MotoGP

Valentino Rossi, un ego a la altura de su palmarés

El italiano pierde el título y los papeles fuera de la pista en el final de una temporada en la que podía haber elevado su leyenda a los altares

El 31 de marzo de 1996, los Reyes Magos todavía no le habían traído su moto con ruedines a un Marc Márquez de apenas 3 años. Jorge Lorenzo ya apuntaba alto y ganaba, con 8, los campeonatos regionales de motocross alevín. Con 11, Dani Pedrosa se apuntaba el Campeonato de España de minibikes. El 31 de marzo de 1996, Valentino Rossi arrancaba la moto en su primera carrera de su primer Mundial.

Ha mantenido a raya a la edad, sobre todo en este 2015 en el que luchaba por todo y contra todos, empeñado el tiempo en ofrecerle en parrilla una nueva horda de pilotos con las ganas y la agresividad de quien todavía no tiene cicatrices. Su ánimo, encendido desde que se viera en el Gran Premio de Qatar en lo más alto del podio, rejuvenecida también su afición porque Rossi podía alcanzar su décima corona, recordaba al de aquel italiano descarado y osado como ninguno. Ese piloto diferente, raro, a contracorriente, que lo mismo le dedicaba una peineta en plena carrera a un rival que sorteaba a todos para plantarse primero en una vuelta.

Como un juego parecía tomarse su vida encima de la moto: si los rivales se pasaban horas esculpiendo su cuerpo en un gimnasio, él las pasaba de fiesta con sus amigos; si los demás exhibían una apariencia seria, él se presentaba con looks variopintos: pelo largo o rapado, teñido en dos colores o de azul , o de verde; si el resto de la parrilla mantenía las formas, él no dudaba en sonreír siempre ante las cámaras o en amenizar las ruedas de prensa con chascarrillos o chistes. Miles de historietas para un piloto de dibujos animados.

Pero el héroe ha terminado por convertirse en villano. Como un Ícaro, quiso ver de cerca otra vez el sol que acompaña un lado de su casco, pero en Malasia acabó quemado, atrapado en su propia ambición por aumentar una leyenda ya de por sí tremenda. Acusó a Márquez de compincharse con Jorge Lorenzo y tener como objetivo privarle de su décimo cetro. Dice que todo empezó en Australia, pero allí, después de que la Honda le robara cuatro puntos al balear, el maestro y el discípulo se dieron la mano.

En Sepang, la mancha. Una acción inapropiada por nombre y por trayectoria, por su condición y por palmarés. Una patada a destiempo para quitarse de encima a Márquez supuso el borrón que ha arrastrado y ampliado en Valencia. Una patada que fue el reflejo de que el veterano ya no estaba a gusto con que un «pipiolo» acechara su reinado , y que pudiera incluso mejorarlo por edad. Se justificó en lo injustificable, que el español lo estaba llevando al límite. Se creyó lo increíble, que el de Honda solo tuviera una meta en la vida: impedir que ganara. Se aferró a lo inasible: un supuesto complot entre españoles con el final que tuvo ayer.

El tiempo dirá si la mancha ocupa todo el expediente o solo se recuerda como una anécdota más de su carácter ganador. No obstante, de vez en cuando es bueno matar a los ídolos para ver que son humanos, para ver que no estamos tan lejos, para construir otros. Con el ego se labró el camino a su décima corona, el ego se lo quitó.

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