Fútbol

Concetto Lo Bello, el primer árbitro estrella

Marcó época en el fútbol italiano de los años 50 y 60 con su peculiar estilo que le granjeó detractores e incluso hinchas

El árbitro italiano Concetto Lo Bello
Hughes .

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Quizás el primer árbitro estrella de la historia del fútbol fue el italiano Concetto Lo Bello, apodado El Príncipe o El Tirano de Siracusa , donde nació.

Llegó a la máxima categoría del arbitraje italiano en 1954 y en ella se mantuvo durante veinte años. Dirigió Mundiales, Eurocopas, la final Manchester-Benfica y aquella Intercontinental entre el Real Madrid y Peñarol . Fue el árbitro con más presencias en la Serie A.

Su importancia, sin embargo, no se explica con esos logros, sino por su estilo e influencia . Aunque circunscrito a Italia, fue el primer árbitro en ser realmente famoso, en tener hinchas y detractores y en protagonizar portadas.

Transformó gestualmente el rol arbitral. Fue el primero que salió al campo caminando dignamente junto a los futbolistas, superando la carrerita vergonzante y solitaria. «La personalidad ha destruido al árbitro. No arbitra los partidos, los usa como un escenario», dijo de él el legendario entrenador milanista Nereo Rocco, con el que se las tuvo tiesas.

Lo Bello era alto, guapo, y su presencia imponente se adornaba de gestos de marcado autoritarismo. No era ya un colegiado gordo o fondón, sino un atleta que cuidaba su forma como los futbolistas y se abalanzaba enérgico sobre la jugada. Tenía el aspecto de un tenor de ópera que manejara el partido como un director. Lo Bello indicaba cada acción del juego con ademanes teatrales y se enfrentaba cara a cara con los futbolistas, separándolos a veces con un pequeño y característico empujón.

A ese estilo unía un insólito sentido de la justicia y una desconocida seguridad en sí mismo. Estando en categorías inferiores un balón le rebotó en la cabeza y acabó dentro de la portería. El error era suyo pero concedió el gol sin dudarlo porque su fidelidad al reglamento estaba por encima de todo, incluso de su integridad física. Era tan anticasero que escapó de varios intentos de linchamiento . En una ocasión tuvo que salir del campo disfrazado de policía.

Lo Bello consiguió enfurecer por igual a todos los grandes equipos italianos y sus arbitrajes marcaron algunos partidos que decidieron campeonatos.

La Juventus quiso vetarlo y el milanista Rivera le responsabilizó directamente de tres «scudetti» perdidos por el Milán.

En 1969 arbitró un importante Fiorentina-Cagliari en el que los dos equipos llegaban con opciones. Ganó el Cagliari 0-1 con polémica. Lo Bello no señaló dos penaltis que protestaron los locales y además anuló el empate en los últimos minutos. El público se enfureció y comenzó a gritar «¡Duce, Duce!» , comparándolo con Mussolini. Hubo lanzamiento de botellas y tuvo que salir escoltado tras varias horas encerrado en el vestuario.

Indro Montanelli escribió sobre aquel partido: «Lo Bello entraba en el campo con el paso del propietario que patrulla sus parcela». Si la comparación con Mussolini tenía cierta verosimilitud, los términos estaban alterados: era el Duce el que podría aspirar a ser Lo Bello, y no al contrario.

Al día siguiente, su nombre ocupó todos los titulares de la prensa. «Un show con una sola estrella» , sentenció un periodista. En el Parlamento, un diputado pidió que se limitara el poder de los árbitros. La Fiorentina fue ampliamente sancionada por los sucesos y el árbitro necesitó la escolta de dos carabinieri para regresar a la ciudad.

Lo Bello, sin embargo, no se dejó intimidar y al partido siguiente, jugado en Vicenza, volvió a ser protagonista. Localizó en la grada un individuo que le estaba insultando de forma repetida e hizo que un policía lo identificara. Después le demandó por difamación.

Autoritario y desconcertante

El arbitraje de Lo Bello era autoritario de un modo desconcertante. Tenía reacciones de déspota genial que representaba con su gesticulación la lealtad a la reglas. El sonido imperativo de su silbato era famoso y sus manos se movían frenéticamente. Movía tanto las manos y con tanta energía que en tres ocasiones acabó golpeando sin querer a futbolistas al señalar un penalti o un fuera de juego.

En un Spal-Napoli pitó tres penaltis en contra del equipo local. Con 0-2 en el marcador y en pleno diluvio, un balón dio en el brazo de un defensor del Spal. El público, ya ampliamente enfurecido, le gritó retándole a pitar el tercero. Lo Bello dudó quizás un instante, miró a la grada y señaló el penalti con una sonrisa en los labios . Luego tuvo que refugiarse en una iglesia cercana al estadio. La ira no acabó en ese día. El ministro de finanzas era hincha del Spal y durante los meses siguientes Lo Bello recibió varias inspecciones de hacienda.

En 1960 expulsó a un jugador en un Yugoslavia-Dinamarca por insultarle en serbocroata. Después pudo haber cambiado la historia del fútbol. En el Mundial de Inglaterra de 1966 arbitró la semifinal entre Alemania Occidental y la URSS, expulsando a la estrella soviética Chislenko. La ira de los países del Este obligó a retirarle de una final que luego se decidiría con el gol fantasma de Hurst . Inglaterra se llevó su Mundial, aunque queda la duda de si hubiera sucedido lo mismo de haber arbitrado Lo Bello.

Fue el primer árbitro italiano en conceder una entrevista. En televisión, en «La Domenica Sportiva», reconoció también por primera vez un error de arbitraje. Era el nacimiento de la Moviola. Lo Bello fue también el primer árbitro en seguir una carrera política. Fue elegido como diputado democristiano, aunque siguió pitando porque, en sus palabras, «Yo soy un hombre libre».

Sus iniciativas ayudaron a crear instalaciones deportivas en su sur natal. Luego presidió la Federación de Balonmano y fue sucedido por su hijo, también colegiado aunque con menor fortuna.

Lo Bello inspiró el personaje de una comedia italiana, «El árbitro», protagonizada por Lando Buzzanca, un actor de parecidos rasgos: fuerte mandíbula, bigote cuidado, gran presencia física. El árbitro de esa película llevaba un peine en los partidos , controlaba los hidratos de carbono de su desayuno y era insobornable hasta la comicidad. Creía, no sin cierta razón, que las masas del estadio acudían a verle arbitrar.

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