Salvador Sostres
Ha sido un honor
Ha sido un honor verte jugar a fútbol, Andrés, ser tu contemporáneo, haber disfrutado de tu concepto de la profundidad, de la verticalidad, de la flexibilidad del espacio. Tu fútbol ha sido una escuela de todas las cosas y en tu delicadeza hemos aprendido a diferenciarnos de las bestias. Ha sido un honor vivir en tu misma ciudad, ser de tu equipo, acostumbrarnos a tu suavidad, a tu talento, a tu prodigiosa capacidad para crear belleza.
Yo he sido uno que ha podido ir por el mundo seguro de tu seguridad, orgulloso de tu deseo concretado de un mundo mejor, y ser del Barça contigo ha dado un nuevo sentido a que nos guste el fútbol. Has convertido tu deporte en una categoría artística y tu discreta elegancia en la metáfora de la solución universal. En los años más difíciles de Cataluña te han aplaudido en todos los campos de España; en los tiempos más populistas y mezquinos tu humanidad no ha dejado nunca de brillar y tus rivales hablan de ti como si fueras uno de los suyos.
Ayer dijiste que te vas porque ya no puedes darnos lo mejor, pero para siempre recordaremos tu final en el Wanda contra el Sevilla. Nos dijiste adiós haciendo el gesto de la ola con la mano y con una deslumbrante lección de fútbol, de tu fútbol. Va a ser duro, muy duro, aprender a vivir sin tu gracia, sin tu magia que nos rescate de la vulgaridad, sin el trazo de tu belleza conmovedora, inspiradora, dadora de esperanza y de infinito. Va a ser durísimo acostumbrarnos a seguir sin que el espacio sea una opinión, una canción, un ritmo como lo es contigo. Y la literalidad de lo lineal, de lo que no se eleva, volverá a ser el pan nuestro de cada día. Como si san Pedro nos dijera ya en el Cielo, al cabo de un tiempo, que se equivocó dejándonos entrar y que en realidad nos toca el Purgatorio, así de desposeídos vamos a quedarnos sin tu fútbol.
Yo soy la cena en Nobu después de tu gol en Stamford Bridge y la sensación que entonces tuve de pertenecer a una idea del mundo que lo podía absolutamente todo. Te lo habrán dicho y repetido muchos hombres agradecidos, y con paciencia habrás escuchado lo mucho que has significado en tantas vidas que ni conoces ni conocerás. Todos tenemos un Iniesta de mi vida y el mío fue el de aquella noche de primavera de 2009, en Londres. Mi matrimonio aún era feliz y mi hija todavía no había nacido. Cuando tras despedirme de mis amigos y de regreso al hotel paseando por Hyde Park, rememorando tu gol una y otra vez, el viento parecía soplarme al oído: «No temas, eres inmortal».