Fernando Rodríguez Lafuente

La cultura de la queja

Enhorabuena al gran simulador Luis Suárez. Sus contínuas quejas al árbitro le dieron resultado

Enhorabuena al gran simulador Luis Suárez. Sus continuas quejas al árbitro le dieron resultadoEn su aleccionador libro La cultura de la queja (1993), Robert Hughes ya planteaba el negocio en que se había convertido, hace dos décadas, pero la cosa ha ido a más, la queja. Los ejemplos que traía a sus páginas si no fuera por lo serio de la cuestión eran para desternillarse. Quejarse da sus frutos, sobre todo si se hace con insistencia y profesionalidad. Con rigor y estilo. Con determinación y un prurito de victimismo.

Con la queja se encontró el Madrid en el Camp Nou el domingo y dio sus frutos: un penalti para empatar el partido. Enhorabuena a Luis Suárez, no sólo se convirtió en el gran simulador sino que además sus continuas quejas al árbitro le dieron resultado. Quien simula es él y al que expulsan fue a Cristiano. Genial.

Pero olvidando el caso porque no da más de sí, en el partido de esta noche -si el árbitro esta vez no tiene inconveniente- el Madrid puede rubricar, certificar y sentenciar quién ha tomado el mando del fútbol español. Para ello se requiere corregir algún hueco que exhibieron en Barcelona. Para empezar con «el club de los indolentes»: Benzema y Bale. Baja forma, falta de intensidad, desapego y, lo que es peor, una falta de acierto frente al marco rival memorable. Cerca de ochocientos minutos jugados en la pretemporada por los dos y han sido incapaces, alineados en la posición avanzada en la que se mueven, de marcar un gol. Si Zidane no llega a sustituirlos, los únicos goles del Madrid habrían sido el de Piqué y, tal vez, Casemiro o Kovacic. La indolencia de Bale permitió que en el primer tiempo, Jordi Alba se disparara por su banda como el AVE, también Iniesta y, por supuesto, Deloufeu, y ante ellos la soledad del buen Carvajal, y la intermitencia de Varane.

Hoy el Madrid debe rematar esa superioridad. Zidane, que posee tantas cualidades para esto de dirigir millonarios, debe pensar, mucho y bien, si no es hora de sentar a quienes, a diferencia del resto, «no sudan la camiseta». Isco es el ejemplo. Bien lo aprendió.

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