Real Madrid

Muere Pachín, el multiusos de la leyenda

Enrique Pérez jugó de lateral y de central, en todos los puestos de la retaguardia. Era un comodín para Muñoz, que sabía que cubriría la misión con rigor. Era un gran amigo de Di Stéfano, de Santamaría. Un hombre que daba buenos consejos

Pachín, en un partido con el Real Madrid EFE
Tomás González-Martín

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Ha muerto Pachín, el hombre todo terreno de Miguel Muñoz. Un jugador duro, fuerte, de poderío físico y sobre todo disciplinado en el campo. Cuando el mítico entrenador le decía que había que marcar a un rival, era el clásico defensa que lo seguía hasta el vestuario enemigo. Se ganó con Muñoz y con todo el Real Madrid de la leyenda la categoría de «fiable» y ese elogio era mucho en un equipo que ganaba Copas de Europa. Di Stéfano, Santamaria, Puskas y Gento estaban tranquilos cuando a Pachín le encargaban el marcaje de un adversario. Ya pensaban en otra cosa. Ese punto estaba cubierto.

Enrique era un hombre centrado, equilibrado, con sentido común, el menos común de los sentidos. Y mezclaba esas virtudes con la gracia. Comer con él era la risa asegurada, porque se reía de sí mismo y de su paisano Marquitos, de Di Stéfano, de Vicente, de Gento, de Santamaría y de todos aquellos amigos inolvidables que marcaron su vida en el Real Madrid hasta estos últimos años, cuando la decadencia física fue un extremo derecho que por fin pudo con él. «Podrá conmigo, pero sin balón, el balón no pasa», nos dijo la última vez que hablamos con él.

Competía con Marquitos con los chistes y las anécdotas . Su amigo Marcos era un compendio de bromas, hasta que Pachín le decía: «Marquitos, basta ya», y le hablaba de la primacía de Torrelavega. El duelo con Santander era la comidilla de cada almuerzo.

Hay que hablar claro y Pachín lo era. Durante décadas estuvo molesto con el comportamiento del club después de dejar la primera plantilla. Lo relataba en privado. Sus compañeros de siempre lo sabían y le tranquilizaban. Pensaba que la casa no se comportó bien con él, pues no contó con él y sin embargo vio como sí se daba trabajo a otros compañeros de su época y posteriores.

Enrique nunca se quejo públicamente. Lo decía a nivel interno. Nunca criticaría a su Real Madrid, el club de su vida. «El Real Madrid es intocable, está por encima de todo», decía. Sabía que eran errores de algunas personas de los años sesenta y setenta, no culpa de la entidad como tal.

Las reuniones con él eran plena alegría, fiesta . Ahí se olvidaba de todo y recordaba los grandes momentos: «Había que ver a Marcos vestido de escocés, con la falda y la gaita, cuando ganamos la quinta, menudo numerito», decía de su viejo amigo en aquellas charlas inolvidables, mientras Di Stéfano y Gento les escuchaban partidos de risa. Las andanzas de los dos cántabros daban para escribir un libro.

Ese gracejo con sorna, esa capacidad para dar alegría, era complementaria a su buen juicio. Dio siempre buenos consejos a sus compañeros y amigos. Era consultado. Enrique, que estaba dolido por aquel olvido del club en los lustros posteriores a su retirada, era quien frenaba a otros colegas cuando sufrían en su enfado por situaciones similares.

Ha muerto a los 82 años. Vistió la camiseta blanca entre 1959 y 1968 y jugó en la retaguardia del equipo que conquistó las Copas de Europa de 1960 y 1966. Defensa polivalente e internacional con la selección española , jugó 218 partidos y conquistó entre otros títulos dos Copas de Europa, una Copa Intercontinental, siete Ligas y una Copa de España .

Un abrazo a su esposa Mercedes, que ha estado a su lado siempre, hasta el final. A sus hijas Cristina y Mercedes, que aprendieron de su padre la disciplina en el trabajo.

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