Copa Confederaciones
Las sombras del ensayo ruso
A un año del Mundial, la Confederaciones pone a prueba las dudas que se ciernen sobre su organización
Con el choque entre las selecciones de Rusia y Nueva Zelanda, que finalizó con la victoria por 2-0 de los anfitriones en el estadio del Zenit de San Petersburgo , se inauguró la décima edición de la Copa de las Confederaciones, un excelente ensayo del Mundial 2018, campeonato que el gran país eslavo acogerá por primera vez justo dentro de un año.
A Moscú, San Petersburgo, Kazán y Sochi han empezado a llegar aficionados de todo el mundo. La primera prueba de fuego será alojar a todos ellos. La capital rusa es la que más y mejores hoteles tiene. San Petersburgo también está bien dotada de alojamientos, pero en esta época, coincidiendo con las «Noches Blancas», suele saturarse. La cosa se complicará más con la afluencia de hinchas.
Sochi superó ya la prueba en 2014, cuando celebró los Juegos Olímpicos de Invierno, y no es de esperar que ahora vaya a haber problemas. Kazán , capital de la república musulmana de Tatarstán y la más oriental de las sedes, es la que podría suscitar dudas. Y eso pese a que hizo un gran esfuerzo organizando, hace cuatro años, la XXVII Universiada de Verano.
Las autoridades rusas sostienen que las conexiones entre las cuatro ciudades, entre las que median distancias considerables, estarán perfectamente garantizadas por tren y avión. Moscú y San Petersburgo son las más cercanas entre sí (712 kilómetros) y las que tradicionalmente están mejor comunicadas.
La FIFA ha puesto en marcha el llamado Pasaporte del Aficionado, que posibilitará a quienes lo posean entrar en Rusia sin visado, mayor celeridad a la hora de acceder a los estadios y utilizar gratuitamente el tren entre las cuatro sedes de la Copa. El mismo sistema estará vigente el año que viene, durante el Mundial, cuando las participantes serán 32 selecciones y 11 las sedes, desperdigadas en una enorme extensión que abarca desde los montes Urales hasta el enclave de Kaliningrado (al norte de Polonia), la antigua Prusia Oriental. Tras las amenazas lanzadas por Daesh y el atentado de abril en el metro de San Petersburgo, la seguridad es lo más prioritario de cara al torneo. El presidente Valdímir Putin ha tomado cartas en el asunto y ordenado al Gobierno y a las fuerzas de seguridad que adopten todas las medidas necesarias.
Se han reforzado los controles en las fronteras, la presencia de efectivos policiales en las calles y la vigilancia en general en estadios y centros deportivos, no solo para evitar ataques terroristas o actos delictivos de cualquier naturaleza, sino también desórdenes que puedan provocar los hinchas.
Los gamberros rusos, en particular, ya mostraron su rostro hace un año, en la Eurocopa celebrada en Francia, superando en dureza a los «hooligans» ingleses. Esta vez, en su propio terreno, lo van a tener más difícil aunque parezca paradójico. Putin ha endurecido los castigos contra los violentos, sean rusos o extranjeros, pero hará todo para poder decir que los aficionados de su país son los más «pacíficos».
Quebraderos de cabeza
Los cuatros estadios escenario de la pugna son nuevos y esplendorosos, El Kazán Arena del Rubín , el del Club Spartak de Moscú, el Fisht de Sochi y el San Petersburgo Arena del Zenit. Éste último ha causado no pocos quebraderos de cabeza en los diez años que ha durado su construcción, el último motivado por el césped, pero ya están subsanados. Tal vez sea el estadio más caro del mundo.
Ayer acudió Putin a su tribuna de honor para inaugurar el campeonato. La antigua capital imperial es su ciudad natal y la principal de esta Copa, no Moscú. En el San Petersburgo Arena tendrá lugar la final .
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