». Pero al mismo tiempo la economía de mercado es positiva. Ha contribuido a que muchos países alcancen sus más altos niveles de prosperidad. Por ello, hay que asegurar que los mercados funcionan correctamente porque no lo hacen de forma automática.
-El último caso de fraude a consumidores lo hemos visto con Volkswagen. ¿Cómo los inversores pueden reducir el riesgo de ser engañados?
-Creo que si ves algo que es demasiado bueno para ser verdad, lo tienes que pensar dos veces. Al hacer negocios debes imponerte unas reglas y ser cuidadoso.
-¿Quién es el gran culpable de la falta de información sobre el precio de los activos que condujo a la crisis?
-El gran culpable fue el Estado. Su función era regular los mercados y no lo hizo. Las agencias de calificación también tuvieron un rol importante en la caída. Aún así, los reguladores públicos no lo tienen fácil. La Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés) tiene un presupuesto muy pequeño para la labor que realiza. La crisis debe provocar que aumente la importancia de los reguladores. Y los gobiernos además de facilitar su trabajo deben asegurar que tienen los recursos necesarios. Tras la crisis ha habido progresos pero creo que lo que hay que hacer es estar permanentemente en guardia por las burbujas que pueden crearse en el futuro.
-En su libro hablan de que estamos en una fase de la Historia occidental que nace con Reagan y Thatcher, la «Nueva Historia». ¿Qué riesgos tiene?
-En los últimos 120 años el sector público se ha expandido a áreas que nunca hubiéramos imaginado y se ha atribuido la función de asegurar el bienestar de la sociedad. La «Nueva Historia» comienza cuando se plantea que somos demasiado dependientes del Estado. Pero parte de esta expansión del sector público se dio para solucionar problemas que había antes. Por ello, debemos tratar con mucho cuidado el nuevo enfoque y no desmantelar sin más el trabajo de años.
-¿Cuál debe ser el rol del Estado en los próximos 20 años? ¿Debe retroceder, replantearse, ampliarse?
-La «Nueva Historia» dice que el Estado es un problema, no una solución. La función reguladora del Estado es muy compleja y no ha sido perfecta. Pero tener una regulación que no sea estatal es aún más difícil. Con este libro, Bob y yo aspiramos a aportar algo de sentido común al debate político. Lo importante en los próximos 20 años es recuperar una idea de la «vieja época»: el Estado puede ser una solución y no es necesariamente un problema. Asimismo, el Estado «puede» ser una ayuda, pero no es «la única ayuda». No es tanto un problema ideológico, como de ingeniería social. Debemos ser pragmáticos. La solución siempre va a ser una mezcla entre lo privado y lo público. Hay áreas en las que el Estado puede ser la solución más eficiente y otras en las que no. Por ello, la moderación es clave.