Qué tienen en común el Celta y Estambul
Sólo con 18 días de diferencia, y aunque por motivos opuestos, Zidane y Valverde salvaron de milagro la cabeza
Desde que Zidane regresó, tras su etapa gloriosa de las tres Champions consecutivas, su tono en el vestuario había pecado de arrogante y de autoritario. Demasiado persuadido de su éxito, y convencido de que era sólo suyo, trató a los jugadores con displicencia y olvidó que la primera norma de un entrenador es saber administrar los egos del vestuario. Por imponer su criterio, a menudo contra la lógica más elemental, presentaba alineaciones incomprensibles que tenían por objetivo, mucho más que jugar y ganar, el castigo de algún miembro de la plantilla o el sostenerla y no enmendarla contra toda racionalidad. El Madrid no jugaba a nada, los resultados eran decepcionantes y el presidente del club, Florentino Pérez, tenía tomada la decisión de cesarlo si el equipo no volvía de Estambul con una victoria. Era el 22 de octubre, el Madrid derrotó al Galatasaray por 0 a 1 –gol de Toni Kroos en el minuto 18– y Zidane conservó su cargo. Desde entonces, el entrenador cuidó más sus modos, mejoró su relación con los jugadores y el equipo empezó a jugar mejor y a obtener triunfos meritorios.
El desamor entre la junta directiva del Barcelona y Ernesto Valverde («Esos de la junta», que es como el técnico extremeño se refiere a ellos) viene de más lejos, pero el presidente del club, Josep Maria Bartomeu, es mucho más cobarde. Tras la debacle en Roma, en la que el Barça desaprovechó una ventaja de tres goles y cayó humillantemente humillado de la Champions, Bartomeu quiso echar a Valverde, pero no se atrevió tras dar el equipo una apabullante lección de fútbol en la final copera ante el Sevilla (0-5) y conseguir aquella temporada el doblete.
El pasado mes de mayo, ante el mismo incidente, la junta convenció a su presidente de sustituir a Valverde por Robert Martínez, y Jordi Basté, que tuvo la filtración de uno los directivos, lo anunció el 27 de mayo. A la mañana siguiente el club le desmintió con la habitual agresividad con la que suele arremeter contra los periodistas que explican la verdad y Valverde continuó en el banquillo. Meses más tarde, el propio Bartomeu reconoció a algunos periodistas que lo que había explicado era cierto, pero que tras consultarlo con la almohada decidió desdecirse ante su junta y mantener al técnico. El motivo, que explica muy bien el carácter de Bartomeu y el naufragio de su mandato, es que por lo poco que le quedaba en el cargo –¡y le quedaban dos años!– no quería tomar decisiones arriesgadas. «No me puedo cargar a alguien que ha ganado dos Ligas consecutivas», argumentó.
La mediocridad con la que el Barcelona arrancó la temporada, el pésimo juego y los pobres resultados dejaron otra vez a Valverde al borde del cese, y el pasado 9 de noviembre, horas antes de que el Barça recibiera al Celta al Camp Nou, Bartomeu confesó textualmente a una persona de su confianza: «Si hoy no ganamos, nos lo cargamos». Dieciocho días antes, Zidane había estado en la misma situación y «Txingurri», como Zizou, salvó el cuello (4-1) con dos golazos de Messi de falta.
Si a Zidane casi le mata un exceso de carácter, a Valverde le persigue, y le castiga, el ser un pusilánime y un cobarde. Es extraño que con Bartomeu se lleven mal, porque están hechos de la misma pasta. El Madrid tiene un problema con el gol, y el Barça, que es un geriátrico andante, aunque conserve admirables dosis de talento, se deshace como en Liverpool cuando un rival le exige físicamente. Estas dos flaquezas fueron las que exactamente se vieron en el clásico aplazado y el empate a 0 fue un resultado y fue una metáfora. Los dos equipos están mejor que en octubre, pero está por ver si ello bastará para no hacer el ridículo en la Champions.