La Champions y el Camp Nou como síntomas de decandencia

Bien le vendría al Barcelona actual agarrarse al lema que publicitó Neymar, aún como jugador del club catalán, después del 4 a 0 que le endosó el PSG en la ida de los octavos de final de 2017. «1% de posibilidades, 99% de fe» , dijo el brasileño. Sería él mismo quien, un mes después, liderase a los azulgranas con dos goles en una de las remontadas más icónicas de la Liga de Campeones (6-1). Sin embargo, mucho ha cambiado desde entonces.

Ayer, el PSG, consiguió desangrar al Barcelona a domicilio, rompiendo una racha que los catalanes lucían con orgullo. Y es que ni siquiera el Camp Nou se salva de la crisis que atraviesa la entidad: el Barça no perdía como local en una eliminatoria de Champions desde el 2013, cuando el Bayern de Heynckes le endosó un 0-3 en los cuartos de final de aquella edición.

El Barcelona de Koeman, con menos talento pero sí algo más estimulante que sus predecesores, pretendía olvidar los fantasmas que habían llevado a la quiebra del equipo en la búsqueda de la «copa deseada», como dijo Messi. Desde que ganaron en 2015, las abultadas derrotas a domicilio se habían convertido en un síntoma de agotamiento para el equipo. El Calderón (2-0), el Juventus Stadium (3-0), el Olímpico de Roma (3-0), Anfield (4-0) y el caso especial del Estadio da Luz de Lisboa (8-2) son una clara muestra de la morriña competitiva que les provocaba a los catalanes jugar lejos del Camp Nou.

Si el estadio era hasta día de hoy un híbrido entre fortín y plaza de remontadas, Mbappé demostró anoche, con tres goles, qué poco queda de esa ensoñación. Para más drama, este es el segundo partido de Champions que el equipo pierde como local de manera consecutiva (primera vez que ocurre). La derrota frente a la Juventus en diciembre (0-3) llevó al Barcelona a la segunda plaza del grupo, lo que, en cierta manera, desembocó en el atropello que sufrieron ayer.