La vida y el deporte como regalo

Crónica y testimonios de Enrique, Alfonso y Joaquín, trasplantados hepáticos que han encontrado en la actividad física la ilusión para superar todas las adversidades

Alfonso, Joaquín y Enrique, ejemplos de constancia y equilibrio con el deporte ABC
Roberto Arrocha

Roberto Arrocha

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Un proyecto. Una ilusión. Deporte. Vida. Estas cuatro palabras entrelazadas podrían responder a muchos estímulos. A muchas preguntas. Pero esta historia, estas tres formas de entender la vida que protagonizan Enrique Delgado, Alfonso Núñez y Joaquín Márquez, garantizan algo más. Es el regalo de quienes recibieron la donación de un órgano para seguir latiendo, sintiendo; es la bravura y el orgullo de tanta gente buena que mira por los demás cuando crees que el abismo es continuado; es querer seguir amando y siendo amado; es lo que viene después del sueño, una realidad que acongoja, que emociona cuando conoces (y comprendes) que Enrique, Alfonso y Joaquín volvieron a nacer para vivir de manera más plena, más convencidos de que ser y estar es una oportunidad, un presente, siempre, con el deporte como estímulo y camino a recorrer.

Enrique, 66 años; Joaquín, 65, y Alfonso, 63, pasaron del miedo y la lógica inquietud de tener que pasar por el proceso de un trasplante de hígado a la alegría e ilusión por poder seguir dando pasos con absoluta normalidad. Viven con retos, con objetivos a superar, con ganas de decirle al mundo que se encuentran perfectamente y que nunca olvidarán la ayuda de la Asociación Andaluza de Trasplantados Hepáticos «Ciudad de la Giralda» cuando el hígado les dijo basta. Los tres tienen tantas cosas en común que parece fácil enumerarlas: el transplante, la constancia, el esfuerzo..., pero, sobre todo y ante todo, lo que primero que se percibe al departir con los tres es el amor por la vida.

«Acabo de salir de hablar con mi entrenador, y ya me he puesto como objetivo hacer el Triatlón de Sevilla, que es en octubre, y la media maratón de Los Palacios, que es en diciembre», dice Enrique, desde Alcalá de Guadaíra, poco después de resaltar lo que es para el deporte: «¡Es mi vida! Entrenar es una medicación para mí. Llevaba un tiempo sin poder hacerlo porque en abril me operaron de corazón, de la válvula mitral; ¡uff! Estaba que me subía por las paredes. Es como que me faltaba algo, no sé, una sensación muy rara. El cardiólogo me dijo recientemente que ya podía volver a hacer deportes. Esa es la mejor noticia que me podían dar. Entreno seis días a la semana. Pertenezco a un club de Triatlón que se llama 'Capa CC Los Alcores'», dice eufórico. Fue hace 11 años cuando recibió el trasplante de hígado y asegura que el deporte le ayudó a recuperarse de una manera más rápida: «Antes del trasplante llegué a perder 45, 46 kilos. Pasé un año muy mal, muy mal. Y me dijeron que necesitaba un hígado. Sí o sí, ¿Sabe cuántos días estuve en el hospital? ¡Sólo 9! La mentalidad es clave, tener una ilusión y una motivación en ese momento. Yo quería salir para entrenar, siempre, claro, bajo la supervisión medica. Empecé con una bicicleta estática, y a los dos años, en 2011, ya hice la Media Maratón de Los Palacios», declara orgulloso.

También Joaquín, de Pilas, encontró en el deporte el mejor estímulo para recuperarse: «Yo me encontraba bien, pero en los análisis de sangre salió algo (silencio). Los médicos empezaron a extrañarse de que no tuviera cansancio. Para ellos, era raro que pudiera hacer vida normal. Así me lo dijeron. Pero, de repente, y sólo dos semanas antes del trasplante, entré en una fase muy complicada. Me puse amarillo, y me añadieron a lo que se conoce como trasplantes 'urgencia cero'. Eso quiere decir que no se podía esperar, era cuestión de días», sostiene mientras no puede evitar la emoción. En total estuvo unos 20 días en el hospital: «Les estaré de por vida agradecido a los médicos y a la Asociación Andaluza de Trasplantados Hepáticos. Me venían a ver todos los días. ¿Y sabe lo que yo pensaba? Pues si ellos están bien, que han recibido un trasplante, por qué no lo voy a estar yo. El 16 de diciembre de 1999 volví a nacer; hace ya 21 años que todo cambió para mí», recuerda.

Joaquín no logra entender su vida sin el deporte: «Llegué a jugar en los juveniles del Sevilla, en el Pilas; jugué al tenis, al balonmano. Ahora pertenezco al 'Club CycloPilas'. A los tres meses del trasplante empecé a andar, y a los seis comencé a coger la bicicleta. Ahora salgo con Cyclopilas tres días a la semana. Podría hacerlo más, claro, pero también necesito recuperar. Nos pegamos unas buenas carreras. Los martes y jueves solemos hacer unos 50, 60 kilómetros, y los domingos, 70, 80, 90; depende del día. A mis compañeros se les olvida que soy trasplantado (se ríe). Hay veces que les tengo que decir: 'pararse un poco, ¿no?' Lo que yo siento en la bicicleta es inexplicable. A mi me da vida, porque, precisamente, es un momento en el que siento que estoy vivo, muy vivo».

Alfonso, al contrario que Enrique y Joaquín, jamás hizo deporte antes de recibir el trasplante. Vive a medio camino entre Vélez Rubio, Almería, y Dos Hermanas, y siempre lo hace acompañado de su bicicleta: «Estuve 22 años enfermo, con muchos problemas. Pero en los nueve últimos meses antes del trasplante lo que yo quería era morirme. Es muy fuerte, sí. Pero es mi verdad. Lo deseaba. Perdí 75 kilos. No podía más. Lo veía clarísimo. Quería morirme». El 3 de abril de 2014 lo cambiaría todo. Literal. «Con el transplante reviví. De repente, me vi con una nueva vida. Me entró una euforia que aún me dura. Comencé a vivir. Sentía que necesitaba hacer cosas, un afán por superarme. Durante los cuatro, cinco primeros meses tras el trasplante no podía andar, pero me sentía muy bien. Un día vi la bicicleta de mi hijo en casa. La cogí. Y di una vuelta pequeña. Fue una sensación única. Es gracioso porque ahora no puedo parar de coger la bicicleta. Me he puesto un reto, quiero hacer una etapa, yo sólo, de 100 kilómetros. Es una ilusión que tengo ahora», subraya Alfonso. Habla rápido, con ganas de contar muchas cosas: «¿Sabe lo que supuso para mí poder hacer la romería de mi pueblo hasta el Santuario, de 22,5 kilómetros? Yo, que quería morirme, que no tenía fuerzas para seguir luchando. Cuando me veo con los demás, pudiendo haciendo lo mismo, me entra una satisfacción tan grande... La gente que me conoce, se ríe; algunos me dicen: 'Pero Alfonso, hay que ver lo que se puede conseguir con el trasplante, tú que antes no hacías nada de deporte, y ahora estás que no paras'», finaliza con el orgullo de haberse demostrado que no hay imposibles, que en la vida, y por la generosidad de muchos, no hay que perder nunca la esperanza.

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