Euro 2016
Seguridad, cancán y David Guetta
Grandes medidas de seguridad en la ceremonia de inauguración de la Eurocopa
Nada podía pasar. Defendido el espacio aéreo por el Ejército, del terrestre se encargaron las fuerzas de seguridad y los centenares, miles, de empleados y voluntarios de la UEFA. El impresionante Stade de France parecía una fortaleza perimetrada y con foso . El cocodrilo llevaría peto de «steward». Control de aeropuerto, seguridad en cada esquina, y, al más mínimo deambular, alguien pidiendo la acreditación. Si uno, con el ordenador a cuestas, se hacía el despistado en un cruce de pasillos, no tardaba en aparecer alguien de la UEFA pidiendo la exhibición del documento. Había casi tanta gente mirando el partido inaugural de la Eurocopa 2016 como gente siendo observada. Tres horas antes la sala de prensa fue desalojada para que los perros encargados de detectar explosivos dieran un último repaso. Para alguno explotó la famosa «bomba informativa». Cada metro fue analizado.
La sensación era de estar ante un reto mayor de seguridad . El lugar más seguro del planeta. La UEFA crea en los estadios una avanzadilla del futuro, quizás. Un acceso restringido a un estado de seguridad absoluto. No sólo se ha de acreditar constantemente la identidad, sino que cualquiera con un peto puede solicitarlo. Una vez dentro, toda expresión que no se ajuste al #respect UEFA queda restringida. Se logra un espacio aséptico a través de sucesivos filtros. Uno de los fondos estaba ocupado en un tercio por la afición rumana, mancha amarilla en un mar de tricolores cuando Francia salió. Mar de tricolores, pero con islas. En la tribuna asomaban aún unos inexplicables claros. ¿Los famosos patrocinadores de la UEFA? Siempre están en el mismo lugar en los estadios: el gallinero corporativo.
Saltó Rumanía y un par de aviones cruzaron el cielo como dos centinelas de guardia. A los 20 minutos se animó el estadio. Pusieron el «Jump», y la gente, viéndose en pantalla, no tenía otra que dar saltitos de acompañamiento. ¡Como para negarse!
La ceremonia había comenzado. Se extendió una tela sobre el césped a modo de jardín ¿o lis francés? Tiovivos en el centro, acordeones, música francesa, y de repente can-can, las piernas en alto. Era como la futbolización de Toulouse Lautrec. «La vie en rose». Evocación de mitos franceses postimpresionistas (como Inglaterra en Londres 2012). Y de Edith Piaf se pasó un poco abruptamente a… David Guetta.
Para un español acostumbrado a La Fura dels Baus, si no hay formas esqueléticas y gelatinosas en una ceremonia no es lo mismo, pero por lo menos había marcha. Del can-can al cancaneo. Música de chiringuito internacional, de concordia universal, de entrarle a la guiris. El mundo del fútbol ama a Coldplay. Guetta hacía pensar, por extraña asociación de ideas, en Kiko Rivera, que quiso ser futbolista y se quedó en DJ. Pinchaba en el centro con la misma cara de Modric. Hacia él avanzó una banda de música que ocupó el campo. Salieron los equipos, sus banderas. La Torre Eiffel izada en la grada como una bandera vertical y mayor. Sonó el himno de Rumanía y luego la Marsellesa y el estadio se llenó de manos al aire, de voces encendidas, una tregua a la asepsia organizativa. Un himno que es imposible considerar solo francés encendió en el cielo gris, parisién total, un rubor alegre. La luna, la Eurocopa. Todo había salido bien.
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