Ciclismo
Valverde, contra la maldición del arcoíris
El español estrena hoy en Italia el maillot de campeón del mundo, que tantas fatalidades ha deparado en el ciclismo
Indiferente a la leyenda negra, al nicho supersticioso del ciclismo y sus fábulas de épica gloriosa o dramática, Alejandro Valverde estrenará hoy el maillot de campeón del mundo en los Tres Valles Varesinos, Italia. Ni uno solo de sus pensamientos la pasada noche del 30 de septiembre en Innsbruck, cuando capturó al fin el oro, derivó hacia el mito maldito del arcoíris. Ese aforismo ciclista según el cual el maillot más hermoso está endemoniado. Contagia la mala suerte, según predica la historia de este deporte, salpicada de tantos casos de baja forma, carencia de triunfos, fatalidades y al menos dos muertes al año siguiente de ganar la carrera del Mundial. «Ni de coña pienso retirarme. Habrá que lucir el maillot arcoíris», dijo Valverde. Para eso es el dueño de la prenda más hermosa del ciclismo.
Valverde no cree en esta brujería porque su antecesor, Peter Sagan , ha desmentido el hechizo y le bendijo en el podio de Innsbruck. «Me alegro que mi sucesor seas tú». Sagan, el tipo que convierte el ciclismo en diversión festiva y no en obligación profesional, reconstruyó la historia del arcoíris en positivo. Venció en 2015, en aquella rampa empedrada de Richmond, renovó su título en la arena de Doha y certificó su grandeza con un tercer campeonato consecutivo en Bergen. «No creo en esas tonterías», adujo.
El héroe de Merckx
La historia del ciclismo cuestiona, sin embargo, sus impresiones. El cúmulo de desdichas y adversidades de los portadores del maillot de colores es pródigo en contenidos. Stan Ockers es un extraño para cualquier aficionado español, pero conserva aura de celebridad en Bélgica medio siglo después de muerto. Era el ídolo de Eddy Merckx, santo y seña en un país que venera las bicicletas: «Era mi héroe, siempre estaba en las noticias del Tour de Francia. Yo no sabía casi nada de las clásicas, porque se corrían en domingo y ese día siempre visitábamos a mi abuela en la granja de Meensel, donde yo nací. El Tour era todo para mí». Ockers ganó el Mundial de 1955 en Frascati, cerca de Roma. Murió doce meses después en una violenta caída en el velódromo de Amberes.
La necrológica de Jean Pierre Monseré, otro belga, es más tétrica. Gran promesa del país, solo le dio tiempo a ser campeón del mundo. Siete meses después de haberse agenciado el maillot arcoíris en Leicester, falleció en 1971 con 22 años atropellado por un Mercedes en un criterium. El drama se cebó con su familia. Su hijo, Giovanni, murió cinco años después también arrollado por un coche, mientras correteaba con la bici vestido con un maillot arcoíris que le había regalado otro belga campeón mundial, Freddy Maertens, en recuerdo del padre que no conoció.
Bélgica, imbatible en la lista de desventuras, perdió a otro oro mundialista. Rudy Dhaenens venció en 1990 (Japón) y cayó en desgracia. Problemas médicos, lesiones y retirada. En 1996 falleció en un accidente de automóvil.
Más allá de los obituarios, el maillot ha generado años negros para sus dueños. Stephen Roche lo ganó todo en 1987, el Giro, el Tour y el Mundial. Su decadencia empezó en 1988, lesiones, operaciones de rodilla y el camino al adiós. El Mundial de Praga 1981 fue la última carrera de su vencedor, el citado Maertens. Laurent Brochard triunfó en San Sebastián 1997 y se convirtió en apestado en 1998 por el Tour del Festina y el dopaje. Camenzind, Astarloa y Ballan nunca fueron los mismos después de imponerse en 1998, 2003 y 2008.
Valverde, 38 años repletos de éxitos, confía en que todo se trate de juegos supersticiosos del periodismo.
Noticias relacionadas