Supercopa de España
Barcelona - Athletic de Bilbao: Una final sumida en el silencio
La histórica cita, pese a las desangeladas entrañas de La Cartuja, fue un viaje extraordinario por el pabellón auditivo de las emociones, abierto a cada jugada
Resulta fascinante darse cuenta de que el silencio también se explica con palabras . Pasa en el fútbol y en la vida, que a menudo suelen ser lo mismo. Porque esto va de ganar y de aprender cuando no se gana. No fue menos la extraordinaria final de la Supercopa de España que mantuvo atentos, por señal sevillana, a 182 países que disfrutaron de cada segundo que regalaron Barcelona y Athletic de Bilbao de 120 minutos de fútbol al más alto nivel. En la previa del partido, Andalucía volvió a erigirse como capital y epicentro del deporte nacional con el foco principal en su capital. Y todas esas sensaciones y experiencias no las captó el aficionado, que no pudo acudir por primera vez en la historia al partido decisivo de la competición. Como el motivo es de sobra conocido, sí merece la pena detenerse en los detalles. En lo que no se ve en la televisión, pero sí se puede escuchar si se lee. En los sonidos .
Concretamente, los que llegaban a través del oído desde mucho antes de que Gil Manzano agudizase el tono de su silbato y el resto fuera un simple juego de niños crecidos que juegan en una plaza donde ya no se prohíbe el balón, sino el público. Y es curioso, porque entre tanto silencio, se escucharon cosas. Muchas cosas. Se oyeron rodar los cables y el tintineo de las herramientas de los camiones de una superproducción sin par. El sonido del frío , que inundaba, sin figura retórica de por medio, las pocas nucas que tuvieron el privilegio de ver de cerca la mesa del trofeo. Ah, la plata también suena, claro que sí. Lo hacía de lejos, pero susurraba que ahí estaba la gloria. Rechinó el vapor que emitían los jugadores inmersos en sus bragas en el calentamiento previo, y los tacos entrando en el túnel de vestuarios, un son amortiguado por la lona que vendía el evento.
Crujían los guantes húmedos y las sudaderas de los jugadores; y todos los abrigos del graderío. Porque el partido también suena . ¿Y la música? La podían haber bajado un poquito, a decir verdad. Aunque el sentido de la vista quedaba más que satisfecho por lo que estaba por venir. Restallaba la luz del marcador, ésta sin el tiempo dentro, a pesar de lo que escribió Juan Ramón. Y sonaba cada punzada de los jardineros que apuraban los últimos retoques para que cada balón sonase como merecía la ocasión: fino y suntuoso. Luego, un matiz atronador. Tonos de motivación que bien pudo componer John Williams para dar paso a la salida de los jugadores.
Gimió bien fuerte el protocolo y ya sólo quedaba un partido por disputarse. Toda una galería de tañidos por definir . Y no existió ningún aplauso ni abucheo cuando el speaker dio las alineaciones y retumbó en el eco del viejo monasterio. Silbato al aire de Sevilla del juez extremeño y… nada . La nada que complementan los millones de aficionados que desde sus sofás vibran, gritan y desgañitan por cada metro. Porque para ellos todo cobra sentido cuando lo que hay en juego es un partido de fútbol. En el minuto uno, se escuchó nítidamente una patada a Busquets y nadie corrió a denunciar su caída o a pedir que se amonestara al rival. Gorjeos radiofónicos continuos en los aledaños y un altavoz para la ausencia de autoridad del Barcelona y el intercambio de roles, donde el Athletic parecía vestir de azulgrana y zumbaba su posesión larga con el dominio de los espacios.
Repiqueteaba el canto mudo de los dos técnicos en la banda y los pases no se daban. Se musitaban. «¡Saque de esquina para el Athletic!», vociferaba un comunicador vizcaíno. Y luego atronaba Messi con un disparo al fondo a pocos minutos del descanso. Tristemente nadie devolvió ese balón. Jamás hubo una ignorancia más desoladora. Mugió el barcelonismo domiciliario cuando Griezmann hizo el primer tanto; el VAR no se enteró. Y los vizcaínos respondieron con un clamor similar cuando De Marcos hizo el empate. Marcelino se dejaba la garganta. Y el cuarto árbitro le decía que tampoco era para tanto, o algo así. También se escuchó a Pignoise, y es cuanto menos un dato curioso teniendo en cuenta que su vocalista, Álvaro Benito, analizaba -seguro que con lucidez- el partido tres peldaños más abajo.
Silbó Gil Manzano en la reanudación y chirrió el VAR cuando se creó el runrún del gol anulado de Raúl García tras haber estallado de júbilo por creer que subía al marcador. Griezmann desató más gritos que ahogó Villalibre antes de que el estadio se quedara sin palabras porque se forzaba la prórroga. Rugió Iñaki Williams para poner el tercero, y como un estruendo, castañeteó el golpe que dejó grogui a Dani García y el «uf» posterior del limitado respetable. El último sonido de la noche lo emitió el Athletic de Bilbao. ¿No lo oyen? Es el del nuevo campeón de la Supercopa de España alzando el trofeo al cielo de Sevilla .