oficios raros o singulares

«Preferí maquillar el cadáver de mi madre que dejarlo en manos de un desaprensivo»

Tanatoestético es un oficio harto desconocido. Requiere formación privada, por unos 2.400 euros, para obtener el título. Un profesional desvela los detalles de un desempeño que se mueve entre el morbo y el escalofrío

«Preferí maquillar el cadáver de mi madre que dejarlo en manos de un desaprensivo» efe

érika montañés

Ha trabajado como transportista. Y lo suyo era detenerse en accidentes para socorrer a las víctimas. Parece que a Antonio (es un nombre ficticio porque quiere seguir trabajando en este sector, incluso montar una funeraria propia y teme posibles «represalias» o efectos de la entrevista concedida a ABC.es) , cántabro con 49 años recién cumplidos, la vocación le ha llevado por un mundo que puede despertar morbo a algunos, parecer turbio o algo oscuro para otros, y que siempre se mueve entre el repelús y el escalofrío. En todo caso, se trata, objeta, de un «oficio serio, profundo e incluso muy agradecido por parte de los familiares», pero igualmente harto desconocido: el de tanatoestético.

Prácticas de Tanatoestética

La piedra angular de esta profesión es el «buen trato» que se dispensa al cuerpo yacente. «Es un gremio que, por ejemplo, en Cantabria, se concentra en pocas manos», relata Antonio, quien posterga algunos de los «obstáculos» que se encuentra en este desempeño. El primero, esa búsqueda de negocio impresa en cualquier porción del mercado. El segundo, la fomación. «Es privada; se reparte entre la academia y las prácticas en un tanatorio o funeraria. La mía me fue a pedir de boca porque se hacía con cadáveres reales, no maniquíes. Cuesta unos 2.400 euros obtener el título». Es más o menos el mismo precio que paga un pariente por el «combo» completo del traslado del cadáver desde el hospital, la vivienda particular o lugar de requerimiento judicial hasta el tanatorio, el arreglo del cuerpo, el velatorio y el entierro, en su caso, la incineración. Desde 2.400 a 6.000 euros es la horquilla en que se mueven los precios de las funerarias y del seguro de decesos. Morirse cuesta en España 3.700 euros de promedio, dictamina el INE (Instituto Nacional de Estadística).

Unos 40 minutos por cadáver

«Se debería exigir mayor formación para el tratamiento de los cuerpos. Yo he visto auténticas barbaridades. Hay buenísimos profesionales, por supuesto, aunque también mucha gente que no vale para este oficio y no trata adecuadamente a la persona fallecida -rezonga-. Yo pongo todo de mí para que la persona que se queda vea a su ser querido en las mejores condiciones, me da rabia que no se pida más formación y, sobre todo, que no se controle el tiempo que se está con cada cuerpo». Prosigue: «Hay gente muy escrupulosa y hay cadáveres que llegan del hospital tras una larga enfermedad en muy mal estado, desprendiendo un hedor que requiere una completa desinfección, el taponamiento de las pérdidas por oídos, fosas nasales y boca, también un lavado completo de las heridas, la extracción de marcapasos en el caso de ser incinerado y, para finalizar, llega el proceso estético de vestirlo, maquillarlo, peinarlo y acomodarlo en el ataúd». Para dejarlo en una condición óptima, según este tanatoestético, todo ello sumaría una media hora, cuarenta minutos por cuerpo «para ir bien». «Yo estoy muy encima, me entrego mucho y queda de cine . Entiendo que se trata de un servicio, trabajamos de cara al público y la gente, cuando ha perdido a un ser querido, atraviesa un momento duro, de enajenación en el que estos detalles quizás se pasan por encima, pero las quejas vienen después».

«Es un servicio público y hay que hacerlo bien para satisfacer al que se queda»

Entre los múltiples casos de mala praxis con que se ha topado este ciudadano cántabro entre personas del gremio sobresale la más que anecdótica mala ubicación del cuerpo dentro del ataúd («con la cara torcida, mal presentado, despeinado...»). Antonio descubrió su vocación precisamente cuando trabajaba en la recepción de una funeraria y la hija de una señora salió del velatorio para quejarse del pésimo estado de su madre finada, así que él recabó el permiso pertinente, se metió en la sala, bajó el stock y... Tanto es así que relata cómo halla gran recompensa personal en el hecho de que él mismo se ocupó de su madre cuando falleció a causa de una implacable enfermedad terminal. «Tengo el orgullo de que a mi madre la hice yo, no la tocó ningún desaprensivo», remacha.

En el plato opuesto de la balanza, destaca las vicisitudes que hacen del suyo un quehacer laborioso. Detalles como que «se usa siempre maquillaje convencional. Al hombre se le maquilla, de forma muy natural, hacia abajo. A ellas, hacia arriba, pero antes se conoce bien a la persona, si era de pintarse mucho, o no. No hay que dejarles un aspecto superficial en ningún caso, el reto es lograr un rostro natural, el de una persona que yace dormida. No se abusa nunca de la cosmética, pero sí es importante dejarlo bien hidratado. La gente se descubre ante una buena preparación del cadáver. A mí me ha llegado a llamar una vecina del pueblo 48 horas después de ver el cadáver de mi madre para que preparase el de la suya o para lamentar cómo habían tratado a un familiar».

«Me han apodado doctor Van Helsin»

«En medio de la muerte él dice encontrar un hilo de luz para su realización»

Que le gusta su trabajo es algo que la conversación con Antonio denota en cada tramo. Apasionado, a este «doctor Van Helsin» como le han apodado algunos coetáneos, no le importan demasiado las opiniones que emergen en su entorno acerca de cómo se le ocurre meterse en este desempeño, ya que en medio de la muerte es donde él encuentra un «hilo de luz» para su realización personal y profesional. «La familia del fallecido te lo agradece en el alma, mi mujer tambén lo ha aceptado plenamente y, en cambio, mis cuñadas me dicen que no se meterían conmigo jamás en la cama», se contraría. «Es un trabajo que despierta morbo, curiosidad, expectación, y en el que te preguntan cada detalle, que a algunos les da repelús y otros te alaban por hacerlo, pero yo considero que es un trabajo profundo, un oficio como cualquier otro y lo importante es que siempre me ha gustado ayudar al muerto y al familiar vivo que se queda». En tierra.

«Preferí maquillar el cadáver de mi madre que dejarlo en manos de un desaprensivo»

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