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Fernández Pujals, el único empresario español que ha situado dos empresas en el Ibex 35

¿Cuál es el secreto de su éxito? Hablamos con el Midas cubano

Fernández Pujals, el único empresario español que ha situado dos empresas en el Ibex 35 abc

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El Midas cubano acaba de dar su segundo pelotazo tras la venta de Jazztel , con la que se embolsará cerca de 500 millones de euros. El primer golpe de suerte le vino de la mano de Telepizza, empresa que él mismo creó en 1986 con una inversión inicial de 350.000 pesetas y cuyo valor, diez años después, llegó a los 340.000 millones de pesetas cuando él vendió sus acciones. Pero suerte y pelotazo son dos términos que utiliza la prensa y que Leopoldo Fernández Pujals no admite, pese a escucharlos con frecuencia cuando se refieren a él.

Leo, como lo llaman amigos y conocidos, nació en La Habana hace 67 años, en el seno de una familia adinerada que se exilió en Florida, huyendo del régimen castrista, cuando él apenas contaba 13 años. El patrimonio familiar se redujo entonces a tres relojes de oro, que el niño ocultó en los bolsillos del pantalón cuando dejaron Cuba. Sus primeros dólares los obtuvo cortando el pelo por un dólar, con una maquinilla conseguida al canjear los puntos obtenidos por las compras en un supermercado. Hoy, es el único empresario español que ha situado dos empresas en el IBEX.

Dentro de unos días, la editorial Espasa Calpe publica su biografía, Apunta a las estrellas y llegarás a la Luna, de la que es autor. Por este motivo, el empresario ha posado en exclusiva para XLSemanal en su finca de San Pedro de las Dueñas (Segovia). Después, el aún presidente de Jazztel nos ha recibido en su casa de las Bahamas. Allí lo entrevistamos.

XLSemanal. ¿Qué nacionalidad tiene?

Leopoldo Fernández Pujals. Española, porque renuncié a la norteamericana; aunque, como nunca renuncié a la cubana, tendría que decir que cubana y española.

XL. ¿Dónde ha vivido?

L.F.P. Durante 13 años en Cuba, 16 en la costa este de los Estados Unidos, uno en Vietnam... y el resto entre España y las Bahamas.

XL. ¿Dónde tiene su residencia fiscal?

L.F.P. Aquí, en las Bahamas, donde vivo gran parte del año.

XL. ¿Ha llamado a su puerta un inspector de Hacienda?

L.F.P. No, nunca he tenido problemas con Hacienda; aunque ahora me están empezando a hacer una inspección. Parece que nos están poniendo en fila india [sonríe].

XL. ¿Nunca le han detectado un pufo, por pequeño que sea?

L.F.P. No, intento cumplir siempre la ley.

XL. ¿Cuándo considera que una persona ha triunfado?

L.F.P. Triunfar es conseguir tu sueño, y eso nada tiene que ver con enriquecerse.

XL. ¿Cuál ha sido el suyo?

L.F.P. El mío, cuando salí de Cuba, era ser alguien con nombre y apellidos. Por el trauma que me provocó pasar, del día a la noche, a ser solo un número de la Seguridad Social, en un país extraño y con diferente idioma.

XL. ¿Dejó de ser alguien cuando vivió sin fortuna?

L.F.P. En Cuba, nuestro dinero era viejo, de cuatro generaciones. En Florida, yo no era nadie. Tenía recursos modestos y, cuando iba a cualquier sitio, nadie me conocía. Tú tienes que sentir que, cuando vas a un sitio, los demás saben quién eres... ¿Correcto? El mío fue un cambio de vida total, durante los primeros 30 días lloré mucho. En mi casa había un mayordomo, un chófer, un cocinero, una cocinera, un jardinero y dos empleadas más que atendían la casa...

XL. ¡Vamos, que había más gente de servicio que señores!

L.F.P. Más o menos [sonríe]. En el exilio vivimos en un barrio obrero. Yo me preguntaba: si Dios es bueno, ¿por qué diablos me ha ocurrido esto a mí? Además, en mi familia había una nube negra, porque un hermano de mi madre estuvo en presidio 27 años y 22 días.

XL. Su padre era notario en La Habana y pasó a ser repartidor con 45 años. Y su madre, arquitecta, tuvo que comenzar en Florida dando clases de español.

L.F.P. Mi padre sufrió mucho; yo lo veía amargado. De los dos, mi madre era la más fuerte y se dedicó a trabajar duro para que sus tres hijos pudieran graduarse. Cuando falleció, en 1971, solo se había graduado mi hermano mayor porque yo estaba en Vietnam. Lo primero que pensé fue: «¡Ha descansado!».

XL. Cuenta que era muy mal estudiante y que, por eso, ingresó en el Ejército.

L.F.P. En la universidad, me dediqué a divertirme. Hay personas que lo pasan mal de jóvenes y, después, se hacen mujeriegos. Yo lo hice al revés: me divertí todo lo que pude. Luego, pacté con mi madre que, a mi vuelta de Vietnam, íbamos a montar un negocio juntos. Pero no pudo ser.

XL. ¿Se alistó para sentar cabeza?

L.F.P. En la Escuela de Oficiales, me enderezaron o me enderecé [sonríe]. La disciplina militar me endureció y me ayudó a madurar, sí. En el Ejército empecé a resaltar entre los norteamericanos, y aquello me dio confianza en mí mismo.

XL. Se fue a Vietnam y regresó con una medalla. Muchos soldados volvieron muy tocados de aquella guerra.

L.F.P. Cuando regresé de Vietnam, cada vez que alguien tiraba un cohete yo me echaba al suelo; o me bajaba del coche si se atascaba en un callejón. Eran reflejos de la guerra, que tardé en quitarme. Pero regresé con ganas de triunfar. Lo triste es que aquella guerra no se ganó... y meterse en algo para perder no va conmigo.

XL. Años después brilló como ejecutivo de ventas en Procter & Gamble. Casado y padre de dos hijos, viene a España con Johnson & Johnson. Pero en su cabeza continúa la idea de iniciar un negocio, algo que su mujer no comparte.

L.F.P. Ella estaba muy desilusionada porque, cuando acabé la universidad, yo quise montar varios negocios y no conseguí suficiente capital para ninguno de ellos; así que me centré en mi trabajo de ventas, con la idea de triunfar en una multinacional. Cambié mi sueño por el sueño de ella.

XL. Tras 17 años de matrimonio se separa de su mujer. Por las mañanas sigue siendo alto ejecutivo y, por las tardes, se pone el delantal de amasador de pizzas, en la que será su primera tienda: Pizza Phone.

L.F.P. Vi viable montar el negocio de las pizzas a domicilio porque en España no existía. Fui pionero. El local no me iba a costar mucho, cobraba al contado, no me parecía complicado hacer una buena pizza ni repartirlas... Contraté a un joven que decía que sabía.

XL. ¿Y no sabía?

L.F.P. Teníamos que perfeccionarlas y lo hicimos a base de invitar a unos chicos que salían de jugar al baloncesto por la zona; ellos, a cambio de comer pizza gratis, nos daban su opinión. Un miércoles se pusieron todos de acuerdo en cuál era la mejor y el viernes abrimos la pizzería.

XL. Dejó su anterior trabajo y se concentró en abrir nuevas tiendas. La segunda de ellas ya se llamó Telepizza y llegó a cubrir el 64 por ciento del mercado.

L.F.P. No podía dejar de crecer porque sabía que pronto vendría la competencia. Hay que crecer mucho para que otros no te aplasten y porque lo que no crece muere. Esas eran mis dos máximas.

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