tribuna
El sueño «B» de D. Emilio y la presidencia de Echenique en el Santander... más allá de España
El patriarca Botín tenía un plan B. Por si acaso. Todo dependía de cuándo se retirase finalmente
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Se dice que uno vale lo que vale su equipo . Una verdad como un templo. Saber cómo liderar equipos y cómo sacar el mejor de los rendimientos de todos aquellos que lo integran es fundamental para los resultados en cualquier cometido, ya sea personal o profesional. La clave del «líder perfecto» es apoyarse en las personas, saber quiénes son, qué hacen, comprender el porqué de las cosas, tomar decisiones y hacerlas comprensibles a los demás... Porque la elección de liderar (nuestras vidas, empresas, equipos…) es crucial para seguir creciendo en el más amplio sentido de la palabra. Una decisión que, a veces, te saca de la oscuridad para salir a la luz... Pasar de un segundo a un primer plano. Con identidad propia. Y más si logras hacer tu propio equipo.
Y es que la libertad del ser humano para configurar su vida, sin dejarse llevar por un supuesto destino -en sintonía con lo que transmite la magnífica obra de teatro de Pedro Calderón «La vida es sueño» (1.635)-, en infinidad de ocasiones, resulta ser el pan nuestro de cada día. Esta semana, por ejemplo, Ana Botín, presidenta de Banco Santander , daba un paso de gigante en la reorganización de su equipo directivo. Antaño quedan las dudas de aquellos que pensaban que su gestión al frente del primer grupo bancario español iba a ser continuista. En línea, firme y clara, con la de su predecesor, su propio padre, Don Emilio Botín, que fallecía repentinamente en la madrugada del pasado 9 de septiembre.
Fue un momento complicado para muchos. Lógicamente más para Botín hija. A pesar de que nada hacía presagiar el triste acontecimiento, las quinielas sobre el momento de la sucesión y, sobre todo, del sucesor, eran para todos los gustos. En aquel fatídico momento, los mercados, los accionistas, los propios consejeros, la plantilla al completo, los millones de clientes repartidos por todo el mundo... todos necesitaban oír como agua de mayo un nombre que, «simplemente», les transmitiera un mensaje de tranquilidad. La palma se la llevaba ella, era «vox populi» desde tiempos inmemoriales. Y así fue. El reparto de poder más mediático se cerró en menos de 24 horas. Ana Patricia Botín -casi de inmediato sólo Ana Botín- estrenaba presidencia. Se acabó la incertidumbre. ¿O... no? En aquel momento, desde luego que sí.
Pero el patriarca Botín tenía un plan B. Por si acaso. Todo dependía de cuándo se retirase finalmente. «Ella» era la primera en herencia, el lógico mando en plaza en el Santander. Pero había una segunda opción. Una segunda «herencia». Un segundo heredero. O eso ¿soñaban? algunos. Pensemos, pues, así. Pudiera ser que Botín padre pensara que, antes de dejar definitivamente el testigo a su hija, mejor que lo hiciera una persona de su absuluta confianza. Cuando «ella» estuviera preparada ya al 100%, lo heredaría.
Pues bien, si alguien sabía cómo seguir su legado al pie de la letra ese era -es- Rodrigo Echenique . Porque no sólo era de la confianza total de D. Emilio. También de su hermano Jaime y de sus hijos. De ahí que Ana Botín haya seguido recurriendo a él cuando el resto de la vieja guardia de su padre ha ido saliendo del Santander. Y, por eso, le «entregaba», dicen, también una nueva presidencia, la de Metrovacesa .
Echenique era -es- el consejero de cámara, el «factótum» con el que «los Botín» consultaban -consultan- buena parte de sus decisiones y en el que delegaba los encargos más delicados. Hasta el punto de que le nombró albacea de su testamento (y el de su hermano). Pocas tareas tan delicadas como el reparto de una herencia se podrían dejar en manos de alguien que no fuera «per se» del clan. Y... decidió por él. Ana fue la primera opción. Como hubiera querido padre Botín . Hoy, la lealtad recompensada. España es su parcela. ¿La «joya» futura de la corona? Presidencias «cuasicompartidas» . Amén. ¿Fue un sueño?
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