ATHLETIC-BARCELONA
El regate de Messi a Balenziaga
El mejor gol de la carrera del astro argentino partió de una invitación de Balenziaga
El gol de Messi ante el Athletic de Bilbao es el mejor de su carrera. Como es un gol eterno y complejo admite perderse en cada movimiento. En la calle, unos hinchas del Athletic jugaban a imitarlo con muchas copas de más. El que hacía de Messi daba cabezaditas y otro amigo decidió ser Balenziaga. “Hazme lo que le hizo a Balenziaga si tienes cojones”. Balenziaga fue Boateng sin un desplome ni la grandiosidad con gong de la caída. O un Goikoetxea sin embestida ni mala fe. Lo que va de Balenziaga a Goiko es que uno fue a la pierna y el otro quiso ser más listo que Messi.
Cuando Messi cogió el balón decidió quedarse sólo con él. Lo pisó extendiendo un brazo hacia atrás, con el gesto divertido con el que inician sus pasos Bieber o Abraham Mateo. Messi, que recogía al Barcelona por la derecha, caminó hacia atrás seguro de no perder a su rival, amortiguado por él, hasta que decidió parar y suspender el partido un instante. Detuvo el juego colectivo como el director de orquesta que deja la banda afinando. Balenziaga lo miraba a la altura en la que el toro mira al torero y le ofrecía el flanco derecho. Había un juego muy cruel de inteligencias ahí, muy desequilibrado. Messi lo vio y aún quiso saberlo mejor. Balenziaga estaba intentando engañar a Messi obligándole a ir por allí, pero Messi va donde quiere, esa es la primera ley del fútbol actual. Así que lo volvió a mirar, aún más quieto y Balenziaga vaciló como si resoplase. Balenziaga quería encajonar a Messi como a una res, o meterlo en un autobús lleno de ancianos camino de ninguna parte, pero mientras lo hacía Messi estaba viendo asomar la vena azul en el brazo del Athletic, el lugar donde clavarse.
Messi quiso jugar, asegurar hasta qué punto se había encadenado a él su defensor, así que amenazó con moverse, fue como un espasmo, como un toque con el martillo de los reflejos en Balenziaga, que amplificó un ademán.
Al ver cuál era la capacidad de su respuesta -los movimientos de los rivales son como un eco lejano del movimiento primero de Messi-, el 10 volvió a la total quietud, solemne y llena de humor. Había estudiado al otro y ya le conocía como se conocen las especies. Cuando Messi se para no se para como Butragueño, con una expectativa y progresivamente. Butragueño en realidad se ralentizaba, Messi se queda quieto con el balón pegado, quieto como un lagarto. Sin esteticismos y sin retóricas. Butragueño ofrecía al otro una porción de balón, era una invitación y por eso el tiempo entraba a formar parte de la jugada. Con Messi no. En ese momento había terminado de definir lo que intuyó de espaldas.
Balenziaga habría escuchado la máxima técnica que aconseja permitir los desplazamientos de Messi a la derecha. Allí es, dicen los medidores del fútbol, donde el astro pierde más balones. En el gol de Getafe, por ejemplo, la progresión fue ligeramente interior, fue esclareciéndose muy vertical. Ayer decidió irse a la banda, pero no lo hizo cuando le invitó Balenziaga, sino después. Tras el momento zen, con la total comprensión, amagó a la izquierda, pero al hacerlo ya sabía para qué lo hacía, no era un mero efecto; al volver del amague Balenziaga había perdido medio metro, su lugar y su ventaja. Entonces sí, emprendió el carril derecho y buscó la banda con la certeza de que ya había descoyuntado al otro equipo. Decidió que por ahí sería la estampida con una conciencia demasiado clara de lo que vendría. Una mezcla de seguridad e improvisación que se parece al solo de un saxofonista de jazz. Messi es El perseguidor. Esto es curioso, porque nos han enseñado que los espacios en el fútbol se generan con ayudas, buscando la superioridad o la soledad de alguien. Con mucho trabajo. Messi es otra historia y busca a los rivales como si cada uno fuera una manera de regalarle un trayecto hacia el gol, su camino. La mirada del delantero parece que se llena de sentido compasivo. El defensa es una promesa de espacio y de gol, no es un bulto. Messi restituye al defensa que destroza, lo enaltece. Al defensa que elige para destrozar lo elige por algo, nunca regatea por trámite. Por eso su juego está lleno de hiatos, de aparente pereza, porque rechaza todo lo que sea formulario.
Detrás de Balenziaga estaba el gol, no había mucho más que él. Apenas una fugaz aventura que resolvería con sus recursos: pisar, peinar, un autopase... En todas las incursiones felices y legendarias de Messi hay uno. El autopase es la mayor displicencia que hace Messi, pues ni siquiera se para en el defensa. Sigue adelante, ni lo mira, no llega ni a obstáculo y lo evita con un paréntesis porque se está entrometiendo en una ruta definida, en una conversación ajena o terminada.
Al mirar detrás de Balenziaga, elegido ya, Messi vio que no había nada, que los que podrían ayudarle llegarían más tarde que él si conseguía hacerlo rápido. Tenía unos segundos para ello, como en las películas tienen el tiempo contado para envenenar al perro, entrar y robar los microfilms. El gol del Getafe duró once segundos, el de ayer sólo unas décimas más.
Hubo un gol al Madrid hace muchos años que empezó de manera similar. El elegido fue Lass Diarrá. El francés pensaba que estaba tapando a Messi, pero Messi estaba mirando detrás de él. En cuanto pudo librarse, con una pared o un regate, el resto de la jugada estuvo resuelta.
Ni un marcaje al hombre, ni un marcaje en zona. Messi salta de uno al otro, los elige él.
El error de Balenziaga fue tener mucho espacio tras de sí. El entrenador tendría que evitar darle a un defensa tanta responsabilidad. Lo candoroso del lateral fue que pensara que podía influir en las opciones de Messi con una invitación. Se vio de repente en un cara a cara con una fiera. Messi no es que sea más rápido o mejor que los demás, es que es más inteligente.
Es un animal del fútbol con la inteligencia elástica, imantada y sangrienta. Todo en Messi es esencial, puro. No hay adorno, ni demora, nada personal. Parece que su fútbol es natural y de tan natural, divino.
En el regate de Balenziaga podríamos demorarnos. Habrá tiempo para lo demás. Si entrevistara al defensa vasco sé la primera pregunta que le haría: ¿Te cambió esa jugada con Messi?
Si dice que no, estará mintiendo. Él no sabía, y Messi sí, las consecuencias del lance. Messi, con el poder de un guionista, frente al jugador-actor. Los demás se incorporan a la jugada como a algo ya empezado y vivo. Messi, demiurgo, es el máximo creador del fútbol y la ve nacer. Se lo preguntó un filósofo una vez: ¿Por qué ataca un equipo?
El 90% del fútbol que vemos es burocracia. Messi no es fútbol, Messi es National Geographic.
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