David Gistau - NADAR ENTRE TIBURONES BLANCOS

A tiro limpio

Faltaba el aguijonazo final de Messi en esa balacera de partido roto y vibrante

DAVID GISTAU

El Barcelona demostró un afán de supervivencia imprevisto cuando el madridismo fantaseaba con engancharse su calavera al cinturón junto a la del Bayern en la cabalgada de este mes lleno de emboscadas y partidos grandes que los blancos siempre recorren en el filo entre lo trágico y lo sublime y en cualquier caso siempre más cómodos en la verticalidad del balón corrido. Eso sí, sin cuajar una sola faena perfecta, un solo trabajo dominante. Fue un partido raro por la tendencia a descoserse, por las imprecisiones constantes en el manejo del balón, que al cabo entronizó la actuación de los dos porteros, Keylor y Ter Stegen, que hicieron paradas propias de superhéroes elásticos de la Marvel. Más allá de ellos, el Real Madrid sigue consagrando el hallazgo de un nuevo favorito, ese Asensio que se atreve a cosas impropias de un chico con personalidad y talento a quien el compromiso debería pesarle más. Y que ayer compensó el flojo tono de la BBC, que está dando más que hablar por sus peinados: las mechas achocolatadas que le hacen a CR7 un nido de pájaros en la cabeza y el moño shogun del quebradizo Bale. Mientras que el Barcelona, aparte del gran gol de Rakitic, sigue llegando tan lejos como lo lleva Messi, cuyas apariciones desquiciaron por momentos las líneas de contención del Madrid.

Para los blancos, el empate era válido desde un punto de vista prosaico cuando parecía que el Barcelona se llevaría botín y devolvería a la Liga incertidumbres desactivadas. En el registro agónico en el cual Chamartín se reconoce tan a menudo, el arreón final con diez jugadores en el campo, que a punto estuvo de completarse con una victoria, satisfacía la noción heroica e irreductible que ese equipo tiene de sí mismo. Pero faltaba el aguijonazo final de Messi en esa balacera de partido roto y vibrante que no sólo cambia el destino de la Liga e inocula dudas al Real Madrid cuando más exigente es para él la sucesión de finales. Con ese gol en el último aliento que dejó helado el estadio, el Barcelona demostró además que, incluso en una versión más mecánica y lenta que la de los años gloriosos, sigue sintiéndose en el Bernabeu como en un estadio donde siempre es capaz de prevalecer. Aunque sea con partidos corajudos que ya no recuerdan apenas el primor de las posesiones largas, hipnóticas, de la época de Guardiola. Tal vez esté ahí el mérito mayor de la victoria de ayer, más allá de la capacidad de recuperación después de las frustraciones ante la Juve: el Barcelona ganó al Madrid en la ley del Madrid, es decir, en el arrebato épico de unos minutos finales incendiados y con la aportación providencial del mismo Messi que contra los italianos y las trampas tácticas de un equipo compacto no se encontró a sí mismo. Un síntoma anecdótico de ese tono más tremendista del Barcelona es la propia cara de Messi, que en los últimos días ha recibido más golpes que un voluntario del club de la lucha.

Justo cuando creía que podía cerrar ese frente y concentrarse en la batalla que le espera contra el Atleti, el Madrid se descubre segundo y con todo por hacer en la Liga. Deja la impresión de que, durante muchos minutos, tanto el Bayern como el Barcelona lo achicaron con juego en su propio estadio. Le tiemblan los cimientos pero sigue en disposición de ganarlo o perderlo todo. Lo dicho, un equipo que ha fijado en el alambre su residencia habitual y que todo lo hace en términos emocionantes. Pero el que siempre vuelve es Messi.

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