España-Suiza
Sergio Ramos y la ciudad de los muchachos
El silencio de Valdebebas dejó ver la enorme jerarquía del capitán de España
La falta de público le quita casi toda la gracia a la parafernalia con la que la UEFA presenta los partidos de la Nations League , una competición aún por cuajar que intenta asentarse en el peor de los momentos. No luce el himno estilo Champions ni el ambiente de solemnidad con el que visten la salida al campo de los jugadores. También es cierto que en Valdebebas, un estadio más de andar por casa que aquellos con los que reciben a la selección por Europa, se notan menos las gradas vacías, por mucho que el viento y el frío lo convirtieran ayer en el escenario menos acogedor del planeta. A cambio, el refugio que ha adoptado el Real Madrid mientras se arregla el Bernabéu permite disfrutar de ciertos detalles de un modo más directo. Se ve, por ejemplo, la enorme influencia que ejerce Sergio Ramos sobre el resto de sus compañeros. Pendiente, desde su posición de privilegio, de que ninguna pieza de la estructura se descabale. Como una prolongación perfecta de Luis Enrique en el campo, el capitán corrige, anima y propone. Tan pronto le pide a Pau Torres que guarde la línea como advierte a Olmo de que tiene a un suizo detrás. Lo de defender a su par, ayer Mehmedi, casi queda como una tarea secundaria.
El seleccionador ha confiado en él desde el primer día y le ha dado con gusto esos galones. También le concede privilegios, como salir diez minutos ante Portugal para que siga sumando internacionalidades -con la de ayer ya suma 174-, o sumarse al ataque con cierta frecuencia para aumentar una cuenta de goles que le mantiene como el máximo realizador español de los dos últimos años. Pequeñas concesiones para alguien que se ha ganado ya un lugar de oro en la historia de la selección. Nadie ejerce ese liderazgo como él. Ni Busquets, que podría por jerarquía, ni tampoco Navas, por edad. El jefe dentro del campo es Ramos, una figura fundamental para un equipo plagado de juventud al que aún conviene embridar, porque el cuerpo les pide un fútbol más alegre y desencorsetado de lo que aconseja la libreta del entrenador.
Tres pipiolos
Ansu Fati , 17 años, Ferran , 20, y Oyarzábal , 23, formaron el trío ofensivo de España ante Suiza, una apuesta tan valiente como arriesgada. Tres pipiolos a quienes debían surtir de balones otros dos veinteañeros, Olmo y Merino. Todos juntos no suman una décima parte de las internacionalidades de Ramos. Un equipo de futuro que Luis Enrique se ha empeñado en convertir ya en presente y al que a veces le asoman las costuras, por mucho que el míster siga encantado con todo lo que ve: «No hay nada que no me haya gustado de la selección. La mayoría del partido lo hemos hecho muy bien. No hemos cerrado el partido y al final cuesta, claro que cuesta. Pero no vi peligrar la victoria».
Esa confianza no la pareció tener Luis Enrique durante el partido, donde se le vio con el gesto muy serio. Él tampoco para de vociferar en la banda, y solo se sienta cuando llega alguna jugada de estrategia. Entonces, casi de forma automática, se camufla obediente en el banquillo y cede el testigo a su segundo, Jesús Casas , encargado de gestionar las jugadas de estrategia. Cuando vio que España no cerraba el partido probó primero con cambios ofensivos -no tuvo compasión con Ansu, al que sustituyó al inicio de la segunda mitad tras un mal partido del azulgrana-, pero acabó juntando a Busquets con Rodri, casi rogando para que Suiza no hiciera un destrozo al final, cuando el cuerpo pedía ya una manta por encima. «No ha sido un partido fácil ni vistoso porque con tanta presión, tanto suya como nuestra, se generan fallos. Pero la actitud ha sido impresionante», concluyó.