Mirándés - Real Sociedad

Sin milagro en Anduva

Miranda amaneció con las calles engalanadas de rojo. Había una sensación festiva de domingo con los bares llenos de aficionados

VIDEO: La afición del Mirandés recibe a sus jugadores
Pedro García Cuartango

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La fe no basta para hacer posible los milagros. Y eso es lo que sucedió ayer en Anduva . Jamás un público había creído tanto en una victoria, jamás una afición había depositado tanta esperanza en un partido, jamás se había salido de un campo de fútbol con tanta amargura y decepción.

La eliminación del Mirandés fue un drama con un final infeliz. Pero también fue una noche de grandeza y de pasión, con un clima electrizante que llegó al paroxismo cuando miles de rojillos cantaron el himno del pueblo mientras los jugadores saltaban al césped. Los espectadores aporreaban las vallas, se abrazaban y se deseaban una suerte que al final no llegó. Todo se torció con un penalti absurdo, transformado por Oyarzabal , que dejó muda a la grada.

«Sí se puede, sí se puede», empezó a gritar la afición local tras varios minutos de silencio por un gol que dejó noqueados a los seguidores del Mirandés , como un púgil que encaja un directo en la mandíbula en el primer asalto.

El día había amanecido frío e inclemente con las calles y los comercios engalanados con la bandera roja del Mirandés. Había una sensación festiva de domingo con los bares llenos de aficionados de los dos equipos conversando amigablemente. Cerca de 3.000 seguidores donostiarras se habían desplazado para ver el partido, aunque más de la mitad no pudieron entrar en el campo y tuvieron que seguir el juego en las pantallas gigantes colocadas por el Ayuntamiento.

Sin miedo al coronavirus

Los seguidores de la Real se hacían fotos en la calle de la Estación a mediodía, mientras un joven, vestido con un anorak y una boina negra, intentaba vender bufandas blanquiazules con muy poco éxito. Me dijo que venía de Costa de Marfil y que llevaba seis meses en España. Se había subido a uno de los muchos autobuses que habían salido de San Sebastián.

«Venimos a ganar, pero no nos gusta tener que eliminar al Mirandés para jugar la final de Sevilla. Somos dos equipos hermanos que siempre han mantenido una buena relación. La prueba es que hay tres jugadores de la Real que están cedidos a nuestro adversario», comentaba un donostiarra que se había desplazado con varios amigos para estar presente en Anduva.

El gran ausente de la jornada de ayer en Miranda fue el miedo al contagio del coronavirus. Esa camaradería y esa fraternidad se escenificó en el restaurante La Vasca, en el que las dos aficiones se mezclaban e intercambiaban comentarios amistosos en torno a una perdiz con boletus y una botella de chacolí. Y, por la tarde, en las cafeterías de los alrededores del parque municipal, se brindó por la victoria del mejor. Y el mejor fue la Real Sociedad , cuya calidad individual fue determinante.

El Mirandés cayó con la cabeza alta y con ese espíritu de lucha que está inscrito en el ADN de quienes visten la camiseta del equipo, nacido de un grupo de ferroviarios que amaban el fútbol a comienzos del siglo pasado. Jugaban en un campo de carbonilla junto a la estación y jamás soñaron con que su equipo podría jugar algún día unas semifinales de Copa.

Hay motivos para sentirse orgullosos de lo que ha conseguido el Mirandés, símbolo de una ciudad golpeada por la crisis y un declive industrial que ha empujado a miles de sus habitantes a abandonar la tierra para buscar un futuro mejor.

Dignidad en la derrota

Pero es imposible no sentir una frustración por la ocasión perdida ayer, que recuerda el fiasco frente al Langreo hace más de 40 años cuando el conjunto asturiano, que no se jugaba nada, empató en el último minuto en Anduva, privando del ansiado ascenso a Segunda a la afición rojilla.

Ayer se volvió a perder todo menos el pundonor que siempre ha caracterizado a esta ciudad, marcada durante más de medio siglo por el desarrollo del ferrocarril y una pujante industria química que ha desaparecido. El emblema de esta población de 36.000 habitantes es el Mirandés y a mucha honra, un Mirandés que jamás se rinde y que siempre se levanta. Por eso, el conjunto de Anduva acrecentó ayer su leyenda: la de unos hombres indomables que luchan por labrar su destino. No hubo milagro, pero sí dignidad en la derrota.

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