La Copa de Parejo

El centrocampista acabó en el Valencia porque en el Madrid sólo le gustaba a Alfredo Di Stéfano

Ignacio Ruiz-Quintano

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Para el piperío andante ha sido una semana redonda: se inauguró con las renovaciones de Kroos, Nacho y Modric, que darán paz y contento a sus familias, y se clausuró con el trompazo de Messi en Sevilla ante el Valencia de Parejo, que juega al fútbol de Parejo, como el Madrid juega al fútbol de Modric, que es el centrocampismo de hámster en la rueda del 8 con un ojo en los empellones de Carvajal, y el otro, en los saltos de Lucas Vázquez, las dos sisas del chaleco zidanesco.

De Parejo sabemos que acabó en el Valencia porque en el Madrid sólo le gustaba a Alfredo Di Stéfano, mítico delantero al que Zidane hubiera tenido, que nadie lo dude, de suplente de Benzema.

El librillo táctico de Zidane no pasa del «¡balones altos a Eloy!» que gritaba Muñoz en México cuando Bélgica nos había comido la tostada, pero es dueño de unos poderes cuyo análisis sólo está al alcance de los Jiménez, es decir, de Jiménez del Oso o de Íker Jiménez. Ha vuelto al Madrid, y el Madrid sigue andando menos que un bote a patadas, pero, a cambio, su enemigo no levanta cabeza: del trompazo en Liverpool al trompazo en Sevilla, y adiós al Triplete que hubiera sumido al piperío en una depresión sin retorno. ¿Por qué volvió Zidane al Madrid? Seguramente por lo mismo que se marchó: por un Visitante Misterioso que de madrugada le dice «marcha», «vuelve», y así. Los pobres, como Marcelino García Toral («el mejor entrenador de España», me dijo hace un montón de años un paisano en un bar de Libardón, el pueblo de los asturcones), como no tienen visiones, tienen que estudiar: Toral estudió al Barcelona en Sevilla como Klopp lo había estudiado en Liverpool, y el Barcelona se deshizo simplemente porque Messi no es el mejor futbolista de la historia como le han dicho, ya que sólo con que Messi hubiera jugado, como Maradona, en los tiempos de Goicoechea no hubiera pasado de Potele con manchas de Onésimo. La Liga es, desde lo estrictamente futbolístico, la competición más importante, pero los tropezones de Liverpool y Sevilla convierten a Messi en el Lúser del Año, drama que, en lo publicitario, vendrán a paliarle con otro Balón de Oro como el que arrastra Lukita atado a un pie, que así está montado el negocio.

Si el estilo del Valencia de Benítez era el estilo Albelda-Baraja, el estilo del Valencia de Toral es Parejo, sólo Parejo («Sólo parejas», te decía, al asomarte, el «puertas» de un club de la calle de Veneras donde tocaba el piano el maestro Ibarbia), y su fútbol de manantial, manando sin parar orden, mucho orden, y concierto, mucho concierto, concierto de banda municipal en el templete del domingo, toque, toque y toque, pero toque hacia adelante, no hacia el lado, y cuando se fue Parejo todos temimos que el templete valenciano se viniera abajo, mas ahí estuvo «el mejor entrenador de España» moviendo peones como bolos mueven los malabaristas en un semáforo.

Ahora el Barcelona, campeón de Liga, quiere tirar desde la casa del Buitre Buitáker, en lo más alto de la torre de Colón, a todo el plantel, sin reparar en que la culpa de sus males no es de su plantel, sino de esa mística de Zidane que da lugar a estos milagros: el milagro por el cual el pipero común, que no ha ganado nada este año, va por la calle engallado porque el rival se ha quedado sin Copa y sin Champions. La única duda o serpiente en el jardín de felicidad de ese pipero común era la baja de Keylor a los 32 años, cuando en el Madrid de Zidane todo el mundo aspira a renovar hasta los 40, pero Keylor («my Keylor is rich!») se sacrificaría por dejar el puesto a Luca Zidane, en cuyo socorro ha salido Jordi Cruyff, que dice dos cosas: que no conoce el desempeño de Luca, y en eso estaría como estamos todos, pero que su papá es un tipo humilde, con esa clase de humildad que le hemos visto al ningunear a Ceballos (no nos engañemos: Zidane hace con Ceballos lo que hubiera hecho con Parejo) y a Bale, al que tuvo en la picota del banquillo en el partido que debía despedirse del Bernabéu, detalle que revela una catadura moral del personaje muy distinta de la que sus flabelíferos acostumbran ofrecer en las estampitas del buenismo blanco.

Consideremos todos que el pecado mortal de Bale es… jugar al golf en un club que ha tenido capitanes… que lidiaban toros.

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