Fútbol y política

Futbolistas extremos

A lo largo de la historia, muchos jugadores han expresado abiertamente convicciones políticas que han derivado en problemas con clubes y aficiones

Di Canio celebra un gol con los ultras del Lazio AP

JORGE ABIZANDA

«Yo no me avergüenzo de manifestar mis ideas políticas. En mi casa lucen dos bustos que hacen referencia al exdictador Benito Mussolini. En mi móvil tengo de tono el 'Facceta Nera', el himno fascista de Italia». La revelación, más propia de un líder político que de un futbolista, pertenece a Abbiati, un guardameta que pasó por la Liga española . En un deporte en el que las declaraciones de principios ideológicos son poco habituales, jugadores como el italiano nunca escondieron sus pensamientos.

Sinceridad que, en casos como el de su compatriota Paolo Di Canio , generó una gran controversia y desató una polvareda como la que rodea al ucraniano Zozulya . Un delantero que llegaba este verano a España y no tenía ningún problema para defender el escudo del Betis. Unos meses después, la afición del Rayo, su equipo desde el pasado 31 de enero, le repudia y no quiere verle en Vallecas. Un joven patriota cuyo delito es «amar a su país», según su manager; un neofascista indeseable para la hinchada franjirroja.

En un deporte en el que grupos ultras de ambos extremos pueblan las gradas de los estadios, la inmensa mayoría de los futbolistas huyen de la política cuando están en activo . Pero no todos. El italiano Paolo Di Canio nunca ocultó su ideología fascista y su admiración por Mussollini. Durante su época de jugador del Lazio, club cuya afición más radical simpatiza abiertamente con la ultraderecha, se encargó de dejarlo claro y demostrarlo celebrando goles y victorias con el brazo derecho en alto . Un gesto que provocó un escandalo en Italia después de un derbi ante la Roma en 2005.

Seguidor lazial desde niño, de joven fue un ultra «duro» y como futbolista se ganó con aquel «saludo romano» la admiración de la curva en la que aún habitaban amigos de su infancia. También el desprecio de las hinchadas de izquierda de todo el país. Las explicaciones de Di Canio no enfriaron los ánimos. « El saludo romano lo hago porque es de camaradas a camaradas y está dedicado exclusivamente a mi gente. No a incitar a la violencia ni mucho menos al odio racial», justificó el centrocampista. «Soy un fascista, no un racista».

Más allá de la multa de 10.000 euros y el partido de suspensión que le costó aquel gesto, Di Canio comenzó a complicarse su carrera como entrenador que inició después de militar en equipos como Juventus o Milán. Su primer banquillo fue un conjunto de la cuarta división inglesa, el Swindon Town, en el que su llegada generó un grave problema . El patrocinador rompió el contrato molesto por su fichaje. Un rechazo que se repitió en 2013 cuando firmó por el Sunderland, club que ganó un técnico, pero perdió a su vicepresidente. Dejó el cargo recordando «las declaraciones políticas» de Di Canio.

En el extremo contrario, otro italiano, Cristiano Lucarelli, nunca ocultó sus simpatías por la izquierda radical . En un partido disputado en 1997 con la selección sub 21 ante Moldavia, aquel chico nacido en Livorno, la cuna el partido comunista italiano, provocó un terremoto al celebrar un gol levantándose la camiseta y enseñando la imagen del Che Guevara. El delantero aprendió a jugar al fútbol entre los contenedores del puerto de su ciudad, donde trabajada su padre, sindicalista y militante comunista. De él heredó su pensamiento político.

Lucarelli se convirtió en el héroe de las Brigadas Autónomas Livornesas (BAL) , el grupo radical de apoyo al Livorno, cuando firmó por el equipo en el que siempre deseó jugar, aunque antes tuvo que buscarse la vida a cientos de kilómetros de su casa. Un jugador muy querido en su ciudad no solo por sus goles o por rechazar un contrato millonario para defender el escudo del club al que animaba siendo un niño. También por lucir en su camiseta el número 99, el año de fundación de ese colectivo de hinchas, protagonistas de episodios extremadamente violentos con aficiones vinculadas a la derecha.

Convicciones que, como Lucarelli, tampoco abandonó nunca Paul Breitner , futbolista alemán que compartía entrenamientos y partidos con su afición por la lectura. El libro rojo de Mao Tse Tung presidía su biblioteca. Campeón del mundo con la selección germana en 1974, cuatro años después se negó a acudir al Mundial de Argentina como muestra de repulsa a la dictadura del general Videla, entonces al frente del país. «Alemania es la actual campeona y eso le hace tener unas responsabilidades especiales. La selección no debe dejar que la utilicen como una marioneta, porque los deportistas no deben ser eunucos políticos », justificó el centrocampista germano.

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