David Gistau

Partido del siglo

Cada época tuvo el suyo y es difícil encontrar uno por el que los aficionados se declaren impresionados o influidos décadas después de haberse jugado

Si en el deporte hay una hipérbole agotada por el exceso de uso es la coletilla «del siglo». El combate del siglo. El partido del siglo. El robo del siglo. Creo que la acuñó Jack London para la pelea de Johnson y Jeffries, que en verdad fue la del siglo en el contexto de su época aunque sólo sea porque trascendió el deporte y se convirtió en un choque de razas entendido por los supremacistas como la defensa de un santuario, el título de campeón del mundo de los pesos pesados, que no debía profanar un hombre negro. Visto cómo transcurrió el siglo XX y a quiénes admiramos en el recuerdo, resulta curioso que entonces se pensara que la victoria de un negro acabaría con el boxeo. O, al menos, con un ámbito donde el hombre blanco podía sentirse superior. Desde entonces, hubo demasiados combates del siglo, anunciados como tales por la publicidad, hasta llegar al que representa la pérdida definitiva de significado del término: la farsa de Mayweather y McGregor.

El otro día estuve en uno de esos almuerzos entre amigos que demuestran que, a menudo, el fútbol es más divertido hablado que visto. Amigos, además, que son veteranos de esto, que tienen una memoria profunda, y que por tanto pueden decir «Yo estuve allí» de partidos que uno sólo conoce por el YouTube. Si a mí me hace consciente de mi edad encontrarme a veces con chavales que no saben quién fue Butragueño –o lo saben por el YouTube–, cuando estoy con estos amigos me doy cuenta de todo lo que ignoro del fútbol desde que volvió a jugarse al terminar la 2GM, inminente el Maracanazo.

Lo de la edad es importante. Porque de ella depende la respuesta que uno da a una pregunta que, a propuesta de Relaño, nos hicimos durante el almuerzo por el puro placer de conversar: «¿Cuál fue de verdad el partido del siglo?». Cada época tuvo el suyo y es difícil encontrar uno que gravite sobre todas, por el que los aficionados se declaren impresionados o influidos décadas después de haberse jugado. El del Maracanazo podría serlo, precisamente, con su leyenda de silencios sepulcrales y suicidios. Sería, de hecho, el elegido por Garci. Pero Relaño insistió, por sus repercusiones históricas, pues fue al fútbol lo que la toma de la Bastilla a la historia, en defender el 3-6 de Hungría a Inglaterra en Wembley en noviembre del 53. Ni ganando el Mundial del 66 se recuperó Inglaterra de ese meneo con el que le fue extirpada la condescendencia de inventora del juego. En YouTube, efectivamente, hay imágenes que demuestran la calidad total de aquella Hungría que el año siguiente a punto estuvo de ganar el Mundial de Suiza (la «final de la lluvia» con la que Alemania apuntaló su «milagro» de posguerra) y en la que jugaban futbolistas que, después de las deserciones durante la represión soviética y la dispersión, entrarían en la memoria sentimental española. Véanse Puskas y Czibor.

A la pregunta de cuál fue el partido del siglo en su dimensión de club, ¿qué respondería un madridista? La respuesta automática, oficial por así decirlo, aludiría al 7-3 al Eintracht en la primera final de Glasgow. Un partido tan impresionante que, en homenaje, el Leeds se cambió el uniforme y procedió a vestir de blanco. Pero, aunque válido como mito fundacional, como resumen de la época de las cinco copas, esa final queda lejos para muchas generaciones de madridistas que tendrán una relación afectiva más intensa con otros partidos que a lo mejor fueron peores, pero fueron los suyos, los de su época. Los de su siglo, dure esto lo que dure cuando nos referimos al deporte, capaz de meterte tres partidos del siglo al mes. Sin contar los de la Selección, mi partido del siglo personal sería uno bastante feo y agónico en realidad. La final de Amsterdam contra la Juventus, con la que se resolvió por fin una incongruencia identitaria típica de los madridistas de mi edad: sentirnos propietarios de la copa de Europa pero no haberla visto nunca ganar. Me tengo que ir al gol de Iniesta en Soweto para sentir algo igual.

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