Juan Arenas, el piloto con traje de alas que pasea el nombre del Sevilla por toda Europa
«Cuando saltas, se congelan las emociones y se para el tiempo», explica el piloto sevillano
La evolución del salto BASE (acrónimo de los términos en inglés Building, Antenna, Span y Earth) al vuelo con traje de alas entre montañas, una especialidad extrema del paracaidismo conocida como wingsuit o wingfly, ha ganado muchos adeptos en todo el mundo. Uno de los mejores saltadores españoles -o piloto de alas- es el sevillano Juan Arenas, de 41 años . Siempre tuvo «el gusanillo del vuelo en las venas» , desde pequeño, y quiso ser piloto aéreo incluso por influencia de uno de sus abuelos. En 2009 se inició en el paracaidismo , luego se formó desde 2010 en el salto BASE y en 2012, al fin, en la aventura del traje alado.
«Mi primer salto fue en Monte Brento, en Italia. Hay un desnivel de 1.250 metros que te permite volar más de un minuto» , cuenta Arenas, economista de profesión, director de un colegio, seguidor del Sevilla, instructor de traje de alas y coach de la marca que lo equipa. Hace poco estuvo en Monte Casale , en Trento, donde le dedicó el vuelo al Sevilla Fútbol Club . Tiene un bagaje de más dos mil saltos y no deja de entrenarse. «Cada año hago unos 200 saltos de paracaídas y unos 150 de traje con alas. Soy uno de los saltadores más activos de Europa. La vista de pájaro es impresionante. Es una mezcla de miedo, respeto, alegría y euforia, pero una vez que saltas se congelan todas las emociones . No existe nada. Se para el tiempo, estás concentrado. Es como Márquez encima de la moto, que disfruta como un enano. Hay adrenalina y endorfina, mucha felicidad», describe Arenas, absolutamente consciente de los riesgos que entraña esta práctica, sin margen para el error. «El miedo siempre está ahí, otra cosa es que me paralice. Y no lo hace. Intento minimizar los riesgos y dejar en el aire sólo un factor que no podemos controlar ni en el deporte ni en la vida: la suerte . Otros, como la meteorología, los controlamos muchísimo. Y también el entrenamiento, revisar el equipo, el plegado… No dejo ningún fleco suelto en todo lo que esté bajo mi control», dice.
Se empieza saltando de un avión -hacen falta 200 saltos acreditados en paracaídas para iniciarse en el traje de alas- y el siguiente paso es la montaña. «Practicarlo ahí es ya una decisión personal porque en la montaña no hay control. Es un deporte muy libre en el que cada uno va desarrollándose sobre la base del sentido común y sus límites. Lo comparo con el alpinismo: nadie sube a un ochomil sin años previos de entrenamientos graduales. El paracaidismo está muy controlado. Hacer los cursos con saltadores experimentados te habilita para ir a la montaña. Llegar a ella sin los requisitos previos se llama suicidio», considera Arenas, quien ha llegado a volar un máximo de tres minutos en wingsuit y pisado ya un buen número de países: Noruega, Malasia, Francia, Suiza, Italia…
Hay algunos sueños cumplidos, como haber saltado en The Crack, en Suiza, y otros pendientes de hacerse realidad, como el de Chamonix , en Francia. «Es un salto muy técnico para el que no me sentía suficientemente preparado cuando estaba abierto y, ahora que lo estoy, las autoridades locales lo tienen cerrado, aunque parece que su apertura será cuestión de tiempo. El Salto del Ángel , también, aunque luego el vuelo tampoco es tan espectacular», indica.
Picos de 260 km/h
El vértigo de imaginarse el vuelo se multiplica al conocer las velocidades de planeo. «Se superan los 200 kilómetros por hora, con picos de 260 . Depende del traje que lleves, de su aerodinámica, no de su calidad. Yo llevo el más rápido del mercado, es de carreras y es mucho más técnico, por lo que necesitas más experiencia para hacerte a él», señala Arenas, cuya vida es puro frenesí, riesgo, emoción. Con el abrigo de la familia, todo es más fácil. «Ella, mi pareja, no pertenece a este mundo, pero me respeta y apoya muchísimo. Eso es importante. En casa también cuento con el respaldo de mis padres y mis hermanas. Saben que no soy ningún loco e intento hacer las cosas lo mejor posible».
Antes de cada salto, la liturgia, casi como la de un torero. «Tengo mis cosas, tengo mis cosas… Mis amigos se ríen porque soy más exagerado que ellos. Los saltadores y los toreros somos muy parecidos en eso: igual que el torero entra al ruedo con la pierna derecha o hace tres cruces antes del paseíllo, en nuestro mundo hay quien toca tres veces el pilotillo , que es lo que abrimos para saltar, o le da besos a una estampita o una medalla», comenta.
En el aire, la única medida de seguridad es el paracaídas. Es el seguro de vida. «Antes del salto se comprueba bastantes veces. En los medios, cuando hay algún accidente, se achaca al paracaídas, pero esto es física y no falla. De mil veces que sueltas el pilotillo, mil veces se abre. Y si falla es por error humano previo, porque hayas dejado algún instrumento que impida su apertura, pero no porque falle el equipo en sí», explica el intrépido saltador sevillano, enamorado de un deporte de riesgo cuya esencia define en muy pocas palabras: «Que la aerodinámica del vuelo sea tu cuerpo es lo más maravilloso que hay» . Este invierno se entrenará en los Pirineos y, a partir de marzo, en Italia y Suiza.
Deporte de riesgo y también caro
El salto BASE exige un desembolso importante. «Un equipo con el traje de alas está en torno a los cinco mil euros , pero con los complementos, entre ellos la ropa de abrigo específica, puede aumentar hasta los 5.500 y los 6.000 euros. Además, el traje de alas no es para siempre, tiene una vida útil y lo tienes que cambiar, aunque también puedes hacerlo antes si sale otro técnicamente más avanzado, rápido o seguro. Es un deporte bastante nuevo y minoritario que se desarrolla muchísimo. Un traje de gama alta puede estar entre los 1.800 y los 2.000 euros , en función de los extras», detalla Arenas. A ese importe hay que unir los viajes, ya que se practica en zonas montañosas, y aparte, los entrenamientos desde el avión. Es, pues, un deporte caro, por lo que sus especialistas, como Arenas, necesitan el apoyo de los patrocinadores.