Historia del fútbol

La historia del perro que salvó del descenso a un modesto club inglés

El Torquay United fue el protagonista en 1987 de uno de los episodios más rocambolescos del fútbol británico

Secuencia del gol de la salvación de Paul Dobson
Carlos Tristán González

Carlos Tristán González

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La historia ocurrió en Torquay, una pequeña localidad costera del sur de Inglaterra . Sus menos de 100.000 habitantes disfrutan de uno de los climas más saludables de todo el país, siendo un lugar de retiro habitual para personas convalecientes. En este pueblo nacieron Peter Cook , reconocido humorista británico, y Agatha Christie , escritora de excepcional prestigio especializada en la novela policiaca. Fue en esta tierra donde, también, se produjo uno de los episodios más rocambolescos del fútbol británico .

Los ciudadanos de «La Riviera inglesa», como también se conoce a Torquay, tienen en el equipo de fútbol del pueblo una de sus grandes pasiones. El Torquay United , pese a que es un completo desconocido para la inmensa mayoría, nació en 1899 , el mismo año que históricos como el Barcelona o el Milan . Su trayectoria, sin embargo, dista mucho de la de estos dos.

Asiduo como es de las categorías más inferiores del país, su mayor logro durante muchos años fue la intrascendencia: quedar en mitad de tabla en estas divisiones era su tónica habitual. Pero en su centenaria historia también ha tenido tiempo para ser noticia por grandes hitos. Concretamente por un suceso acontecido en la temporada 1986/87 y que está recogido en el segundo capítulo de la serie «Perdedores» de ' Netflix ', titulado «Gran escape». Esta magnífica historia es una más de la tantas que ha dado el fútbol desde su aparición.

Aquel año, Stuart Morgan , acostumbrado a estar en banquillos de más renombre, cogió las riendas del equipo. Entonces militaba en la cuarta división, justo cuando se impuso la regla por la cual el que quedara último de la categoría descendería directamente. Por debajo estaba la Conference National , una liga semiprofesional que en muchos casos suponía la desaparición de clubes como el Torquay. El reto, por tanto, era la permanencia. Cuestión de vida o muerte , podría decirse.

Una pésima temporada

Los primeros compases de la temporada fueron turbulentos. Cuando Morgan llegó para conocer su nuevo club, se encontró con un estadio en el que la grada principal estaba quemada por un incendio de hacía meses, no había vestuarios y los trayectos del equipo, a veces de varios miles de kilómetros, se hacían en una furgoneta. El infrafútbol en estado puro.

Los resultados sobre el campo tampoco acompañaron y el Torquay llegó a la última jornada peleando por la permanencia. Perder habría supuesto una catástrofe. El estadio Plainmoor -con algo más de 6.000 espectadores, lo que supone el 10% de la población del pueblo- se llenó para ayudar a estar un año más en la cuarta división. Como en tantas otras tardes, el pasatiempo del pueblo estaba en el fútbol, aunque esta vez la trascendencia de la cita superaba a las anteriores.

Enfrente estaba el Crewe Alexandria , un equipo que no se jugaba nada. Aun así, al descanso ya ganaba 0-2 . La desesperación se adueñó del ambiente cuando los futbolistas enfilaron los vestuarios. La segunda mitad, en cambio, fue un regalo para los amantes de las buenas historias. Torquay estaba a punto de entrar en los libros de fútbol.

Jim McNichol , lateral derecho y futbolista estrella del equipo, fue el encargado de anotar de falta y recortar distancias. Pero su mayor contribución al milagro se produjo en el tramo final, cuando un balón de marchó fuera de banda. El caldeado ambiente en el estadio había provocado que la policía local sacara a los perros para contener a la multitud. El estadio era un polvorín.

Y ahí estaba la secuencia.

El balón salió por la banda en dirección a uno de los policías que estaba acompañado por su perro . McNichol se acercó corriendo para sacar de banda cuando el canino le mordió en la pierna . El resultado, el pantalón roto y una profunda herida en el muslo. Los servicios médicos saltaron al campo y estuvieron un rato atendiendo al futbolista. Todos los allí presentes se temieron lo peor.

Pero McNichol, consciente del momento, decidió terminar el partido ataviado con una vendaje. Todo por el todo. La permanencia era posible, solo hacía falta un empate. Los otros rivales por la categoría eran el Burnley y el Lincoln . El primero había hecho los deberes, pero el segundo, en caso de lograr finalmente el empate, descendería por la diferencia de goles. Un solo tanto evitaría la pesadilla. Y el milagro llegó.

El árbitro añadió cuatro minutos por el incidente con el perro y en el último suspiro, un error de la defensa de Crewe regaló el balón a Paul Dobson , delantero del Torquay que anotó el gol del empate. El público no se lo podía creer y asaltó el césped. La permanencia, la supervivencia, eran una realidad.

Un hecho inaudito

Aquella tarde la pequeña y cálida localidad de Torquay vivió un día histórico. Tal y como cuentan los protagonistas en el documental de 'Netflix', dirigido por Mickey Duzyj , las calles se llenaron de gente celebrando la permanencia. Aún hoy se recuerda la cita como algo muy grande.

El perro que mordió a McNichol se llamaba Bryn y se convirtió en una celebridad. Muchos incluso le atribuyen el mérito del empate. En los días posteriores se produjo un encuentro televisado entre «el cazador y la presa». McNichol y Bryn, los dos héroes, firmaron la reconciliación con un bonita fotografía. Antes, al término del partido, fueron necesarios diecisiete puntos de sutura para arreglar el estropicio de su muslo.

Veinte años después de aquello, el Torquay descendió a la Conference National , división en la que todavía sigue compitiendo. Pero el legado de 1987 sigue latente. Aunque los seguidores del equipo son conocidos como «las gaviotas» , es un perro el que marcó la historia de este modesto club. Tanto es así que muchos rincones del pueblo esconden una figura o un dibujo de Bryn. Porque al fin y al cabo, fue él quien una tarde de 1987, con un mordisco a la estrella del equipo, provocó un descuento lo suficientemente largo como para que un gol diera la mayor alegría deportiva a los habitantes de Torquay.

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