500 Millas Indianápolis

Alonso descubre otro deporte

La Fórmula Indy seduce al español por su espectacularidad, incertidumbre y espontaneidad

JOSÉ CARLOS CARABIAS

Varias vallas diseminadas ordenadamente por la policía local anuncian contratiempo a las 5.30 de la mañana del domingo en la avenida 16 que da acceso un par de kilómetros más allá al Speedway de Indianápolis. «Uffff», musita el conductor de Uber, circunspecto ante la presencia temprana de obstáculos seis hora y media antes de que empiece la carrera. El síndrome del atasco multitudinario (la organización esperaba 400.000 personas en las gradas del circuito) obliga a la prevención y al madrugón. Las puertas no se abren hasta la seis de la mañana, pero a las 5.45 ya hay cola entre los profesionales acreditados.

No ha salido el sol y las tiendas del circuito ya descorren los cerrojos porque el público avanza hacia este templo de la velocidad. A las seis ya es posible tomarse un reconstituyente: café aguado con leche en polvo en vasos de plástico con tapa, deliciosos donuts de todos los sabores a tope de calorías, pastelitos de queso y huevo, perritos, hamburguesas, toda suerte de pizzas, cerveza y el condimento estrella, vodka con limonada .

A las nueve, justo cuando en Mónaco empieza el gran premio que Alonso omite de su agenda, la televisión capta la congestión de vehículos que se abalanza sobre el vetusto Speedway. La gente deja el coche donde puede y avanza andando hacia su destino. Las entradas a los garajes de las casas se cotizan a 50 dólares el día de parking. Muchos aficionados no lo necesitan: llevan días durmiendo en las tiendas de campaña . También aquí hay categorías: desde la modesta tela de plástico hasta las imponentes caravanas de doce metros con sofás de cuero, cocina, dos duchas, wifi y comodidades de hotel.

Se puede hacer de todo en este espacio diverso, popular y americano, salvo comprar una gorra de Fernando Alonso con el anagrama de las 500 Millas. Se han agotado hace un par de días. No hay opción, salvo realizar el encargo por internet. La locura que ha generado el español se mide en este tipo de detalles.

La tradición es ley en Indianápolis. A las seis de la mañana suena un cañozazo que, cual San Fermín y su chupinazo, anuncia la apertura de las puertas. En apenas unos minutos, la noche cerrada, las gradas comienzan a adquirir color del público. «Aquí los estados son muy diferentes unos de otros, la gente, sus costumbres, sus ideas políticas, pero a la hora de defender su idea de país se unen en una bandera», contaba estos días el piloto catalán Oriol Serviá . Uno de cada cien espectadores acude a la cita con un traje decorado con las barras y estrellas.

Varias horas antes de la carrera se despliega una alfombra roja cerca de la pagoda, un edificio símbolo del circuito, y junto al Brickyard. Es una hilera de ladrillos que sale de la pagoda y ante el cual el público se arrodilla, lo besa, lo santifica como punto de peregrinación. Es el origen de las 500 Millas, la carretera inaugural que se construyó en un descampado en 1909. El lugar cuenta con otros puntos de adoración. En la gasolinera Alley , instalada dentro del circuito, repostan los coches que van a competir unas horas después. Mario Andretti es uno de los capos de las 500 Millas. Expiloto de F1, 12 victorias, un título (1978) y 77 años que no aparenta. Es el jefe de Alonso en Indy y una figura venerada en Estados Unidos. «Alonso tiene el talento de los grandes pilotos de la historia», explica a los españoles. En este universo singular llama la atención un diminuto stand antes de la entrada a los garajes. Allí se vende el rifle de las 500 Millas. Un muestrario de armas y pistolas de variopinto pelaje se exhibe a la vista de todo el público sin problema. «¿Te gustan?», pregunta el propietario del tenderete. Atracción provoca el concurso de Pippa Mann, una locutora, comentarista y empresaria británica que pilota en las 500 Millas desde 2011. Es una habitual para los seguidores de la Indy, pero un aliciente para los debutantes.

Llega el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence. La carrera va a empezar. El desafío de Alonso también.

Y el español descubre un espectáculo excitante, magnífico para ver por televisión, novedoso. Igual que expandió la Fórmula 1 ha enseñado las 500 Millas, el truco de adelantar al rebufo de los coches, la continuas re-salidas de la pruebas, el riesgo del muro, la incertidumbre. Y, sobre todo, esa sensación de liderar una carrera después de tanto tiempo.

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