Fútbol
La violencia endémica del fútbol galo
La invasión del césped durante un partido del fin de semana reabre un problema de difícil solución en Francia
Hubo un tiempo en el que los dirigentes del fútbol mundial presumían de tener a los hinchas más violentos en sus gradas. Veían el fenómeno como una ayuda para sacar adelante los partidos y alimentaban a esos ultras con viajes y entradas gratis. Facilidades que hicieron crecer el fanatismo, un problema que se ha ido extirpando poco a poco de los estadios europeos en los últimos años, pero que aún es grave en algunos países. Entre ellos, Francia, donde los violentos siguen protagonizando episodios lamentables con una regularidad vergonzante. El último, sacudió el domingo al Olympique de Marsella , tantas veces origen del conflicto y víctima ayer cuando uno de sus jugadores recibió un botellazo de la grada radical del Niza.
Dimitri Payet se revolvió entonces, furioso, y devolvió el lanzamiento, desencadenando una batalla campal. Saltaron al césped cientos de radicales, rabiosos y encendidos en busca de venganza. Una turba violenta que buscaba camisetas azules mientras los miembros de la seguridad privada y los propios jugadores del Niza trataban de calmar los ánimos. Era una guerra perdida, pues no atienden a la razón estos fanáticos cuyo objetivo no es disfrutar del deporte, sino ver ganar a su equipo por encima de todo. Acabaron en el vestuario los futbolistas, protegidos por las fuerzas de seguridad, donde comenzaron ya a verse las consecuencias del enfrentamiento. Hematomas, rasguños y miedo . Mucho miedo. Tanto, que el Olympique se negó a volver al césped cuando el árbitro, casi dos horas después, decidió que ya se daban las condiciones para reanudar el encuentro.
La negativa podría costarle al equipo la pérdida de los puntos y una sanción, aunque parece poco probable que eso ocurra. La propia liga francesa, harta de ver cómo su producto se devalúa por culpa de los violentos, está decidida a atajar el problema. Ha convocado a todas las partes a una audiencia disciplinaria en la que se tomará la decisión adecuada para poder terminar con el partido (quedaban quince minutos más el añadido) y quiere sentar las bases para erradicar un problema que mancha el campeonato otra vez tan solo unos días más tarde de que Leo Messi aterrizara en él.
Asalto en el entrenamiento
No es la primera vez que la violencia campa a sus anchas en el fútbol francés. Hace solo unos meses, en enero de este año, el director general de la Ligue 1 - Arnaud Roger - decidía suspender un partido entre el Marsella y el Rennes después de que alrededor de 200 ultras hubieran asaltado el centro de entrenamiento, agrediendo a varios jugadores y provocando algunos incendios menores. «Esto es dramático. La seguridad de los campos de entrenamiento no es de nuestra competencia, pero hemos pagado las consecuencias», asumía con pesadumbre el dirigente.
En los últimos años, la violencia en el fútbol galo ha ido en aumento, en un movimiento inverso a lo que ha ocurrido en muchos otros países de su entorno. Según la División Nacional de la Lucha contra el Hooliganismo (DNLH) -Policía especial creada por el gobierno francés hace una década para erradicar a los violentos-, los altercados y las detenciones en los estadios habían crecido un 16 por ciento antes del estallido de la pandemia y la vuelta de los aficionados a los estadios no ha mejorado las cosas.
Este cuerpo especial reconoce haber documentado un aumento de los actos violentos organizados coincidiendo con partidos muy específicos y de alto riesgo. De hecho, no es extraño ver cómo muchos de esos encuentros tienen que ser suspendidos en varias ocasiones por incidentes dentro de las gradas.
La ministra de deportes francesa, Roxana Maracineanu , reconocía ayer que había que buscar soluciones urgentes a un problema que se ha instalado en el deporte de su país. «Esos ultras no deben volver a entrar a un terreno de juego. Estos incidentes vividos en Niza son un insulto para el fútbol y el deporte», señaló.
Unsultos a Mbappé
Como ella, el alcalde de Niza -Christian Estrosi-, calificó el episodio vivido como inaceptable. «Hay que identificar de una vez por todas a los responsables y sancionarlos duramente. Los dirigentes son uno de los objetivos de estos grupos ultras, que mantienen amenazados a muchos de ellos , pero también los jugadores se sienten bajo el radar de sus críticas y actos violentos. Varios futbolistas del Lille fueron pateados por sus ultras en 2018 tras empatar un duelo frente al Montpellier. «Si bajan a Segunda, los matamos», llegaron a escribir en una pancarta amenazante poco antes de golpear a Thiago Maia, Thiago Mendes y Nicolas Pépé.
Este verano, el propio Mbappé, una de las estrellas del PSG, veía cómo un grupo de seguidores le insultaba durante la presentación del equipo por no haber querido renovar su contrato . Una muestra más de cómo esta violencia endémica no entiende ni siquiera de colores, pues alcanza hasta a los que defienden los de su mismo equipo. Un problema difícil de atajar que ensucia al fútbol galo ahora que todas las miradas se vuelven hacia él por la llegada de Leo Messi.