Las reacciones en Argentina al triunfo de la selección

Prensa y afición festejan por todo lo alto la consecución del pase a octavos de final

AFP

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Messi resucitó y Argentina le perdonó a él y a todos sus compañeros (Sampaoli es otro cantar). De villanos a héroes, los jugadores de la albiceleste paralizaron el país durante esos eternos 90 minutos que les llevaron directos a los octavos de final de la Copa del Mundo. De la euforia del golazo de Messi en el primer cuarto de hora a la depresión del segundo tiempo y de éste, de estar al borde del abismo, a retomar el vuelo como un Superman vestido de Rojo (con mayúsculas)· “Gracias muchachos! Te quiero mucho, Rojo querido!!», tuiteó un Mauricio Macri que sufre y disfruta el fútbol, con la misma intensidad que con su Gobierno.

Argentina llegó frente a Nigeria con una sobredosis de realidad combinada con sesiones de flagelación cruel. La prensa deportiva, la otra y la gente, se habían recreado, sin agotarse, en la derrota contra Croacia y la actuación «invisible» del hombre que frente a Nigeria hizo «magia pura» en el primer tiempo y recuperó el título del «mejor jugador del mundo». La «Messidependencia» de la que habló Clarín fue cierta pero también, «la angustia», que resolvió Rojo «in extremis» con una volea a cinco minutos del final. Palabras geniales se repetían e imprimían en el ciberespacio periodístico: «Un objetivo de mínima convertido en milagro», «el golazo de Rojo que gritó todo el país», «heroico» o «Dios está con nosotros», como sentenció el diario deportivo Olé, fueron algunas expresiones repetidas.

«¡Asi somos los argentinos! Nos merecemos cosas buenas. Basta de pensar que sólo nos toca lo malo. Vamooos Argentina!». Los mismos locutores que hace menos de una semana embestían contra su selección explotaban de alegría con un resultado que los tuvo, «del paro general de ayer (en alusión a la huelga de la víspera) al paro cardiaco». Pero, en rigor, todo era cierto. Argentina pasó de no existir en el planeta de la Copa del Mundo a dejarse la piel en el campo y colarse en los octavos porque tiene un dios propio, el mismo que logró «que Croacia ganara a Islandia, que Messi hiciera lo que sabe hacer y que Rojo nos regalase el pase a octavos», reconocían.

La cara y la actitud de Lionel Messi fue, por primera vez en la primera fase, la de un jugador que no necesita pedir perdón por existir. Con su mujer y sus hijas en Rusia para animarle y el resultado en su pie derecho, respiró aliviado: «Desde hoy empieza otro Mundial para nosotros», proclamó. Para la selección, para el país y para Diego Maradona, que de tanto interpretarse a sí mismo en su versión más bullanguera le dio algo parecido a un soponcio y le tuvieron que retirar del palco. O, quizás, el subidón fue fruto de la emoción que le provocó, después de quince años de retirarle la palabra, retomarla con un abrazo a Guillermo Coppola.

Argentina y Buenos Aires, ahora, son una fiesta. Durante el partido las calles estaban más desiertas que el día anterior de la huelga, en los bares las pantallas gigantes mostraban la película de la primera final del Mundial y se temía que fuera un funeral precipitado. El partido era a todo o nada. Y fue todo, porque Dios, como repetían, es argentino. Y sino no lo es, se le parece mucho.

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