Real Madrid-Barcelona
Prohibido ser segundo
Decía y repetía Don Alfredo Di Stéfano que «ser segundo es ser el primero de los últimos». Una frase que debería quedar labrada en el frontispicio del Bernabéu, el templo que levantó el Madrid gracias a las ansias del argentino por ser siempre el primero. He aquí la tragedia y la gloria que acompañan al perdedor y al vencedor de cada clásico. Ningún otro duelo futbolístico de los que se juegan en el mundo es tan cruel con el que lo pierde ni tan benévolo con el que lo gana. Caer en el clásico significa, la mayor parte de las veces, ser el segundo de la Liga española, es decir, el primero de los últimos del mejor campeonato del mundo. Eso, para cualquier otro club del planeta, sería muchísimo, pero no para el Madrid y el Barcelona, dos equipos diseñados con la única idea de ser los primeros, que en este caso tiene doble premio: ganar un título e impedir que lo gane el eterno rival. Tan importante es lo primero como lo segundo. Por eso, durante 70 minutos los de Zidane y los de Setién anduvieron sobre el alambre, con el pánico a caer en el abismo de los segundones. Hasta que Vinicius tuvo justo premio a su perserverancia. Podrá errar -la mayor parte de las veces- o acertar -como ayer con la ayuda de Piqué-, pero nadie puede negarle al joven extremo brasileño su aversión a representar un papel secundario. Un gol que, rematado con el que anotó al final Mariano, pone líder al Madrid y le hace depender de sí mismo a doce fechas del final. Otras temporadas, a estas alturas, a los blancos ya solo les quedaba el triste consuelo de ser segundos o incluso terceros. Hoy solo ellos pueden bajarse del primer puesto del podio. El único que le valía a Don Alfredo.
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