Valentino Rossi

El borrón del ídolo del pueblo

La patada a Márquez, último episodio de Valentino Rossi, quien se crió en un pueblo de 7.000 habitantes y en carreteras secundarias

JOSÉ CARLOS CARABIAS

El párroco de Tavullia, don Césare Stefani, lleva velando por las almas de sus vecinos durante más de 50 años y, fuera de sus competencias, se pasó muchos inviernos lanzando plegarias al todopoderoso y rogando al cielo por un deseo terrenal. Quería, como sus conciudadanos, un piloto que honrase la costumbrista tradición de la región de Pésaro, cuna de las motos en Italia y su circuito fetiche en Misano. «La Divina Providencia nos envió un regalo exagerado», recuerda don Césare en documentales emitidos sobre el campeón del pueblo en Italia. Como en Maranello cada vez que gana Ferrari , las campanas de la iglesia de Tavullia suenan ocho veces cada vez que Valentino Rossi levanta una copa.

Rossi se equivocó antes, durante y, sobre todo, después de la patada a Marc Márquez . Divo en un país de sangre caliente, no ha reconocido su error por el evidente puntapié al español. Pero eso no anula su historia autodidacta, de puro talento para un deporte de especialistas.

Creció en un pueblo de 7.500 habitantes en el que la tapia que resguarda el castillo y la iglesia era el refugio de una cuadrilla de rapaces sin propensión a los estudios. «Mi infancia fue muy distinta a los de los niños que crecen en una gran ciudad . Básicamente no había nada que hacer en Tavullia. Y esto ayuda a fomentar la imaginación», ha dicho el piloto italiano, nueve veces campeón del mundo.

A Rossi no le gustaban los libros ni los maestros. Mucho menos los deberes y los exámenes. «Hacía lo justo en el colegio, lo que necesitaba para aprobar», recuerda en un documental de Movistar TV sobre su vida. «Me pasé la juventud construyendo scooters, imaginando cómo correrían más las mini-motos. Todas las carreteras que salen de Tavullia son buenas para hacer carreras. Ahí empecé, con mis amigos y sin que nadie nos enseñara».

Las amistades de Rossi en aquella tapia del castillo, los mozalbetes que rehuían los libros, son hoy sus mozos de espada por los circuitos del mundo. Alessio Salucci, Uccio, es la cabeza visible de esas cinco o seis personas que permanecen junto a Rossi y que, como el pasado domingo en Malasia, justifican cada una de sus acciones, por más antideportiva que sea. «No queríamos ir al colegio y menos a la iglesia», rememora Uccio.

Pese a que su padre, Graziano, lo indujo hacia los karts y un futuro en la Fórmula 1, las virtudes de pilotaje de Valentino Rossi sobre la moto prendieron rápidamente desde Tavullia a los campeonatos locales, nacionales e internacionales. Debutó en el Mundial de motociclismo con 17 años, sin carnet de conducir, como la mayoría de los talentos que penetran en esa pasarela sin haber vivido una adolescencia «normal». Solo diez carreras después de haberse estrenado en la categoría de 125 centímetros cúbicos, consiguió su primera victoria en el circuito de Brno. No tenía la mayoría de edad.

Una vida entre válvulas y las farolas de la calle convirtieron a Rossi en un personaje cercano, popular. Un ídolo de andar por casa. Mientras acumulaba éxitos, grandes premios y títulos mundiales, el italiano se expresaba con naturalidad. Se declaró admirador del actor porno Rocco Sigfredi, proclamó su devoción por la pizza y la pasta de su pueblo, probó un Ferrari de Fórmula 1 como le hubiera gustado probar a cualquier aficionado, dibujó en su casco el sol y la luna en reflejo de su doble personalidad afable y agresiva y dedicó un ritual de gestos y mensajes cada vez que subió a un podio y quiso festejar algo. Se disfrazó de Maradona en Argentina, de hippie en otro lugar y vendió lemas en favor de sí mismo. «Scusate il ritardo» (Disculpen el retraso), escribió en su camiseta al ganar su sexto título después de dos años de sequía (2006 y 2007). «Gallina vecchia fa buon brodo» (Gallina vieja da buen caldo), enfatizó al adjudicarse el noveno y último título.

Emigró a vivir a Londres pero ha regresado a Tavullia después de hacer frente a una multa de 30 millones de euros por irregularidades con el Fisco italiano. «Es el único lugar del mundo en el que sé dónde están mis raíces», proclama orgulloso, mientras muestra el complejo que lleva su nombre -VR46- y que ha dado trabajo a más de 300 personas en el pueblo. Un club de fans, con tienda, resturante, pizzería y heladería. «Nadie dirá a un forastero dónde vive Valentino», corrobora Uccio. «Tavullia lo protege».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación