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Ciclismo

El retrato del campeón del Tour: Vingegaard, tiranía y vuelta

El danés se corona por segunda vez en París y anuncia que buscará el doblete de grandes en la ronda española

Clasificación general del Tour de Francia

Vingegaard vs. Pogacar: la gran batalla del ciclismo

Jonas Vingegaard, durante la última etapa del Tour AFP

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El año pasado, en la primera victoria de Jonas Vingegaard en el Tour de Francia importó, sobre todo, el qué. El mundo estaba descubriendo a un nuevo campeón aún de futuro incierto. Pero en su reválida, culminada este domingo en el paseo triunfal por los Campos Elíseos, lo que ha primado es el cómo. El danés (26 años), que ya no es un desconocido, aún tenía recursos para sorprender a propios y extraños por su capacidad para demoler esta edición y hacer hincar la rodilla a su gran rival, Tadej Pogacar. Un 'aquí estoy yo' en toda regla.

El danés alcanza la hegemonía, pero sigue con hambre. Antes incluso de bajarse por última vez en este Tour anunció que estará en la rampa de salida de la próxima Vuelta a España. Quiere el doblete, aunque compartirá galones en el Jumbo-Visma con Primoz Roglic. Será la carrera quien decida el jefe de filas.

Fue en la quinta etapa, la primera en los Pirineos, cuando Vingegaard quiso dejar claro que es el patrón de esta carrera. Para qué esperar más. Atacó en el Marie Blanque, consciente de su propio estado de forma, pulido en el Dauphiné, y sabedor también de la muñeca aún renqueante de Pogacar, dañada en la Lieja-Bastogne-Lieja. La jugada le salió perfecta, pues el esloveno cedió por encima del minuto y se obligó a correr a la contra. Su arrebato en el día posterior, en Cauterets, permitió ajustar de nuevo la general. Curiosamente, en ese único día de flojera pirenaica es cuando Vingegaard atrapó el amarillo para no volver a soltarlo. Ya tenía experiencia del año anterior sobre cómo tratar esos ataques furibundos de su rival, que no enemigo. El danés ha aprendido a no cebarse, a trabajar a su ritmo y a cazar las oportunidades que le van saliendo.

Así, el ya bicampeón del Tour ha dado también una clase magistral de defensa. Apoyado en Adam Yates, Pogacar fue arañando segundo a segundo en las etapas posteriores hasta llegar al pie de los Alpes a tiro del liderato. Del Colombier salió a 9 segundos, pero en ese tira y afloja, en la lucha titánica entre los dos hombres llamados a dominar las grandes vueltas en el próximo lustro, Vingegaard resistió.

Su momento llegó en la contrarreloj con final en Combloux, donde dio un recital que no se veía desde los tiempos de Induráin. En solo 22 kilómetros le sumó 1 minuto y 38 segundos a Pogacar. Un golpe durísimo que el esloveno pagó solo un día después con una descomunal pájara en el techo del Tour, el Col de la Loze. Transido ante la inmensidad de la montaña apareció en la meta con casi seis minutos de desventaja que sentenciaban el Tour a favor del danés. Aún brindarían un asalto más en el Macizo de los Vosgos, un regalo a los aficionados con más orgullo en juego que otra cosa. Pogacar, el sometido, sacó coraje para llevarse esa penúltima etapa, que celebró con rabia. «La batalla que hemos mantenido durante estas tres semanas ha sido una locura. Estoy seguro de que los aficionados se han divertido mucho con nosotros. Aprecio mucho la belleza de mi duelo con Tadej. Es un muy buen tío y me ha dado mucha batalla desde Bilbao hasta hoy», decía el campeón una vez consolidada su victoria.

En el podio de París, Vingegaard sonrió como siempre lo hace, con timidez. Con cierto reparo a destacar, por más que la situación le obligue a ser el centro de todas las miradas. Tras ganar el año pasado la vorágine formada a su alrededor le superó tanto que le obligó a apartarse del ciclismo durante varios meses. Un bloqueo mental que le hizo recluirse en su localidad natal, Hillerslev. Alejado de los focos y también de los contratos suculentos que suelen caer a quien se impone en la mejor carrera ciclista del mundo. El merecido descanso tras la batalla se convertía, en su caso, en apremiante.

De su Tour recién conquistado queda también la perenne sospecha de dopaje. Dudas en base a su incontestable dominio que Vingegaard ha tratado de desmentir apelando a su hija. «Comprendo que es difícil confiar en el ciclismo por lo que pasó en el pasado. Pero os lo digo con la mano sobre el corazón: no tomo nada y no tomaría nada que yo no sería capaz de dar a mi hija», aseguró durante la última semana.

En los próximos días a Vingegaard le espera otro gran recibimiento en Dinamarca, donde ya supera en popularidad a su suegra, una celebridad desde que participó en varios 'talent show' del país. Después, un descanso antes de afrontar el reto del doblete en la Vuelta.

La última etapa, para

La fiesta en los Campos Elíseos acabó en esprint, no podía ser de otra manera. Y la gloria se la llevó Jordi Meeus, que se impuso en la 'foto-finish' a Jasper Philipsen, el favorito y aspirante a su quinto triunfo parcial, Dylan Groenewegen y Mads Pedersen.

Pogacar atacó a 65 kilómetros del final y se llevó con él a Nathan van Hooydonck, gregario de Vingegaard y a otros ocho corredores. La aventura duró veinte kilómetros, hasta que la cosa se empezó a poner peligrosa.

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