David Gistau

Zafarrancho goleador

El Madrid, que parecía haber perdido el gusto por el olor de la presa que traía el viento, volvió a ser la máquina expendedora de goles

David Gistau

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El Real Madrid me recordó a aquel viejo pistolero de Clint Eastwood, William Munny, que se pasaba toda la película queriendo ser bueno, mantenerse sobrio, y lamentando el daño que había hecho en su vida. Y que de repente, después de echarse al coleto tres tragos de whisky para templar la rabia y el afán de venganza por el asesinato de un amigo, se volvía a transformar en el hijo de mala madre que disparaba contra todo lo que respirara. Entre San Mamés y el Sevilla, ignoro en qué momento se atizó el Real Madrid tres tragos de whisky. Pero el equipo lánguido, inapetente, envejecido, que parecía haber perdido el gusto por el olor de la presa que traía el viento, volvió a ser la máquina expendedora de goles que la temporada anterior dejó a Buffon tan agujereado que las bebidas isotónicas se le salían a chorritos del abdomen. Menuda balacera la del sábado. Llega a saltar un «streaker» y lo bajan de un pelotazo. La cadencia de golpes fue tal que en la segunda parte no quedaba nada por hacer y los futbolistas podrían haberse permitido sacar los móviles en pleno juego para cerrar las reservas de la cena o juntarse en el medio campo para fundar un club de lectura. No pudimos ni comprobar cuán vulnerable era la defensa de ocasión, aunque yo sigo sin entender por qué a un central prometedor como Vallejo, extraordinario el sábado en la colocación y en los cruces, sólo lo sacan cuando la única opción es llamarme a mí.

Resultó interesante, además, ver al Real Madrid en sus dos registros. Las contras de la primera parte, aniquilaciones fulminantes del rival en el que cada pase era categórico y no había retórica, me trajeron el recuerdo de cuando debatíamos, en la época de Mou/Pep, si eso era fútbol o si los equipos dominantes por historia debían aspirar a la posesión rumiante del balón y a la ocupación del espacio ajeno. A mí me gusta ese juego como de flechitas rectas en la pizarra, sin sinuosidades, orientadas todas hacia la portería. Es como el sexo de pinga, sin devaneos ni entretenimientos periféricos con plumas de ganso.

Pero, por si había duda de su versatilidad, el Real Madrid se puso en la segunda parte, ya aquietados todos por la contundencia del resultado, a practicar el juego de masticación larga alineando a la vez a esos bajitos fantasiosos que parecen todos el mismo a poco que se siga el partido sin las gafas de ver de lejos. (Prueben a desenfocar a Isco, Asensio y Ceballos y comprobarán que no es tan fácil distinguirlos). Agréguese a Modric, otro virtuoso, y resulta que ahí va cuajando un estilo que se establece en el borde del área rival, requiere menos espacio que el chotis y en el que se hace menos frecuente ver a delanteros lanzados en carrera larga. Benzema, aunque siga sin hacer goles, se ha adaptado bien como eje para las paredes, de espaldas a la portería, y allí mete balones con mucho sentido y ofrece soluciones a jugadas que podrían asfixiarse. CR7 se adaptará también en la medida en que las limitaciones físicas lo irán convirtiendo en un «terminador», en un goleador de área que hasta agradecerá no tener que pegarse con centrales jóvenes esas carreras que poco a poco va dejando de ganar. Al que veo con más dificultad para conectarse con estos chicos que juegan en corto delante de defensas cerradas es a Bale, que sí parece necesitar más espacio para hacer llegadas. De todos estos, Bale es el único que necesita moverse más y más rápido que la pelota. Los demás son un pinball. El balón va de unos a otros hasta que encuentra la grieta del pase final. Y si esa grieta no aparece, los chicos tienen recursos para conservar el balón e improvisar un truco de prestidigitador incluso con tres tíos de 85 kilos echándose encima. Está muy bien si hay goles. Si no los hay se convierte en una galería de detalles que demuestra que no es lo mismo hacer jugadas que jugar, igual que no es lo mismo hacer frases que escribir. Bueno, yo qué sé, es por decir algo.

Zafarrancho goleador

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