Los 100 metros son un fogonazo. Apenas diez segundos dentro de una competición, los Juegos Olímpicos, que duran dos semanas. Y, sin embargo, nadie pone en duda que la final del hectómetro será uno de los momentos álgidos de Río 2016. Probablemente el más importante, con el estadio olímpico a reventar y el planeta siguiendo la prueba a través de la pantalla. Y el gran protagonista de ese abrir y cerrar de ojos será el velocista más impactante de la historia, el hombre que quiere reinar en tres Juegos consecutivos: Usain Bolt.

Once títulos mundiales y seis olímpicos contemplan a este jamaicano que cumplirá 30 años el 21 de agosto. Nacido en el seno de una familia modesta -sus padres regentaban una tienda de comestibles- en una zona rural de la isla caribeña, de niño pasaba el tiempo jugando al críquet y al fútbol con su hermano. Su entrenador de críquet le sugirió que apostara por el atletismo, pues ya a los doce años no había estudiante más rápido que él en la escuela. Le hizo caso y «Relámpago» Bolt ha entregado un puñado de fogonazos memorables, como cuando fulminó en el Mundial de Berlín 2009 sus propios récords de 100 y 200 metros con registros de 9,58 y 19,19, respectivamente.

El atletismo -duramente castigado por los escándalos de dopaje- necesita a Bolt, su rostro más rentable, el showman que enloquece a la parroquia con su repertorio de muecas y posturitas y sus vaciles a los reporteros gráficos. Porque la carrera del vértigo regala al público en sus prolegómenos y celebraciones una teatralidad que es difícil de superar en otras pruebas atléticas. En Río, donde el jamaicano volador tendrá que aguantar la última embestida de su viejo enemigo, Justin Gatlin, se pondrá probablemente el punto final a una carrera deportiva de leyenda.