Nadie está a salvo

Hasta el muy espeso territorio futbolístico ha llegado, o se ha contaminado, o le ha invadido eso que Baumann denominó la «sociedad líquida». Todo es líquido, la política, la economía, la cultura, la religión y el fútbol. Ya nadie conoce a nadie, ni está seguro de nada. De hoy a mañana las cosas, los equipos, los seleccionadores, los periodistas cambian que es una barbaridad, como las ciencias en la zarzuela centenaria. Nadie está a salvo en este Mundial.

La terrible maquinaria teutona se desvanece y tiembla ante el águila mexicana. La fábrica de prodigios futboleros a ritmo de samba y con la brisa y color de Copacabana se deshizo frente a los fabricantes de queso gruyere, que si nunca tuvieron el esplendor de la Italia de los Borgia, ni a Leonardo, ahora tienen a Zuber. Y qué decir de Messi y diez más, Argentina, impotentes, pesados como un ladrillo ante la vikingada islandesa, o Inglaterra que se salvó en el 91, o Francia en donde ya han comenzado la canonización del VAR. ¿Y España? Pues en Kazán, con más de quince mil iraníes felices –sobre todo las mujeres, que se pueden quitar el velo y vestir como les plazca- de estar lejos de los jomeines y animando a los de Queiroz.

Esto es lo singular de este Mundial, la proclamación de que aquí pasa cualquier cosa, y para algunos nada buena. España también tiene su pena: De Gea. Al portero del United ya le ha llamado el cartero dos veces. Dicen que no hay dos sin tres. Por el bien de la Selección y de él, que no haya una tercera. Por cierto, el chico reaccionó con una soberbia impropia de quien es repetidor en meter la mata o, mejor, en que se le doblen las manos. Volvamos a España. Si algo se aprendió del buen partido frente a Portugal fue que los goles no llegaron, precisamente, por el toque. El toque es anémico en goles y bulímico en el pase. Aburre y ya no adormece. Queiroz, como Santos les va a jugar a la contra. A Portugal les sobro toque para colocarle tres a De Gea. Tomen nota.