Caníbales en un naufragio

Agustín Pery

Los mitos tienen la capacidad de enmascarar la realidad. Messi era el Barça y el club quiere dejar de ser el satélite de su astro, mera intendencia al servicio de un proyecto en primera persona del singular cuyas gestas, las goleadas al Real Madrid no eran un triunfo colectivo sino un laurel personal. El momento de la colisión tenía que llegar y ha ocurrido ahora por obra y desgracia del Bayern, que no humilló a más que un club sino que demostró que desde hace ya demasiado tiempo el argentino era un gigante futbolístico con pies de barro. No sería justo que en ese carnaval lisboeta acabaran pagando los comparsas y no el solista. Ahora el divo se baja del barco, si una legión de abogados no lo impide, mientras la nave se hunde y caninos de títulos en la chalupa solo hay sitio para las dentelladas. Hombre, Leo, digo yo que era el momento de bogar, no de saltar, aunque solo sea porque juegas con las cartas marcadas. Enfrente no hay rival. La directiva es un sparring manco que atufa a k.o. y el de Rosario cuenta con el fervor bien ganado de la grey culé.

La capacidad extorsionadora de Leo es inversamente proporcional a la fortaleza del Barça, ninguna desde que se condenó a morir con él, por él y nada más que él. Messi cobraba lo que quería pero hace tiempo que no lo que rendía. Es, nadie puede dudarlo, el mejor jugador de (casi) todos los tiempos. También un astro caprichoso al que consintieron todo, incluso cuando ya no daba todo aquello para lo que su don único le había preparado. Mandaba en el vestuario y señoreaba en los despachos. Su talento descomunal necesitaba alguien capaz de domeñarlo y desde Guardiola y Luis Enrique, nadie ha sido capaz de ponerle las bridas. Pep se preocupaba de escoltarlo en las cenas del club, designaba quién debía acompañarle, tutelaba sus salidas y era capaz de mantener en la plantilla a jugadores mediocres en la hierba pero buenos en el asfalto con tal de que fueran la sombra y el báculo de su niño.

El Barça tendrá que aprender a vivir sin él, sus seguidores podrán caer en un fanatismo maradoniano al estilo napolitano pero la realidad tozuda solo entiende de resultados. No los pasados, sino los de mañana. Un futuro sin su astro. El fútbol sigue girando. A la directiva les queda el magro consuelo de que en un Nou Camp sin público no habrá abucheos, silbidos ni pañuelos.

El duelo irá por dentro y se extenderá también a aquellos que no profesamos la religión blaugrana. Expulsados de Europa, sin Messi, y antes sin Cristiano, el fútbol patrio se hace pequeño, pierde lustre, se oscurece el hasta ahora estrellado firmamento. Los balones de oro empiezan a cruzar los Pirineos,

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