Abierto de Australia

Nadal vence a Medvedev y a mil rivales más

El balear, tras un cuento de pesadilla con sus lesiones, resurge de sus cenizas tras seis meses sin jugar y conquista el título en Australia en una final de cinco horas y 24 minutos

Nadal redefine lo imposible: remonta dos sets y es líder en solitario con 21 Grand Slams

Rafael Nadal AFP

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El historial médico de Rafael Nadal es casi tan largo como su palmarés. Heridas de guerra marcadas para siempre en su cuerpo que han perfilado también su trayectoria. Un renacimiento constante desde el dolor y que pone su culmen en esta final del Abierto de Australia, ganada ante Daniil Medvedev , después de otro ejercicio de resistencia y pundonor para remontar, en cinco horas y 24 minutos, dos sets para poner un paso en otra dimensión, una huella donde nunca nadie había pisado antes, su nombre en el título de Grand Slam número 21, desempate en la carrera por la eternidad que protagoniza con Novak Djokovic y Roger Federer. Como el propio Nadal dijo tras alcanzar la final, hay victorias que son más importantes que cualquier título. Volver a jugar al tenis después de seis meses rozando la despedida es una de ellas. Seguir jugando al tenis a sus 35 años, cuando con 19 ya auguraban su final , es otra. Ganar su vigésimo primer título de Grand Slam 17 años después del primero, y de esta manera, sin duda es la más grande.

En 2004, una fractura por estrés en el escafoides del pie izquierdo ponía la primera alarma y el primer castigo: sin jugar Wimbledon ni los Juegos de Atenas. Ya en 2005, Nadal levantaba su primer Roland Garros -y otros diez títulos-, lucía camiseta sin mangas, pantalones piratas, melena y bíceps XXL, se impulsaba hacia el número 1 y, sin saberlo todavía, empezaba a dibujar una era en su deporte, pero ahí seguía su talón de Aquiles: una malformación en ese pie izquierdo , degenerativa, hacía que su escafoides fuera más fino, y se partió. Los médicos, incapaces de encontrar un tratamiento definitivo aún hoy, daban por hecho que el desgaste sería tal, que no podría jugar al más alto nivel. Tenía 19 años.

Pudo ponerle nombre a su dolencia, síndrome de Muller-Weiss y encontró una solución no exenta de daños colaterales: unas plantillas especiales que modifican su punto de apoyo y llevan el peso hacia otro lado. Tan especiales que hasta las zapatillas tuvieron que hacerse a medida para que cupieran. A partir de ahí, su compromiso con el tenis: ya no recuerda jugar sin dolor . En 2006 fue el soleo lo que lo apartó un mes del circuito, pero persistía sobre todo esa molestia con nombre alemán. La resolución del problema en el escafoides derivó en un desplazamiento de los puntos de equilibrio, forzando otras articulaciones como las rodillas , otro de los puntos débiles que lo han apartado del tenis en más de una ocasión. En 2008 se quedó sin jugar contra Davydenko en París-Bercy y sin participar en la Copa de Maestros. Peor fue en 2009, donde la tendinitis de las rodillas le hicieron perder por primera vez en Roland Garros y ausentarse de Wimbledon. Tampoco le permitieron continuar en los cuartos de final del Abierto de Australia de 2010 ante Andy Murray. En 2012, las rodillas lo obligaron a dar por finalizada su temporada desde la derrota en Wimbledon contra Lukas Rosol. Siete meses sin tenis, y sin Juegos de Londres, por el síndrome de Hoffa, inflamación del tendón rotuliano, derivada de la tendinitis. Tampoco pisó el Abierto de Australia de 2013.

También los ‘nuevos apoyos’ forzaron sus movimientos castigando la cadera y la espalda , lo que le impidió poder competir en la final del Abierto de Australia de 2014 contra Stan Wawrinka -y volvería a darle problemas a principios de 2021-. Ese mismo 2014 añadió a su historial una lesión en la muñeca , adiós a Toronto, Cincinnati y US Open, que reaparecería en 2016 para dejarlo sin Roland Garros y Wimbledon. En 2018, el psoas-ilíaco lo machacó a principio y final de curso, apeado de Shanghái, París-Bercy, la Copa de Maestros y Copa Davis. Y, tras un 2020 congelado por el coronavirus, otra vez el pie, las dudas, la pesadilla.

Su vuelta al circuito, al tenis, a un Grand Slam, a la final de un Grand Slam, es, confesó, un regalo, toda vez que hubo conversaciones en estos meses con la retirada encima de la mesa. Con el profesionalismo inundando el deporte del hoy, no es casi proeza que sea el primer hombre en poner más lejos el infinito a sus 35 años; sino haber sido capaz de ofrecerse la opción de dar ese paso a pesar de todas las cicatrices y de conseguirlo desafiando lo imposible. «Me vuelvo a sentir vivo tenísticamente», sentenciaba el balear estos días. Sonrisa y alaridos al cielo porque no son solo triunfos sobre Giron, Hanfmann, Khachanov, Mannarino, Shapovalov, Berrettini y remontada extraordinaria ante Medvedev, sino, sobre todo, un triunfo sobre sí mismo.

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