Grn Premio de Japón
La triste despedida de Fernando Alonso
Hundido en la tabla, con el coche más lento, el español está diciendo adiós con pesadumbre. Hamilton, triunfo y título a tiro
Ni siquiera la angustia que vive Ferrari, su antigua escudería, la que abandonó de un portazo para meterse en la boca del lobo de McLaren, puede compensar la tristeza que destila la despedida de Fernando Alonso de la Fórmula 1. Es un pasajero invisible para las cámaras, termina doblado la mayoría de las carreras y, en el Gran Premio de Japón donde acabó decimocuarto, su medio de locomoción se mostró como el más lento de los concursantes. Gana Hamilton -seis triunfos en las siete últimas citas-, quien puede proclamarse campeón en Austin si vence y Vettel es tercero o peor; y cunde el estrés habitual en Ferrari (otro domingo desastroso para los italianos), pero flota en la atmósfera española de la F1 el tremendo desconsuelo de un adiós de Alonso sin ninguna grandeza.
Pese a que ha desaparecido de la escena pública, de los titulares de prensa y casi de la señal del realizador en las carreras de Fórmula 1, Alonso es un gigante del deporte español que descubrió este deporte al público generalista y nos hizo volar a bordo de sus coches, sus peripecias y sus andanzas por el mundo.
Nadie podrá arrebatar al asturiano su jerarquía como líder , su talento como piloto, la tenacidad como deportista y su increíble voluntad para extraer todo el jugo de cada situación por una profesionalidad fuera de toda duda. Alonso es un trabajador inagotable que mantiene la ambición hasta las últimas consecuencias.
La otra cara de la moneda es la inevitable tribulación que provoca esta melancolía de verlo en los últimos tramos del escalafón, doblado permanentemente al final de cada carrera por los colegas de profesión a los que en condiciones normales ganaría, alterado en su bólido cuando le superan otros coches y pilotos que son varios soles inferiores a él (Bottas iba cuatro segundos más rápido por vuelta en Suzuka) y acuciado por lo que pudo ser y no fue.
Le quedan cuatro carreras en la Fórmula 1 y no se ve un solo resquicio por el que Alonso se pueda despedir como merece, por la puerta grande, más allá del reconocimiento general que lo titula como uno de los mejores pilotos de la historia sin el refrendo de las victorias o los títulos. Hamilton ya tiene 71 triunfos y va camino de su quinto título. El asturiano, 32 y dos mundiales, siendo ambos los dos mejores de la parrilla actual.
Resulta lamentable asistir a la deriva de Alonso en McLaren. Es el cuarto año en su retorno y en Japón era, junto al Williams, el peor coche. Ni el motor Renault ni las manos de Alonso ni nada parecen cambiar la suerte de una escudería legendaria que se encamina hacia el «hoyo Williams». Es decir, un equipo histórico convertido en una medianía por las circunstancias de la vida.
Ferrari, allá donde el español no pudo anular la hegemonía de Red Bull y Vettel, sigue ahora con sus angustias. No ha logrado ningún título desde 2007 y tampoco, claro, desde que se marchó Alonso (2014), ni con Vettel ni con Raikkonen, pero al menos los italianos están ahí, peleando cerca del coche dominante, Mercedes. En Japón volvieron a instalarse en la zozobra. Max Verstappen eliminó la ilusión de ambos pilotos. Chocó en la salida con Raikkonen y más tarde con Vettel. Ninguno fue eliminado, pero los dos coches sufrieron daños que frenaron su avance.
Raikkonen fue quinto y Vettel, sexto, desoyendo el finlandés las órdenes de equipo que le aconsejaban dejar pasar al alemán, que tiene perdido el Mundial. Pero Raikkonen , que será sustituido por Lecreq el próximo año, pensaría que no debía favores a nadie para lo que le queda en el convento.
Mientras el operador de televisión se olvida de Alonso, Hamilton va a conquistar su quinto título en la próxima carrera (Austin) o en las siguientes (México, Brasil o Abu Dabi). Lo tiene en la mano. Solo necesita ocho puntos más que Vettel.
Un día estuvieron juntos Alonso y Hamilton en el mismo callejón. El mismo coche, el mismo paraguas. Once años después y con la perspectiva de los números, el inglés puede decir con rotundidad que ganó aquella batalla.