Premier League

El lienzo en blanco de Guardiola

El técnico de Sampedor llega al Manchester City para remodelar el club desde sus cimientos

AFP

Alejandro Díaz-Agero

«Me adapto a lo que mis jugadores pueden darme; no puedo pedirles algo que sé que no pueden ofrecer». Rompía así Pep Guardiola , en una fugaz acometida contra la sobredimensionada expectativa general, el tabú que arrastra desde que en el Barcelona orquestase uno de los equipos más míticos que quedarán para el devenir de los tiempos, consecuencia ello de un conglomerado de superdotados de la técnica y el conocimiento exhaustivo de un modelo concreto de juego, Leo Messi mediante. Se habla mucho (quizás en exceso; con toda seguridad equívocamente) de que el técnico de Sampedor ha firmado como jefe de operaciones por el club «citizen» para llevar el «tiki-taka» a la tierra del pelotazo , la estilizada posesión a donde hasta ahora solo ha habido griterío, lucha y barro.

Es cierto que el que fuera entrenador en Múnich y Barcelona abandera un estilo de juego eminentemente enfocado a la pelota, al comportamiento de todo el equipo en función de la situación del balón: avanzar líneas de la mano del esférico, llevarla arriba para presionar sobre su pérdida, movimiento constante sin balón para ofrecer líneas de pase ininterrumpidamente, y un sinfín de hábitos adquiridos a partir del entrenamiento diario.

Pero también lo es que el catalán es un desarrollista nato , un innovador incansable que mes a mes introduce pequeños retoques a sus obras para evitar que caigan en la redundancia. Logra así conservar la imprevisibilidad del primera día, a la par que desmorona planteamientos ajenos que han sido concebidos de manera espefíca para desmontar el suyo. En el Barça se inventó que un tal Ibrahimovic no tenía sitio como delantero porque el puesto estaba reservado para el pequeño Messi, creó un jugador a imagen y semejanza de lo que consideraba necesario para el mediocentro (Busquets), y convirtió un equipo que parecía haber alcanzado el cielo con un sistema innegociable en otro con tres defensas y dos carrileros pegados a banda cuando detectó que sus rivales estaban robando a Messi el espacio que éste demandaba, por citar varios ejemplos.

Algo similar a lo que hoy asola Manchester sucedió cuando Guardiola aterrizó en Baviera, si bien hay que aclarar que los objetivos en Alemania e Inglaterra encierran sustanciales diferencias: el City busca una metamorfosis institucional ; el Bayern únicamente una actualización en su modelo de juego. El impacto contracultural que podía tener su presencia en el banquillo del que Heynckes marchó con un triplete bajo el brazo era total, pues la llegada del técnico español presuponía el adiós al reconocible fútbol alemán que históricamente se practicaba en el feudo del Bayern. Al igual que acaba de hacer en Inglaterra, el recién llegado solo pedía paciencia. Cuando comenzaba a dificultarse vencer ligado al sistema que quería instaurar, el entrenador cambió partidos recurriendo al juego de centros y remates que tantos réditos había dado al Allianz Arena. «Al Bayern llegué con una idea y la tuve que cambiar», explicó en un acto reciente con el City. De jugar con Messi donde debiera estar un delantero centro, a hacerlo con Müller y Lewandowski. De contar con Busquets para la posición de «5», a reinventar el papel de uno de los mejores laterales del mundo, que debutó como mediocentro con 30 primaveras.

Nadie puede categorizar respecto a cómo jugará el Manchester City de Guardiola porque ni él mismo lo sabe. Sí es obvio que perseguirá un fútbol atractivo, que llame al aficionado neutral a sentarse frente al televisor cada vez que los «citizens» salgan a escena («es un desafío que la gente esté orgullosa de nuestro juego, no solo los hinchas del City»).

El de Sampedor recala en Manchester para revestir a un club que ansía pertenecer a la vanguardia desde hace varios años , pero al que el brillo de sus millones le ha llevado a zozobrar dando volantazos sin sentido hasta llegar al punto de indefinición en que se encuentra hoy. Se modificarán la cantera, las rutinas de entrenamiento (rondos, rondos) y la política de fichajes: de comprar delanteros innecesarios por auténticos dinerales a planificar el año con tiempo y acorde a las necesidades del equipo ( Gündogan , Nolito), todo ello sin perder de vista talentos incipientes a los que Guardiola pueda dar forma con su idea como trasfondo (el ucraniano Zinchenko).

«Ya veremos cómo vamos a jugar, antes tengo que conocer a mis jugadores, abrazarles y darles una patada en el culo». Resume la frase el sentir del entrenador, el mismo que debe asimilar el club, la ciudad y el país al que llega. Guardiola no ficha por el City para instalar una idea precocinada: lo hace para cambiar la de todo aquello que tendrá a su alcance («necesito a los jugadores, al cuerpo técnico y a los hinchas»). Llega a tales cotas su influencia que la institución «sky blue» ha cambiado su escudo para afrontar esta nueva temporada, lo cual aporta cierto misticismo al ritual de su mesiánico desembarco en Inglaterra. «Seré feliz si consigo transmitir a mis jugadores la idea; luego la gente y la prensa nos valorará por lo que ganemos, pero yo seré feliz si al menos consigo convencerles». Son solo los primeros trazos de la nueva obra de Pep Guardiola.

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