Todo irá bien

El mismo desconsuelo

Salvador Sostres

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Messi no es una víctima pero se va. Ni puede hablar en tercera persona de este fracaso ni puede obviar que sus caprichos y su tiranía tienen una sensible parte de culpa en que el mejor fútbol de todos los tiempos se haya acabado arrastrando por los campos de Europa. Pero alguien se lo ha consentido. Alguien le ha consentido lo que Florentino Pérez jamás le consintió a Cristiano ni tampoco se lo va tolerar a Sergio Ramos. Ni a nadie. Joan Laporta, con todo el dolor de su corazón, tuvo que echar a Ronaldinho. También a Frank Rijkaard, a pesar de que siempre quiso ser presidente de un solo entrenador.

Educar es reprimir y Messi, como cualquier niño, tenía que haber encontrado en el club, en los dirigentes del club, los límites que con Rosell y Bartomeu nunca halló. Los tuvo con Pep y con Laporta. Luis Enrique intentó ponérselos, pero en el enfrentamiento abierto que tuvieron, Bartomeu apoyó al jugador y aquel año el Barça ganó el triplete. Fue la última Champions, la de Berlín.

Bartomeu, sin ningún proyecto deportivo y sin ninguna inteligencia, se doblegó de entrada a los jugadores y así ha llevado al Barça al borde de la quiebra, con una plantilla geriátrica y de salarios inasumibles, y ya nadie quiere quedarse en este barco que se hunde, salvo aquellos a los que ya no quieren en ninguna otra parte. No es el caso de Messi, claro, que tendrá bien abiertas las puertas de cualquier club del mundo.

Pero a la incompetencia, la estulticia y la poca categoría humana del presidente del Barcelona hay que añadirle su mala fe y la oscuridad de su gestión. Vender a Messi le ahorrará cerrar su mandato con pérdidas y por lo tanto tener que asumirlas. Messi se va pero también han hecho todo lo posible para que se vaya. En este adiós hay un cálculo de la Junta, la peor de la historia del club. Lo han buscado y lo han conseguido. Es exactamente lo que el socio del Barcelona merece, por haber votado a esta banda. Bartomeu vende a Messi para pagarse sus desmanes y sus demás cosas, aún peores. No sólo tendría que dimitir inmediatamente sino que tendría que pedir perdón a los aficionados y prometer que nunca más volverá a pisar el Camp Nou. Es el personaje más nefasto y nocivo que ha conocido el Barça. Ningún árbitro, ninguna guerra, ninguna goleada, ni de la del Bayern, han mancillado y pisoteado de un modo tan despiadado el prestigio y el honor de este club que presume de ser «molt més» y que hoy es los restos a la deriva de un naufragio largamente anunciado, con los dirigentes más miserables de todos los tiempos aferrados como ratas a los trozos de madera.

A Messi no se le puede despedir insultando a Bartomeu, por mucho que Bartomeu merezca cualquier escarnio. Tampoco se le puede convertir en un ángel aunque su fútbol haya sido uno de los espectáculos más hermosos que, los que hemos podido verlo, será probablemente lo más extraordinario que veremos. Con el tiempo cristalizará lo bueno y a Bartomeu tardaremos en olvidarle lo que tarden en pasar las señoras de la limpieza, pero los niños sin límites se convierten en bestias, y al final tampoco te quieren. De fondo, hay que recordar que Messi, Piqué, Xavi, Pep, etcértera, fueron la metáfora que los independentistas tomaron para reivindicarse y que tanto en el terreno de juego como en la política han acabado en la misma decadencia, la misma derrota y el mismo desconsuelo.

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