El teatrillo de los fichajes

En el teatrillo de sombras chinescas de los fichajes del fútbol una cosa es lo que parece que es y otra muy distinta lo que realmente ocurre. Hasta el punto de que dos noticias en apariencia contrapuestas son perfectamente compatibles. Ayer publicábamos que el Atlético aprobó el verano pasado el traspaso de Griezmann al Barça en 2018. Y hoy informamos de que el club rojiblanco ha denunciado ante la FIFA a los azulgranas por sus contactos con el francés. Lo uno no quita lo otro. La directiva de Cerezo y Gil Marín vio con agrado y hasta con cierto alivio la operación, porque Griezmann hace tiempo que no piensa en colchonero y porque al fin y al cabo la cosa siempre podría ser peor:que fichase por el Madrid. Así que la entidad atlética dejó hacer, hasta que un exfutbolista aprendiz de directivo llamado Guillermo Amor metió la pata hasta el fondo al reconocer los contactos. Y el teatrillo se hundió.

El fútbol consiente la hipocresía y penaliza la sinceridad. Amor dijo la verdad, pero la verdad es incompatible con el negocio. Un negocio de cien millones, redondo para el Atlético, que mientras llega el momento de hacer caja no tiene más remedio que simular indignación ante sus accionistas y aficionados. Tan antiguo como el fútbol. Tan viejo como la torpeza de los directivos del Barça a la hora de manejar los fichajes de jugadores. Josep Maria Bartomeu, que ya perdió en agosto a Neymar y estuvo a punto de espantar a Messi, es un digno heredero de aquel Enrique Martí que fracasó en el fichaje de Di Stéfano por negarse a abonar un millón y trescientas mil pesetas de la época al Millonarios colombiano.

El resto de aquella historia es sobradamente conocido: Di Stéfano triunfó en el Real Madrid y Enrique Martí aventó la leyenda de que las autoridades franquistas habían beneficiado al club merengue. Si se le tuerce el fichaje de Griezmann, en lugar de echarle la culpa a la incontinencia verbal de Amor, al Barça siempre le quedará el recurso de culpar al Real Madrid. Es una tradición teatral.